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ELECCIONES CHILE
Tribuna
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Presidenciales: ¿hay una alternativa racional?

Tratar de analizar esta elección con los códigos tradicionales no parece ser la respuesta hoy. La obvia maximización de utilidades que se esperaría de cualquier agente racional está tensada por una oferta confusa y por satisfacciones esperadas muy disímiles

elecciones presidenciales de Chile 2025

El homo economicus (concepto ideado por John Stuart Mill en 1836) situaba al ser humano como un agente que sustentaba sus decisiones diarias en la maximización de las utilidades. Esto ya había sido interiorizado años antes por Adam Smith, quien sentó las bases en que los individuos buscaban su propio beneficio mediante el intercambio de bienes, servicios, mercancías, etc., lo que a la larga favorecía a la economía como un todo, enriqueciendo a los países.

Para que esté presente este homo economicus se tiene que manifestar una serie de variables como racionalidad en la toma de decisiones; interés propio en búsqueda del bienestar; búsqueda de riqueza para mejorar la posición financiera personal y la persecución de la rentabilidad, desechando así aquellas decisiones que no contribuyan a una mejora en su situación económica relativa.

Evidentemente, 200 años después, este concepto ha recibido infinidad de críticas y -creo- serían pocos quienes se atreverían a defender el actuar de un individuo que sólo se moviera por el interés propio o la maximización de sus utilidades individuales. Con esto hemos llegado a derivas respecto de si somos seres racionales que en ocasiones actuamos emocionalmente o seres emocionales que, a veces, operamos racionalmente; la discusión más compleja que quizás podamos enfrentar.

Pero, vamos por orden: ¿qué entendemos por maximización de utilidades? y, en el escenario actual, ¿cómo podríamos relacionar esta búsqueda de una mejor alternativa al momento de tomar una opción presidencial? En economía, la “maximización de las utilidades” es el proceso mediante el cual las personas o las empresas buscan lograr el máximo nivel de satisfacción o beneficio dada las diferentes restricciones, las cuales pueden ser desde mano de obra, capital e incluso la oferta de recursos o insumos básicos.

Acá es donde se da, entonces, la combinación básica de tres factores claves en cualquier decisión: bienestar o satisfacción esperada; restricciones y escasez y, finalmente, opciones o alternativas disponibles. La combinación de estas tres da como out-put la “función de utilidad” que es la satisfacción por el bien conseguido. Como ejemplo, piense estar en el desierto y la satisfacción esperada de saciar la sed; la escasez de agua y la falta de alternativas en su conjunto producen una alta “función de utilidad” si logramos el esperado vaso de agua.

Si extrapolamos este ejercicio a las próximas elecciones presidenciales de Chile, ¿podemos hablar de pocas opciones o alternativas? Convengamos que, dentro de los ocho candidatos, vemos un crisol que va desde el Partido Comunista Acción Proletaria al Nacional Libertario, pasando por una derecha que agrupa desde socialdemócratas hasta conservadores y liberales y una coalición de izquierda que suma al Partido Comunista, al Frente Amplio y la Democracia Cristiana… es decir, de opciones muchas y variadas.

Sobre restricciones y escasez, los tres candidatos con más opciones coinciden en los temas con mayor sentir popular: seguridad, crecimiento, capacidad de llegar a acuerdos, por lo que cuesta identificar diferencias radicales entre cada uno de ellos. Si para la ciudadanía informada este ejercicio es complejo, imagine para los 7 millones de “obligados-no habituales” que deberán concurrir a las urnas. Varias opciones y bajas restricciones, por lo que el problema parece no ir por ese lado.

Teoricemos: después de cuatro cambios de gobierno y color político, dos fallidos procesos constitucionales y la apremiante sensación de que muchas mejoras siguen esperando (basta ver las cifras de desempleo o informalidad laboral) la variable de “bienestar o satisfacción esperada” debiera cobrar (suponemos) mucha fuerza, pero hoy pareciera ser menos determinante.

Me explico: salvedades metodológicas mediante, mientras Jeannette Jara lidera las encuestas presidenciales (con un magro 26%-24%) si hacemos la apertura por atributos, Jara no es la que figura que aparece como la mejor preparada para liderar una agenda de seguridad o de crecimiento, la que está más relacionada al candidato José Antonio Kast, que hoy se ubica en el segundo lugar (y descendiendo), pero quien está -a su vez- peor posicionado en “llegar o generar acuerdos”. Este ámbito es liderado por Evelyn Matthei, quien se ubica en tercer lugar de preferencias (y subiendo), pero no reconocida por su capacidad de “gestión económica” donde, claramente, cuenta con el equipo mejor preparado para una agenda con este foco.

Entonces, sin la variable clave “satisfacción esperada”, si pareciera que no tenemos tan claro lo que buscamos en un candidato, ¿cómo podríamos apostar por un resultado electoral eficiente? Piense en la compra de un bien, en la ida a un restaurante; si no tengo claro lo que quiero comer, dónde voy a comer, lo que espero de la atención, ¿podría al final decir si mi decisión fue correcta? ¿si mi “función de utilidad” fue acertada?

El fin del sistema binominal en Chile trajo consigo el término de las grandes coaliciones, de las certezas, de lo qué esperar de los agentes políticos. Pasamos de un homo economicus informado, participativo con una “satisfacción esperada” clara a una excesiva emocionalidad (o liquidez) en la toma de decisiones. Sume a esto los nuevos partidos, la dispersión del Congreso, votantes obligados que responderán, seguramente, más a pulsiones momentáneas que a estrategias, a una maximización de mediano plazo.

Tratar de analizar esta elección con los códigos tradicionales no parece ser la respuesta hoy. La obvia maximización de utilidades que se esperaría de cualquier agente racional está tensada por una oferta confusa y por satisfacciones esperadas muy disímiles. Racionalidad cuestionada. Emocionalidad al mejor postor.

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