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POLÍTICA
Tribuna
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Ver con los ojos del otro: lecciones desde Troya

En un mundo polarizado resulta más fácil ceder a narrativas que proponen soluciones simples desde una sola perspectiva: se impone la lógica del blanco y negro, cuando la realidad es compleja

'El saquedo de Troya', de Jean Maublanc (1582-1628).

“Canta Diosa, la cólera de Aquiles el Pelida” es el primer verso de La Ilíada, el poema griego que narra los acontecimientos ocurridos durante cuarenta y ocho días en el décimo año de la guerra de Troya. En sus versos, las grandes gestas se entremezclan con la fuerza arrebatadora de las palabras que las acompañan. La epopeya no discrimina, y por ello su riqueza (entre otras razones): Homero vio la guerra con los ojos de los troyanos no menos que con los ojos de los griegos. Dio testimonio tanto de Héctor como de Aquiles. Ni uno es más grande que el otro, incluso a pesar de que los dioses hayan decidido de antemano la victoria de los griegos y la derrota de los troyanos.

Pero esta imparcialidad no es casualidad, pues ella revela la profundidad sobre cómo los griegos concebían la política.

Para los griegos, la violencia estaba excluida del ámbito político, pues la guerra supone órdenes y obediencia. Las decisiones no se dejan al criterio de la convicción. Por eso es apolítica. Lo propiamente político -es decir, lo que caracterizaba solo a la polis y los griegos denegaban a los bárbaros y a los hombres no libres- estaba radicado en el hablar sobre algo y con los demás. Esta esfera de la vida pública se llamaba peitho divina: el espacio donde rige y decide la fuerza de la convicción y de la persuasión.

Si en Homero la violencia del combate se confunde con los discursos, en la polis ello se divide, pues la fuerza (sin violencia) se relega al ámbito de las competiciones. En sus reflexiones sobre la guerra, Hannah Arendt señala que en el habla “toda victoria es ambigua como la victoria de Aquiles y una derrota puede ser tan célebre como la de Héctor”. Esto da cuenta de que no se trata de dos bandos, sino de la riqueza que encierra la participación de múltiples voces. La realidad es compleja, y comprenderla exige reconocer que “toda circunstancia puede mostrarse en tantas facetas y perspectivas como seres humanos implique”.

La imparcialidad homérica, que ve un asunto desde el contraste de todas sus partes, sigue siendo relevante hoy, ya que se trata de una facultad humana “el poder intercambiar el propio y natural punto de vista con el de los demás junto a los que se está en el mundo”. Este intercambio permite la libertad de movimiento, pues posibilita un recíproco convencer y persuadir. En esta apertura radicaba el auténtico comportamiento político de los ciudadanos libres de la polis, pues se fundamenta en una libertad que no está anclada al propio punto de vista o posición.

Los griegos tenían una palabra para esto: phronesis. El discernimiento del hombre político que significa “obtener y tener presente la mayor panorámica posible sobre las posiciones y puntos de vista desde los que se considera y juzga un estado de cosas” (Arendt nuevamente). Esta virtud, cardinal para Aristóteles, ha pasado desapercibida a lo largo de la historia, ya que recién se la vuelve a encontrar en Kant, quien la llamó “el modo de pensar más extendido”, la “capacidad de pensar desde la posición de cualquier otro”.

Nuestro tiempo rehúye de estas categorías y las observa con distancia: abrirnos a posturas ajenas nos incomoda; cambiar de opinión es considerado una renuncia dogmática (si es que no una traición) y apelar a la escucha del ‘otro’ es visto como debilidad y sumisión. En un mundo polarizado resulta más fácil ceder a narrativas que proponen soluciones simples desde una sola perspectiva: se impone la lógica del blanco y negro, cuando la realidad, como decía Rimbaud, es rugosa, compleja y llena de matices grises.

¿Resulta ingenuo apelar a este discernimiento? Desconocer su dificultad en el marco de un año electoral constituiría ceguera. Pero no por ello se ha de renunciar al esfuerzo: la salud de nuestra sociedad lo demanda. Y la medicina está ahí, esperando a ser redescubierta después de más de dos mil años. Los griegos ya nos mostraron el camino: la verdadera libertad política no está en imponer, sino en la capacidad de ver el mundo con los ojos de esos muchos con los que compartimos el mundo.

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