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Crítica Literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Rosa Chacel y el sutil talento para ver lo que la superficie oculta

Se publica una poesía reunida sin la que no puede entenderse la estética de la autora más confesional y, sin embargo, huidiza de la Edad de Plata

Siendo Rosa Chacel (1898-1994) la memorialista por excelencia del 27, cabría suponerle un cómodo asiento en la poesía lírica, donde el yo fluye con facilidad. Suposición vana: la vallisoletana arrastra el fardo de una inteligencia asombrosa, pero acantonada y huidiza, poco o nada templada por la empatía. En ella iban unidas la soberbia y su aversión al mundo (“Mi odio al género humano va en aumento”) e incluso a sí misma. Léase la magnífica biografía de Anna Caballé (Íntima Atlántida, Tusquets, 2025), que ofrece un desnudo integral de la escritora sin dejarse enredar en la maraña de sus escamoteos.

Toda su obra evidencia que el reino de su soberanía no fue el exilio, por el que no se sintió concernida, ni la política republicana o franquista, ni el erotismo, ni su antifeminismo militante —feminista a su pesar—, sino la relación con su esposo, el pintor Timoteo Pérez Rubio, Timo, figura crucial en la salvaguarda del patrimonio artístico durante la guerra. Sostenida económicamente por él buena parte de su vida, primero gracias a sus cuadros y luego a sus negocios de caolín en Brasil, Chacel vivió instalada entre la dependencia material y la altivez espiritual. A la peculiaridad de esta relación casi siempre a distancia, sexualmente extinguida desde los años treinta y marcada por las sucesivas historias sentimentales de Timo —sobre todo con Blanca, la hermana de Rosa dieciséis años menor que ella, y, durante décadas, con Léa Pentagna—, se debe el carácter de su obra, de un egocentrismo torturado y una prosa geométrica que privilegia la reflexión y, ayuna de borbotones pasionales, se regodea en la recreación de la infancia.

Ortega, que la incitó a escribir Teresa (1941), novela biográfica sobre la esproncediana Teresa Mancha, no se olió la grandeza de Rosa, quien, lejos de arredrarse ante la desatención del maestro —acaso demasiado concentrado mirándose el ombligo—, le envió una carta que abrasa con su refulgencia.

Cualquiera hubiera pensado que en sus poemas se mostraría Chacel de un modo más directo. En A la orilla de un pozo (1936) lo hizo solo a medias, pues sus treinta sonetos desplazan el foco a los dedicatarios (y todos están dedicados: Aurora de Albornoz, Alberti, Gregorio Prieto...) y se sostienen sobre una arquitectura clásica que refrena desbordamientos emocionales. Cierto que se perciben los pliegues de una personalidad compleja, pero siempre filtrada por velos metafóricos, quiebros sintácticos y una tupida red culturalista. Los poemas añadidos en Versos prohibidos (1978) y los inéditos incorporados ahora afirman esa misma tensión: dicen una verdad solo a quien consiga arrancarla con ingentes esfuerzos. Incluso la génesis de aquel libro apunta en esa dirección, pues fue resultado de una apuesta en Berlín con los Alberti (Rafael y María Teresa) para ensayar una poesía surrealista en la cárcel panóptica del soneto. Oxímoron puro. Los de Chacel no son, por supuesto, surrealistas, sino perfectos y archiconscientes artefactos neoclásicos, aunque, para expresarse sin exponerse, la autora recurre al alambique barroco, más gongorino que garcilasista.

Cuesta imaginar cómo pudo esta mujer áspera e insular sobrellevar una soledad ganada concienzudamente a pulso. En su vejez, y ya en España, dio rienda suelta a su escritura y obtuvo un reconocimiento tardío, menor en todo caso que el que creía merecer (se le resistieron la RAE y el Cervantes). En compensación, encontró la admiración y el afecto de unos jóvenes apenas veinteañeros a los que descubrió cuando la descubrían: Ana María Moix, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero.

Chacel enjuició sus versos con una dureza tan explícita que parece impostada; pero lo cierto es que su mirada lírica deslumbra por la sutileza de su talento verbal y por su capacidad de ver lo que la superficie oculta, como quizá solo alcance a hacerlo, de entre sus coetáneos, María Zambrano. Laura Palomo facilita el acceso a esta poesía proporcionando información y desbrozando dificultades, pero sin desplegar intermediaciones excesivas. Aunque Rosa Chacel siempre se sintió ignorada o preterida, ha tenido mucha suerte con las últimas aportaciones sobre sí: tras la biografía de Caballé, esta inteligente edición de sus versos.

Una firme razón para el deseo. Poesía reunida

Rosa Chacel  
Edición de Laura Cristina Palomo Alepuz
Cátedra, 2025
361 páginas, 19,95 euros

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