El frente estrecho
Si el Frente Amplio reconoce el lugar que el estallido social tiene, como hecho mayor del pueblo chileno en su lucha por una vida digna, no se entiende la negativa a tener entre sus filas a uno de sus representantes más emblemáticos

“El Frente Amplio cierra las puertas a Gustavo Gatica”. Literal o en variantes que decían lo mismo, ese fue uno de los titulares del pasado 9 de agosto. Gustavo Gatica, quien había manifestado su voluntad de competir como candidato a diputado en la lista del oficialismo solicitando al Frente Amplio un cupo en el distrito 8, recibía -junto con reconocimientos a su trayectoria y a la importancia de su lucha-, un no como respuesta.
Los analistas políticos habituales -con la ayuda de militantes que filtran información a su antojo y conveniencia- se enfocaron en las discusiones internas del partido, buscando identificar a los lotes y liderazgos que estuvieron a favor y en contra de priorizar al joven psicólogo. Su atención, sin embargo, saltó rápidamente a los vericuetos de las negociaciones parlamentarias en ambas veredas. Así es la contingencia.
Ahora bien, y aunque el vértigo de los tiempos de campaña no facilita la reflexión detenida, no es conveniente dejar pasar la negativa del Frente Amplio a abrir sus puertas a Gustavo Gatica como si fuera un episodio sin mayor significado ni trascendencia. Para ser precisa: quienes pensamos que un partido de izquierda sólo tiene sentido si se aboca decididamente a la tarea de construir una fuerza política y social que permita organizar nuestro país de manera más favorable para las grandes mayorías populares, no es posible dejar pasar el hecho de que el Frente Amplio haya tomado una decisión que contradice directamente ese objetivo y que además –y esto es lo más grave- desplaza la centralidad de la promoción y defensa de los derechos humanos en las decisiones políticas concretas, más allá de las declaraciones de principios y proclamas de efeméride.
Partamos despejando esto último.
En breves palabras, la izquierda tiene una historia realmente atiborrada de violaciones a los derechos humanos: fusilamientos, torturas, desapariciones, prisión política, proscripción. No es exagerado. Si recorremos desde el siglo XIX hasta hoy nos vamos a encontrar, sin excepción alguna, con la realidad de que cada derecho conquistado dejó un camino regado de sangre. Desde las y los trabajadores que bajaron de las salitreras a Iquique exigiendo que se les pagara en dinero y que fueron masacrados por el Ejército hasta las víctimas de la violencia estatal en el marco del estallido social.
No es casualidad que las izquierdas hayamos reivindicado con firmeza la lucha por el Nunca Más, por la memoria, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Eso implica, ciertamente, estrechar lazos y cuidar los vínculos con quienes encarnan esas luchas. Desde esa perspectiva, excluir a Gustavo Gatica, a quien la violencia estatal dejó ciego y que de manera conmovedora y admirable transformó esa experiencia traumática en voluntad de trabajar por el bien común desde la política, no tiene sentido alguno y, al contrario, lesiona gravemente la credibilidad del partido ante las víctimas de violaciones a los derechos humanos y sus organizaciones, credibilidad ya bastante debilitada, justo es señalarlo, por la insuficiencia indisimulable de las políticas de reparación implementadas por el Gobierno y el abandono que con razón sienten de parte de quienes prometieron acompañamiento y apoyo.
Por otro lado, el hecho de que el Frente Amplio no priorizara la construcción de un trabajo político con un representante genuino como no hay otro del estallido social, abre la pregunta acerca de la valoración que el partido tiene de este trascendente hito de la historia política de nuestro tiempo.
Entre las filas del Frente Amplio no debiera existir duda alguna de que el estallido fue el momento de mayor expresión del malestar que hace décadas se acumula en amplias capas del pueblo chileno, y de que fue, además, la demostración más elocuente de la fuerza que tiene un pueblo cuando se moviliza. Fuerza que ningún partido u organización política actual es capaz de suscitar.
Sin el estallido social no habría sido posible pensar siquiera en un proceso constitucional. Si la derecha se vio obligada a ceder después de tres décadas de resistencia tenaz, fue solo por la envergadura desbordante de la movilización popular. Ni todas nuestras campañas por marcar el voto, ni nuestras mejores argumentaciones, habían hecho mella en ese murallón que era, y sigue siendo, la Constitución de la dictadura. La movilización popular sí pudo.
A la fuerza del estallido le debemos también el triunfo del presidente Boric y la aprobación de leyes como el aumento del salario mínimo y las 40 horas, legislaciones que se lograron, en buena parte, producto del temor instalado en quienes, en otras circunstancias, no hubieran dado su brazo a torcer.
Si el Frente Amplio reconoce el lugar que el estallido social tiene, como hecho mayor del pueblo chileno en su lucha por una vida digna, no se entiende la negativa a tener entre sus filas a uno de sus representantes más emblemáticos.
Este episodio, entonces, levanta dudas acerca de cómo esta nueva izquierda ha elaborado el trabajo de construcción de fuerza social y política en un contexto como el chileno, en el que los partidos gozan de bajísima legitimidad y en donde es esperable que valiosos líderes sociales, como Gustavo Gatica, surjan por fuera de las estructuras partidarias.
En los últimos años hemos experimentado con una claridad aleccionadora lo difícil que es sostener un proceso de cambios orientados a una mayor distribución del poder y la riqueza. Está fresco el recuerdo, además de los errores propios, de la máquina que se montó para evitar el triunfo del Apruebo en el primer plebiscito de salida y cómo se articularon todas las fuerzas empresariales y políticas que veían sus intereses afectados.
Con esa experiencia en el cuerpo, a la que se suman las enormes dificultades que nuestro Gobierno ha tenido para empujar su programa, debiéramos tener claro lo mucho que distamos de contar con una fuerza capaz de sostener un proceso de cambios y de enfrentar exitosamente a quienes organizadamente se resisten con todo el poder económico y mediático que detentan.
Y la fuerza, lo sabemos, no radica en los partidos, radica en la sociedad. Un partido de izquierda conciente de aquello, se pone como objetivo estratégico ser un espacio donde puedan articularse las fuerzas existentes pero aún dispersas del campo popular. Y eso implica, qué duda cabe, tener una política de apertura y de alianzas, no con figuras mediáticas para que arrastren votos, sino con líderes sociales que, como Gustavo Gatica, representan luchas reales y admirables por dignidad y justicia.
Desde un punto de vista político y ético, el Frente Amplio no estuvo a la altura. Donde se requería amplitud y generosidad, memoria y reconocimiento, actuó con estrechez de mirada y de criterios, estrechez de argumentos y de cálculos. Y como dijeran por ahí, la estrechez, sobre todo en casos como este, resulta inaguantable.
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