‘Cuadernística’, el hechizo de ver una vida humana al trasluz de un diario
Cristóbal Polo elogia en este ensayo la elaboración de un dietario como forma de amar la escritura, de buscar un refugio, de luchar contra la pérdida de la existencia o de alcanzar algún tipo de plenitud en la vida
Hay libros que —bien sea por el tema, por el estilo o los problemas que plantean— nos mantienen atados al mundo denso y real en el que vivimos, y hay libros cuyo principal atractivo es su ligereza, su capacidad para sumergirnos, como sin pretenderlo, en una realidad paralela rigurosamente subjetiva y única. La escritura entonces puede quedar bañada por una luz tibia, nada estridente, que, sin embargo, nos reconforta en nuestras magulladuras. Me lo sugiere el pequeño libro (pequeño en cuanto a sus dimensiones físicas) titulado Cuadernística y escrito por Cristóbal Polo (Cádiz, 1982).
Nada puede ser más del agrado de quien esto firma que el elogio de la escritura privada —más allá de su alcance literario (que a veces tiene y a veces no)— llevado a cabo por Polo. La lectura de un diario —la expresión más conocida de escritura privada, aunque el aforismo sea también frecuente— es como ver al trasluz la consistencia de una vida humana.
Esta aparece en el diario descompuesta en partículas grandes y pequeñas, en anotaciones tristes o bulliciosas, verdaderos hallazgos de estilo o pura repetición. Un espacio, en definitiva, de libertad y autonomía: “Aquí no me propongo agradar a nadie”, advertía Paul Valéry en uno de sus numerosos Cahiers. Y es que la voz grandilocuente en la escritura privada apenas tiene cabida: “Tienes que usar las palabras de otra manera, eso es todo”, leemos en Cuadernística. En efecto, la voz es la propia de quien habla en voz baja para anotar cosas sencillas: la caída de un membrillo, un desengaño amoroso, el aleteo de un gorrión, la rutina, el deseo, la duda, y la punta de felicidad que siempre brilla en la mayor de las oscuridades.
Se tiene un diario porque se ama la escritura; porque se necesita un refugio; porque se lucha contra la pérdida incontenible de existencia; porque se aspira a alguna forma de plenitud que la vida cotidiana no alcanza; porque se quiere dejar constancia de un hecho, una lectura, una enfermedad, un viaje, un cambio de luz. Se escribe, sencillamente, nos recuerda Polo.
Cuadernística, término preferido por el autor, pone el énfasis en el soporte material de la escritura, mientras diarística lo pone en el paso del tiempo
Años después puede que el diarista tenga, a ráfagas, la vida pasada en sus manos. El autor en su delicado ensayo sobre el hechizo de la escritura habla de cuadernística donde otros hemos hablado de diarística. El primer término, preferido por el autor, pone el énfasis en el soporte material de la escritura —el imprescindible cuaderno que acompaña toda escritura privada, con el fetichismo que el hecho de escribir a mano ha llevado siempre consigo—, mientras que la palabra diarística, aplicada a definir la práctica de llevar un diario, pone el énfasis en el paso del tiempo, en el primer gesto que suele cumplir quien lleva a cabo una anotación, la fecha del día. Pero tal vez no lo haga. En todo caso, lo que siga a continuación siempre será un intento de atrapar la experiencia de lo inmediato.
En Cuadernística, Polo reivindica la escenografía del acto en sí y exhuma con devoción su magia, desentendiéndose del contenido: a Polo le importa el hecho: recrear la escena de Paul Valéry levantándose entre las cinco y las seis de la mañana para encender un cigarrillo y ponerse a escribir en su cuaderno un par de horas; imaginar al suizo Ludwig Höhl (traducido al castellano por Minúscula) colgando sus escritos de un cordel como quien tiende la ropa; a Peter Handke invadido por los destellos de una realidad que requería ser atendida (el resultado fue su diario El peso del mundo) y así Cristóbal Polo se adueña, de algún modo, de las reverberaciones provocadas por un hecho tan sencillo como el acto de recogerse uno mismo a las salvajes praderas del interior.

Cuadernística
Wunderkammer, 2025
160 páginas. 13,50 euros
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