A no confundir periodismo con redes sociales
Las redes sociales eclipsaron, rápidamente, al periodismo ciudadano. Ahora todo usuario “es un medio” y los indicadores de lo publicado poco tienen que ver con la noticia

Si bien se puede pistear desde mucho antes, en Chile partimos con el periodismo ciudadano hace unos veinte años. Entre cámaras caseras, responsabilidad civil y hambre de notoriedad, los ciudadanos pensamos que podíamos participar en la construcción de las noticias. Fue la primera zancadilla a los gatekeepers, donde, los San Pedros de la opinión pública que detentaban la llave de los medios de comunicación, sintieron la amenaza de perder ese monopolio.
En un principio, la idea de “participar” hizo mucho sentido. No solo por el entusiasmo de contribuir a un espacio tradicionalmente elitario, sino que también porque nuestro Chile, tierra de desastres naturales, ofrece muchos ángulos donde la colaboración ciudadana puede aportar a la novedad, relevancia y actualidad de las noticias (como el terremoto de 2010).
Sin embargo, hablamos de una participación que perdió todo su sentido, hace más de una década. Las redes sociales eclipsaron, rápidamente, al periodismo ciudadano. Ahora todo usuario “es un medio” y los indicadores de lo publicado (compartir, comentar, gustar) poco tienen que ver con la noticia. La forma tradicional de hacer periodismo (despachos, reporteo, denuncias) puede parecer condenada a muerte, en particular si observamos el debilitamiento del ecosistema de medios de comunicación (disminución considerable del negocio, menor oferta, poca innovación).
Para algunos, somos testigos del ocaso de la sociedad de los individuos, donde el peso de lo verosímil y de los valores que la sustentan han perdido la hegemonía. Un mundo de redes y de distintos caminos a la verdad definirían a nuestra hipermediatizada realidad social.
Pero también las redes y las tecnologías digitales saturan nuestras percepciones de espejismos. Que los ciudadanos se informen por las redes, que los medios no gocen de la legitimidad de antaño o que los conductores de las noticias en la televisión tengan menos credibilidad que un influencer en política no son indicios de un periodismo en agonía.
El último año, relevantes casos de investigación periodística han fortalecido nuestra democracia, recordando a los poderosos y corruptos las reglas del juego, y a quienes atentan a la ética que lo tolerado socialmente es aún más estricto que la normativa. Al periodismo de calidad que se ejerce a diario en Chile le debemos el “descubrimiento” de los casos Hermosilla, Monsalve y licencias médicas (por nombrar algunos).
Y si bien los contenidos generados por influencers locales pueden ser importantes para la sociedad, lo que define al periodismo es la búsqueda incansable de la verdad, mediante un método, para fortalecer, in fine, a la democracia. Larga vida a los periodistas, desde quienes abrazamos la sociedad que hemos construido.
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