@Patitoo_Verde y sus secuaces: de la indignación a la eficacia
Es lógico y esperable que se reaccione transversalmente ante una noticia de esa gravedad, pero la espectacularidad del escándalo siempre tiende una trampa: crear una burbuja de indignación inaudible para las mayorías sociales

El escándalo de @Patitoo_Verde, @Neuroc y los trolls filo-republicanos se tomó la semana. No es para menos. El reportaje de Nicolás Sepúlveda, a quien ya le debemos el destape del caso Hermosilla entre otras proezas, reveló una parte de la trama que está detrás de cuentas de X y Tik Tok dedicadas a la difusión de contenido afín a la candidatura de Kast, a la producción de noticias falsas y al ataque a líderes políticos y de opinión adversarios al abanderado del Partido Republicano, y en la que, además, todo indica que estaría involucrado el periodista Patricio Góngora, hasta ese momento integrante directorio de Canal 13.
Más allá de la noticia en desarrollo, la posibilidad de que un alto ejecutivo del principal grupo económico del país –y que antes trabajó para la Asociación de AFP y en el primer gobierno de Piñera- sea el líder de una pandilla de trolls de ultraderecha, nos alerta sobre una realidad tan cotidiana como invisible hasta que un escándalo estalla: la acción opaca de sectores del empresariado y la derecha a través de sus instrumentos de guerra sucia y de cooptación institucional.
Es cierto que no hay novedad en esto de la existencia de poderes no democráticos ni sometidos al escrutinio público que operan para hacer prevalecer sus intereses por vías extraoficiales. Pero es cierto también que cuando la investigación periodística o judicial logra presentar pruebas es inevitable no sorprenderse. Y así fue. Tras la emisión del reportaje, las redes ardieron: indignación generalizada, defensas de la democracia, acusaciones a republicanos, llamados a que Kast se pronunciara, declaraciones categóricas de Jeannete Jara y de Evelyn Matthei, una de las principales víctimas de la banda virtual.
Es lógico y esperable que se reaccione transversalmente ante una noticia de esa gravedad, pero la espectacularidad del escándalo siempre tiende una trampa: crear una burbuja de indignación inaudible para las mayorías sociales. Insistir, como se está haciendo, en el peligro que significan las campañas de desinformación y violencia digital y en la falta de compromiso de Kast con una competencia limpia y, en definitiva, con la democracia, es necesario pero absolutamente insuficiente para mover la aguja, y la experiencia internacional nos permite tener serias dudas respecto de la eficacia de la estrategia “denuncialista”.
Con mucha evidencia en contra, desde procesos judiciales en curso a claros signos de desequilibrio psiquiátrico, ganaron elecciones, sin mayor problema, figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei. Aún asumiendo que estos ejemplos no se ajustan del todo al caso chileno, al menos podemos escuchar la advertencia: está muy bien desenmascarar a Kast y no hay que dejar de hacerlo, pero no debiéramos sobreestimar el efecto de la estrategia.
Para las izquierdas y el progresismo esta elección presidencial es un desafío titánico. Tenemos en contra los cuatro vientos y lo sabemos: hace veinte años que no gana un gobierno de continuidad, la aprobación de presidente Boric se mantiene en un 30% tan firme como insuficiente, ninguna encuesta sugiere que en segunda vuelta Jeannette Jara pueda ganar, y como si no bastara con esas dificultades, dirigentes políticos de un lado y otro de la alianza protagonizan polémicas que no tienen ningún sentido social ni menos electoral.
Para elaborar una estrategia eficaz tiene más valor otro hito de la semana, opacado completamente por el escándalo de los trolls: el tercer aniversario del rechazo. Allí siguen concentrándose claves que las izquierdas y el progresismo debemos integrar. El triunfo arrollador del rechazo nos enseñó, entre otras cosas, que no podemos desanclarnos de las demandas materiales de los sectores populares agitando ideales abstractos, que las transformaciones propuestas no deben amenazar los logros alcanzados por las personas y las familias, que la identidad nacional sigue siendo un elemento de peso en la subjetividad popular, que los deseos de cambio y de libertad conviven con los de orden y mano dura en los mismos sujetos, que las contradicciones del neoliberalismo atraviesan nuestras formas de sentir y de evaluar lo que queremos y lo que no. Del rechazo aprendimos, sobre todo, a afinar nuestra escucha del Chile realmente existente, en su heterogeneidad y complejidad, paso insoslayable para traducir políticamente los anhelos populares.
La derrota del 4 de septiembre, además, nos colocó de frente a un Chile que, al menos para fines electorales, no estábamos mirando. Acostumbrados a una abstención electoral que superaba al 50% del padrón, todos los sectores políticos desatendimos a la mitad del país que hablaba con su elocuente automarginación. Desde la implementación del voto obligatorio se incorporaron cerca de 3,5 millones de nuevos votantes, concentrados en su gran mayoría en los sectores populares. A partir de allí, esos nuevos votantes han determinado los resultados de todas las elecciones, y tanto sus preferencias políticas, como las razones que les llevan a optar por determinadas alternativas, se diferencian sensiblemente de las lógicas del votante habitual.
El estudio “Ganar sin perder. Sobre el pragmatismo político de las y los nuevos votantes de sectores populares” que realizamos en la Fundación Nodo XXI, nos muestra que ese segmento de la sociedad desprecia la política institucional, siente que el país está caro, invadido por migrantes y en decadencia, quiere orden y autoridad, pero no un autoritarismo dictatorial que afecte las libertades individuales. El estudio muestra además que las y los nuevos votantes populares tienen, junto a una preocupación por la seguridad pública y la economía, marcadas preocupaciones en materia de derechos sociales como salud, pensiones y educación, y revela también que estos votantes no se identifican políticamente ni con la derecha ni con la izquierda, y que obligados a votar lo hacen “por la persona”, valorando positivamente atributos como la capacidad de resolver problemas y el trabajo demostrable en terreno. En síntesis: la izquierda y el progresismo tenemos espacio para jugar.
Aunque haya quienes ya lo dan por cerrado, el escenario presidencial sigue en disputa. Desde la candidatura de Jeannette Jara tenemos que pasar de la indignación de nicho a convocar y convencer a este Chile realmente existente. A ese Chile que está más preocupado de sus incertidumbres y dolores cotidianos que de las fechorías de @Patitoo_Verde y sus secuaces. Esa es la cancha en la que podemos ganar.
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