El desafío de ser y atraer docentes
La pedagogía hoy se desarrolla en escenarios de alta complejidad. En un escenario de cambio acelerado, la emergencia de nuevos temas en la escuela es una realidad

¿Cómo hacemos para tener profesoras y profesores de excelencia en nuestras escuelas? La demanda de docentes reportada por el reciente informe de la Unesco, releva que, si bien la pregunta es sustantiva, las respuestas que nos hemos dado han quedado cortas.
Contar con docentes idóneos es una necesidad urgente y una condición de posibilidad para el desarrollo de las personas y la sustentabilidad del proyecto colectivo. Sin embargo, no hemos logrado sostener esta idea como un compromiso país.
La pedagogía hoy se desarrolla en escenarios de alta complejidad. En un escenario de cambio acelerado, la emergencia de nuevos temas en la escuela es una realidad. El quehacer docente está profundamente desafiado y la autoridad pedagógica tradicional, sobrepasada. La experiencia profesional, además, de una formación sólida y pertinente, requiere de compromiso y valentía. La deserción acecha, especialmente, durante los primeros años de ejercicio profesional y las oportunidades de promoción se vislumbran fuera de las aulas. La imagen del docente instructor no va, el docente apóstol, tampoco.
En una sociedad desigual como la nuestra necesitamos que la escuela garantice oportunidades de aprendizaje de calidad para todas y todos sus estudiantes, así como el logro oportuno de los compromisos formativos.
Atraer un mayor número de postulantes es condición necesaria. La evidencia muestra que las vinculaciones entre los distintos niveles del ecosistema docente –que inicia con los requisitos para estudiar pedagogía y finaliza en las trayectorias de los estudiantes que se forman en las escuelas– no son simples, ni lineales, tampoco directas, pues existen numerosos factores que condicionan cada nivel y a sus actores.
Se requiere fortalecer los programas de desarrollo profesional docente; diversificando y sofisticando las comprensiones y prácticas de la docencia en el siglo XXI y utilizando la evidencia disponible acerca de la experiencia escolar de las y los estudiantes y profesores en las escuelas.
Los programas de formación pedagógica están altamente regulados, pero las dificultades y debilidades subsisten. Las carreras de pedagogía están permanentemente bajo escrutinio. Sin duda evaluar y medir permite levantar evidencia que retroalimenta procesos y resultados; identificar buenas pistas para mejorar. Una pista posible es la vinculación entre academia y escuela, es decir, profundizar en una bidireccionalidad efectiva que permita reconsiderar relaciones entre campos distintos (el de la formación y el del ejercicio profesional), porque en estas relaciones reside la potencia de intermediar sentidos y gatillar posibilidades de innovar.
Si no buscamos oportunidades de cambio, la permanencia de currículos sobrecargados y dinámicas tradicionales, seguirá condicionando las posibilidades que las y los futuros docentes que sean motores del necesario cambio educativo.
Frente a problemas complejos, las respuestas no pueden ser simples. Los desafíos de la escuela no se resuelven solo en la escuela, requieren de condiciones sociales y acuerdos amplios, que permitan construir un proyecto social compartido. Atender estos desafíos es urgente, pues los modos en que resolvamos las tensiones de la escuela hoy, definirán la configuración identitaria del Chile de los próximos años.
Requerimos fortalecer las trayectorias formativas de las y los estudiantes con experiencias de aprendizaje que sean interesantes y promuevan el desarrollo integral, el trabajo conjunto, la amistad y el compañerismo; reconocer que ellas y ellos son los protagonistas de sus historias; que esas historias se entrelazan con la cultura y la naturaleza, porque ambas están a la base de la comprensión de ciudadanía ecológica responsable. Para esto y más, se requiere formar docentes de excelencia y mejorar las condiciones su ejercicio profesional.
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