El pirata que asoló al fútbol chileno
Un humilde equipo portuario, Coquimbo Unido, descendiente de la tradición corsaria, trastocó los papeles en el fútbol chileno

Cuanta la leyenda que en algún lugar de Coquimbo hay un tesoro enterrado. Y es que en esa bahía -llamada así por la palabra quechua Coquimpu, “lugar de aguas tranquilas”- arribaban los piratas, corsarios o filibusteros después de asaltar los navíos españoles que venían desde o hacia Perú, cargados de oro, plata y otros lujos.
Allí desembarcaron Sir Francis Drake en 1579 y Bartolomé Sharp en 1680, para saquear y arrasar con La Serena, la ciudad colonial cercana, por lo que la teoría del tesoro enterrado no es del todo descabellada, aunque nadie haya podido encontrarlo.
El verdadero botín llegó al puerto en 1903, ya instalada hace rato la República. Fue un navío británico, el HMS Flora, que venía de cruzar el Cabo de Hornos con un registro impecable: su tripulación había jugado al fútbol en Montevideo, Buenos Aires y Valparaíso, sin una derrota en contra. Un invicto que enorgullecía al capitán y a la marinería.
Pero sería en una cancha de tierra, emplazada en el mismo lugar donde hoy se encuentra el Estadio Sánchez Rumoroso, que los portuarios de Coquimbo les ganarían por primera vez tras jugar cinco partidos. El último, el de la victoria, terminó muy al estilo british. Los perdedores obsequiaron sus camisetas amarillas y negras a modo de ofrenda, los mismos colores que, muchos años después, están a punto de dar la gran sorpresa del fútbol chileno.
Coquimbo Unido marcha -a ocho fechas del final de la liga- en el primer lugar de la tabla, a catorce puntos de sus perseguidores. Ha perdido solo un partido en el año y tras 22 fechas ha recibido apenas once goles. Si mantiene la tendencia, porque ha ganado los últimos diez partidos de manera consecutiva, se podría consagrar como el campeón con mejores números en la historia del fútbol chileno.
En el plantel la opción de coronarse se percibe con mesura. Sería el primer campeón de la zona norte, con excepción del otrora poderoso Cobreloa, que obtuvo sus estrellas con el aporte generoso del cobre y Chuquicamata, la mina a tajo abierto más grande del mundo. Lo de Coquimbo es otra cosa. Un puerto modesto que exporta el pisco característico de la zona, los frutos de la pequeña minería y lo que produce la agricultura del Valle del Elqui, asolado por más de una década de sequía.
Nada abunda en Coquimbo, una escuadra que, cual galeón pirata, sube y baja de categoría con frecuencia, y que con orgullo luce hasta ahora cuatro títulos de la segunda división. Su entrenador, Esteban González, es un exfutbolista que siempre fue ayudante, y que se hizo cargo de emergencia del equipo hace un año, cuando peligraba su permanencia. Si logra llevarlo a campeón, será el primer técnico chileno en conseguirlo en los últimos ocho años. Y el primero en un campeonato largo, de 30 fechas, desde el 2001.
A González le dicen El Chino por sus ojos rasgados, aunque su tez es morena. Nacido en Concepción, deambuló por muchos equipos como lateral derecho sin demasiados brillos, hasta encontrar su lugar en el mundo. De discurso simple y táctica pragmática, pocos recordarán a su Coquimbo como un cuadro revolucionario o de exquisitez técnica, pero ahí están. En el año de mayor inversión de los grandes, Colo Colo y la Universidad de Chile, Coquimbo se lanzó al abordaje y está a punto de hacer realidad un sueño imposible para una hinchada que, con orgullo, proclama ser pirata, para quedarse con todo el botín.
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