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PROGRESISMO
Tribuna
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La unidad del progresismo no se repite, pero rima

Evitar que la derecha pinochetista llegue al poder es una razón de peso suficiente para reunir partidos políticos que comparten una historia común de defensa de la democracia

Jeannette Jara festeja su triunfo en las elecciones primarias, en Santiago, el 29 de junio.

Ante el hecho inédito del transversal respaldo de la izquierda y la centroizquierda a la candidatura de Jeannette Jara y la voluntad de lograr una lista parlamentaria unificada, se pueden decir muchas cosas: que se trata de un pegoteo incoherente y descarado movido nada más que por pulsión de sobrevivencia y frío pragmatismo electoral, que el poder atrae y ordena, que para asegurar escaños parlamentarios y –milagro mediante- nombramientos ministeriales, no hay Dios ni diablo que resista.

Las razones de esta confluencia son diversas y, ciertamente, el pragmatismo y la conveniencia tienen su lugar, pero también lo tienen otras de mayor calado. La aceptación de la imposibilidad de un camino propio, la conciencia de que la derecha extrema corre con ventaja en esta elección y la certeza de que la unidad es la única fórmula realista para evitar la distopía de un José Antonio Kast presidente y 4/7 del congreso en manos de las derechas haciendo y deshaciendo.

No nos une el amor sino el espanto. Siempre se puede parafrasear a Jorge Luis Borges para poner de relieve la dimensión defensiva de la unión que se logra para conjurar lo temido. Evitar que la derecha pinochetista llegue al poder es una razón de peso suficiente para reunir partidos políticos que comparten una historia común de defensa de la democracia. Hasta ahora, no hemos tenido un presidente que cada 11 de septiembre celebre públicamente “la liberación de Chile” y es bueno que hagamos cuanto esté a nuestro alcance para impedirlo.

Sin embargo, es probable que la unidad por el espanto no sea suficiente para ganar la elección y, con certeza, no es suficiente para gobernar. El salto de la unión electoral a la elaboración de un proyecto que sea empujado y defendido por las fuerzas de izquierda y centroizquierda es una tarea pendiente y necesaria. Es cierto que el proyecto no asegura automáticamente un triunfo electoral y que se puede, perfectamente, tener proyecto y perder una elección. Pero lo que es seguro es que no se puede conducir al país sin proyecto, sin saber en qué dirección avanzar.

La derecha de Kast, y la de Evelyn Matthei no ha mostrado diferencias de fondo y poco a poco va abandonando el Titanic que se hunde con su capitana, propone básicamente represión y desregulación. Receta típica de la derecha chilena incluso antes de que aparecieran los Trump y los Milei.

De nuestro lado, si bien es cierto que no tenemos todo claro y definido, tampoco es verdad que estemos en la desorientación absoluta. Durante las últimas décadas, desde la izquierda y la centroizquierda hemos elaborado explicaciones a los problemas del país. No es hora de renunciar a ese saber que hemos construido, sino de responder en conjunto a las preguntas ineludibles y de elaborar un diagnóstico de la crisis chilena desde una perspectiva general.

Preguntarnos por las razones del estancamiento económico al mismo tiempo que por la calidad de la educación, por las listas de espera al mismo tiempo que por las trabas a la participación laboral de las mujeres, por la crisis de seguridad y los límites del estudio y el trabajo como vehículos de movilidad social. Preguntarnos por la crisis de convivencia y de autoridad al mismo tiempo que por el deterioro de los espacios y servicios públicos.

Cuáles son nuestros problemas, por qué se han producido, cuál es el nivel de desarrollo que queremos alcanzar, como podemos lograrlo, qué podemos hacer a nivel nacional para avanzar hacia allá, qué sectores de la sociedad deben concurrir para lograrlo. Dónde poner las fichas. Cuál debe ser el rol del Estado, de los empresarios, de los trabajadores, qué hay más allá del Estado y del mercado.

No son preguntas que una sociedad se haga todos los días, pero hay coyunturas históricas en que hacerlo se vuelve apremiante por la imposibilidad de seguir tal cual sin que eso signifique agravar los problemas.

Hace cien años, vale la pena recordarlo, Chile enfrentó un momento similar. La crisis de la sociedad oligárquica fue larga y tempestuosa. Desde las grandes huelgas de 1919 hasta el triunfo de Pedro Aguirre Cerda en 1938 tuvimos veinte años de inestabilidad política y de incapacidad de las elites dirigentes de encaminar al país de manera clara y coherente, mientras el fascismo arrasaba en Europa y la guerra mundial se asomaba como destino aterrador.

El desarrollismo iniciado con el Frente Popular, y que se mantuvo vigente hasta el golpe de Estado, fue una respuesta a esa crisis. Una respuesta que no nació de la noche a la mañana, sino que se fue elaborando por distintas vías y a distintos niveles. Desde el movimiento obrero, los partidos políticos, universidades y centros de pensamiento como la CEPAL, se fue construyendo una mirada que más o menos indicaba que Chile debía modernizar su economía y reducir la asimetría en los términos de intercambio con las metrópolis del capitalismo mundial, y que para eso el Estado debía impulsar la industrialización al mismo tiempo que la educación, intervenir el atraso agrícola y la improductividad del latifundio y desarrollar grandes inversiones públicas.

Nada de eso fue espontáneo. Fue la síntesis de un largo proceso de agotamiento de un orden social y del nacimiento de otro. A esos años le debemos la Corfo, la nacionalización del cobre, la reforma agraria y la política de promoción popular, solo por mencionar alguna de las grandes obras del Chile desarrollista.

La mayoría de las tiendas políticas que hoy apoyan la candidatura de Jeannette Jara -comunistas, socialistas, radicales y democratacristianos-, pueden decir con orgullo que fueron parte de esa historia. A su vez, el Frente Amplio y otras fuerzas de izquierda -como aquellas que representan el alcalde Matías Toledo o el gobernador Rodrigo Mundaca o Gustavo Gatica, que anunció su deseo de disputar un escaño en el Congreso-, sumamos la experiencia de luchas contra el neoliberalismo en materia de derechos sociales y depredación medioambiental.

Quienes hoy aparecemos juntos, y no es secreto para nadie, nos hemos enfrentado en distintos momentos y con distintos grados de aspereza: socialistas y comunistas, decés y upés, frenteamplistas y concertacionistas. No hay nada de sorprendente en ello y tampoco lo hay en la convergencia actual. Tenemos razones de sobra para enfrentar en unidad el desafío electoral presente y la tarea mayor de sacar a Chile de la crisis que arrastra.

Del pragmatismo electoral al proyecto político hay un trecho largo. Si logramos avanzar en ello, si aprendemos a existir entre fricciones y acuerdos, entre choques y objetivos comunes, puede ser que logremos inventar una alianza amplia y capaz de lograr que Chile no solo vuelva a crecer económicamente, que ya sería bueno, sino de que las y los chilenos confiemos en que vamos por buen camino y que nadie va a quedarse afuera la fiesta.

La historia no se repite, pero rima. ¿Seremos capaces de impulsar algo así como un nuevo desarrollismo y nuevo Estado Social y de darle a Chile unas buenas décadas de prosperidad, cohesión social y confianza?

Aprovechemos el impulso que la candidatura de Jeannette Jara le da a esta posibilidad.

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