¿Hay futuro en la nueva izquierda?
Las izquierdas en Chile hoy, comunistas, socialistas y frenteamplistas, no podemos eludir nuestros impases pasados y recientes a la hora de pensar el futuro que proponemos a nuestros compatriotas en este año electoral

Es frecuente escuchar que las elecciones se tratan, sobre todo, del futuro.
Asumamos que es así, que cada sector que se disputa la conducción del país está peleando por construir un futuro determinado.
Bajo este esquema, y buscando ejemplos en el pasado, podríamos decir, muy sintéticamente, que el futuro que Pedro Aguirre Cerda propuso fue el de un Chile educado y productivo y que para eso definió que el Estado debía asumir un rol docente e industrializador. Podríamos también suponer que el futuro que Eduardo Frei Montalva proyectó fue el de un Chile liberado de inercia económica y cultural del latifundio y que para eso empujó la reforma agraria; Y, por cierto, podríamos afirmar que el futuro que imaginó Salvador Allende fue el de un país en el que las y los trabajadores pudieran disfrutar del fruto de su esfuerzo y de la riqueza creada por todos, y que para alcanzar ese futuro estableció tanto el medio litro de leche como la nacionalización del cobre.
Si trasladamos este ejercicio al presente ¿qué futuro están imaginando y proponiendo las izquierdas en Chile?
Las respuestas no son sencillas. Tampoco lo deben haber sido en la primera mitad del siglo que pasó. Aunque, quizás con algo de idealización, es posible pensar que en el siglo XX, a pesar de todo, todavía no había dudas respecto de la viabilidad del futuro (y quizás por eso se reivindique hoy con nostalgia la dimensión ‘futurista’ de las izquierdas de antaño y sus proyectos de modernización).
En el presente, el futuro está lejos de poder darse por sentado. A nivel planetario, la crisis socioambiental plantea la certeza de que la vida en la Tierra puede desaparecer. Y a nivel individual, para sectores muy amplios de los habitantes del mundo, el futuro es incierto y angustiante. Es en estas condiciones que las izquierdas en Chile enfrentan el año electoral.
Al mismo tiempo, al interior de la diversa familia de las izquierdas y socialdemocracias, ya no hay forma de eludir la crisis estratégica que se arrastra por décadas. La izquierda histórica, sobre todo su rama comunista, habiendo resistido a la caída de los socialismos reales, no ha logrado reconstruir un proyecto adecuado a la realidad contemporánea, y sigue anclada a las lecturas y recetas del siglo XX: estatismo, nacionalizaciones, etcétera. La izquierda socialdemócrata hoy cosecha los frutos de la deriva neoliberal que adoptó desde los años noventa en Europa, Estados Unidos y también en Chile, y en buena medida el ascenso de la ultraderecha en estos puntos del globo se explica por este viraje y sus consecuencias para la clase trabajadora. Por otro lado, los progresismos latinoamericanos, que a comienzos del milenio reanimaron un ideario de superación del neoliberalismo, si bien lograron una redistribución de la renta de las materias primas en favor de amplios sectores populares, terminaron atrapados en un extractivismo intensificado que, con la caída de los precios de las materias primas, determinó la decadencia de estas alternativas y pavimentó el camino para su corrosión. Y, para terminar este recuento, las izquierdas radicales que se rebelaron contra el imperio de las finanzas y las políticas de austeridad, pensemos en Syriza como el ejemplo más dramático, fueron derrotadas por las exigencias de las instituciones financieras después de haber despertado enormes esperanzas.
Las izquierdas en Chile hoy, comunistas, socialistas y frenteamplistas, no podemos eludir nuestros impases pasados y recientes a la hora de pensar el futuro que proponemos a nuestros compatriotas en este año electoral.
Eso implica asumir que el futuro de nuestro país no se encuentra en intentos de imitación del pasado. Plantear que debemos retomar la senda de los años noventa, es no asumir que las condiciones bajo las cuales Chile alcanzó esos altos niveles de crecimiento que hoy se recuerdan con envidia, son irreplicables y es, al mismo tiempo, no asumir que el estancamiento actual es consecuencia de no haber empujado una modernización de la matriz productiva en aquellos años de bonanza. Plantear la aplicación de las políticas de desarrollo que la izquierda empujó en el siglo XX, elude el hecho de que la crisis socioambiental no permite sueños industriales que no se hagan cargo de la catástrofe provocada por la acción humana concentrada solo en la explotación de los bienes naturales.
Si no hay vueltas al pasado que sean deseables o posibles, ¿hacia dónde dirigir el esfuerzo del país? ¿Cómo alcanzar ese desarrollo colectivo que tantas veces se nos ha escapado de las manos cuando pensábamos estar rozándolo?
“El conocimiento es el cobre del siglo XXI” señaló Gonzalo Winter en el discurso que pronunció el día en que fue proclamado como candidato del Frente Amplio para las primarias de las fuerzas de izquierda y centroizquierda. “Para eso, tenemos que tomar decisiones de Estado”, agregó. Ciertamente, acá se encuentra la clave de nuestro futuro: conocimiento y decisiones de Estado. No es algo novedoso: no hay país que haya avanzado en desarrollo sin un rol estratégico del Estado y no hay país desarrollado cuya riqueza no sea la inteligencia colectiva, el conocimiento no de algunos pocos científicos de alta gama, sino aquella distribuida en el conjunto de la sociedad. Lo novedoso será tomar esas decisiones y emprender ese camino en el Chile de hoy.
En la actualidad ¿qué podría ser el equivalente a crear la Corfo, o realizar la reforma agraria o nacionalizar el cobre?
Estas preguntas tiene que responder la izquierda chilena, y en particular el Frente Amplio para demostrar que su existencia no se reduce a la rebelión de unos jóvenes cada vez menos jóvenes contra los padres que algunos analistas le han atribuido, sino que responde al desafío de liderar la salida de la crisis del neoliberalismo en una dirección de desarrollo y bienestar colectivo.
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