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GENERACIÓN POSMILENIAL
Tribuna
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Cabaret digital: cuando el absurdo es el único refugio

Vivimos en la era de la hiperconectividad, donde los contenidos circulan de forma masiva, inmediata y efímera. No se trata de una subcultura, sino de una estética emocional compartida globalmente

REDES SOCIALES

En el musical Cabaret, mientras el mundo afuera se desmorona, dentro del Kit Kat Club la fiesta no se detiene. Hay lentejuelas, maquillaje corrido, ironía, y la ilusión de que todo está bien… por ahora. Casi un siglo después, ese contraste entre la celebración y el colapso vuelve a aparecer, esta vez en las redes sociales: espacios donde abundan los memes caóticos, el humor sin sentido y los videos que hacen reír justo cuando todo parece derrumbarse. Como si la Generación Z hubiera construido su propio cabaret digital, un lugar donde lo absurdo funciona como refugio emocional frente a un mundo incierto.

El meme como espejo

Si alguien ajeno a esta lógica se topa un video de un tiburón con zapatillas deportivas con una voz robótica con acento italiano —como en el viral “Tralalero Tralala”— probablemente reaccione con desconcierto. ¿Por qué algo tan ridículo hace reír? ¿Qué tiene de gracioso repetir sonidos como tralalero tralala sin contexto alguno? Para muchas personas jóvenes, estas imágenes o sonidos no solo son graciosos: también funcionan como una especie de descarga emocional. No siempre tienen un significado profundo, y muchas veces no lo necesitan. A veces simplemente hacen reír porque son absurdos, porque rompen la lógica, porque no se parecen a nada. Pero en otras ocasiones, ese mismo caos visual parece reflejar algo del caos que se vive afuera.

Estos memes no tienen remate, no siguen una lógica lineal, no buscan una conclusión clara. Pero justamente en ese caos reside su potencia simbólica. Funcionan como cápsulas de afecto, pequeñas ventanas donde la risa emerge no a pesar del desastre, sino en medio de él.

La lógica del absurdo: por qué reímos cuando todo arde

El humor absurdo no es nuevo, pero en este contexto tiene un matiz particular. En una época marcada por crisis superpuestas —climática, económica, emocional, política— la risa se vuelve una estrategia de supervivencia. Cuando lo racional no alcanza para procesar el presente, lo ilógico puede convertirse en consuelo.

Desde la psicología, se ha hablado de mecanismos como el autoengaño funcional o el optimismo performativo: formas en que las personas se permiten creer, aunque sea parcialmente, que todo va a estar bien, para poder seguir adelante. En vez de negar la realidad, este tipo de humor parece asumirla y al mismo tiempo disolverla. El absurdo no niega la gravedad de las cosas, pero ofrece una vía alternativa para sostenernos emocionalmente cuando las herramientas tradicionales se quedan cortas.

Genealogía del escapismo

No somos la primera generación que ha buscado refugio en lo irracional. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno británico popularizó el lema “Keep calm and carry on”, en un intento de mantener el espíritu nacional mientras caían bombas. En los años 60 y 70, la contracultura abrazó la psicodelia, la espiritualidad alternativa y el rechazo a la lógica capitalista. A principios de los 2000, una estética emo y nihilista se instaló entre adolescentes que sentían que “nada importaba”.

Lo que distingue el humor de esta época es su forma y velocidad: vivimos en la era de la hiperconectividad, donde los contenidos circulan de forma masiva, inmediata y efímera. No se trata de una subcultura, sino de una estética emocional compartida globalmente. Una especie de gramática colectiva del desborde que no necesita traducción.

Lo absurdo como lenguaje generacional

Este tipo de humor puede parecer insignificante a primera vista, pero, como advierte el filósofo Jean Baudrillard, vivimos en una era donde los signos ya no remiten a una realidad concreta, sino que se reproducen en un ciclo de simulacros. Las imágenes no representan: flotan. En ese sentido, los memes absurdos no buscan reflejar una verdad objetiva, sino crear un espacio propio de afecto y pertenencia en medio de la saturación de información.

Byung-Chul Han, por su parte, ha hablado sobre el imperativo de la positividad y cómo nuestra sociedad tiende a la autoexplotación emocional en busca de bienestar. En contraste, el humor caótico de la Generación Z no promete felicidad ni productividad: más bien se entrega a una especie de ironía sin sentido que, paradójicamente, alivia. Es como si estuviéramos diciendo colectivamente: “No entiendo nada, pero aquí estoy”.

Este lenguaje absurdo, repetitivo, estéticamente recargado o deliberadamente sin pulir, también funciona como código de reconocimiento. Si entiendes el chiste, formas parte del grupo. Si no lo entiendes, probablemente no es para ti. Así se construyen nuevas formas de comunidad, menos a través de ideas y más a través de emociones compartidas.

Entre la risa y la resistencia

No todo el contenido que circula en redes busca criticar o resistir, pero incluso el humor más inofensivo puede contener una dosis de rebeldía. En un mundo donde se espera que las personas jóvenes sean productivas, resilientes, políticamente correctas, emocionalmente disponibles y además estén informadas todo el tiempo, hacer un meme que no diga nada es, en cierto modo, una forma de decirlo todo.

Reírse con un tiburón con zapatillas puede ser una manera de no llorar frente a las noticias del día. Compartir una edición incoherente de frases motivacionales y sonidos robotizados puede ser una forma de procesar, a su modo, el colapso de los discursos tradicionales.

Lejos de ser una generación perdida o frívola, quizás estamos ante una generación que ha encontrado en lo absurdo una manera de mantenerse a flote sin volverse cínica. Una generación que, frente a un futuro incierto, se permite habitar el presente en clave de risa, glitch y sin sentido.

Un puente entre generaciones

Para quienes crecieron en otras épocas, este tipo de humor puede resultar incomprensible, e incluso preocupante. ¿Cómo es posible que algo sin sentido tenga tanto valor simbólico? ¿Qué clase de consuelo puede haber en lo incoherente?

Tal vez la clave esté en comprender que no todo mensaje necesita una estructura narrativa para ser significativo. A veces, el simple hecho de compartir una risa absurda —por insignificante que parezca— es un acto profundamente humano. En lugar de descartar este tipo de expresiones como “tonterías juveniles”, podríamos intentar leerlas como lo que son: respuestas creativas, emocionales y comunitarias frente a un mundo que, muchas veces, tampoco tiene mucho sentido.

Como en Cabaret, las luces del escenario no ocultan la oscuridad que se avecina. Pero mientras dura el espectáculo, cantamos, bailamos y reímos. No para ignorar el caos, sino para sobrevivir a él. Y quizás, solo quizás, para encontrar una forma de esperanza en medio de lo absurdo.

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