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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En la noche oscura del amor: dos miradas francesas al deseo

En sus nuevos libros, Nicolas Mathieu y François Bégaudeau abordan la naturaleza del sentimiento amoroso desde dos extremos: el arrebato romántico contra la ternura cotidiana. Ambos coinciden en una certeza irrebatible: que todo tiene un final

'Los amantes' (1928), de René Magritte.
Álex Vicente

Una cita de Victor Hugo abre el nuevo libro de Nicolas Mathieu: “Pertenezco sin remedio a esa noche oscura que llaman amor”. Ebrio de romanticismo, el autor francés, premio Goncourt en 2018 por Sus hijos después de ellos, inicia así El cielo abierto, su particular tratado sobre el deseo y la pasión. El volumen reúne una serie de textos cortos, originalmente concebidos para sus redes sociales, en los que el amor se presenta como una pasión trágica y devoradora, en la más pura tradición del amour fou teorizado por André Breton. El escritor surrealista lo definía como un sentimiento irracional y arrebatado que escapaba a la convención social y provocaba una especie de iluminación. “Hacía calor y dolía como en una novela de Marguerite Duras”, escribe Mathieu en las primeras páginas, fijando el tono lírico y febril que atravesará el resto de este pequeño libro, breve y fulgurante como un incendio condenado a la ceniza.

El cielo abierto es un ejercicio de autoficción poética construido a partir de una larga serie de textos que Mathieu publicó en su cuenta de Instagram desde 2018, dirigidos a “una mujer que, al principio, no estaba libre”. Durante cinco años, el escritor documentó esa historia de amor clandestina expuesta a la vista de todos, del ardor inicial al intento de construir una relación convencional. Y, desde ahí, a la inevitable ruptura. A partir de esa materia prima compuesta a retazos, Mathieu propone una variante digital del amor cortés, esa concepción medieval del vínculo sentimental en la que el deseo nunca se acaba de consumar, sino que se mantiene en tensión, siempre sublimado. Aquí no hay trovadores ni castillos, pero sí la misma fe ciega (y un poco ilusoria o incluso tóxica, que diríamos hoy) en el amor como una forma de elevación.

Este peculiar libro se inscribe en una larga tradición nacional que concibe el amor como un absoluto, una aspiración que da sentido a la existencia: de la misma Duras a Georges Bataille, de Truffaut a Lacan —autor de esta célebre máxima: “el amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere”—, de Yves Saint Laurent a Françoise Hardy. Es interesante analizar la especificidad cultural de esta forma de entender el sentimiento. Fogoso y enfático, Mathieu escribe con la convicción de que ese tipo de sentimiento es compartido por muchos, quizá incluso universal. “Soñé con que la lectora o el lector dijera: Sí, soy yo. Esta es mi pena y mi alegría, mi historia y el problema común a todos”, confiesa el autor. Pero esa aspiración choca con barreras culturales evidentes: lo que en Francia se entiende como algo natural puede parecer remilgado o excesivo en otras latitudes.

Mathieu bordea en varias ocasiones esa línea roja, sin que ello empañe los numerosos aciertos y virtudes de su prosa, alejada de los lugares comunes y dotada de un fascinante punto de opacidad, una leve penumbra que en lugar de oscurecer el sentido lo vuelve más sugerente y abierto (aunque eso complique su traducción, como aquí se evidencia). Lo más interesante llega hacia el final. El amor se agota y, en plena travesía del desierto, el protagonista afronta otros duelos: la muerte inminente de un padre que agoniza, la crianza de un hijo a punto de entrar en la ingrata adolescencia. Y en ese tránsito emerge una humanidad más contenida y conmovedora, una madurez que asume, con un dolor más sereno, que todo termina. ¿Quién dijo que el amor sería una excepción?

A ese sentimentalismo incandescente se opone El amor, la nueva novela de François Bégaudeau, que ha llegado al mismo tiempo a las librerías españolas. Mientras Mathieu se deja arrastrar por la tormenta de los afectos, Bégaudeau los contempla con una ternura genuina, pero filtrada por cierta frialdad sociológica. Uno lo vive como un huracán que arrasa con todo. El otro, como una convención cultural que hace la existencia un poco más llevadera. El autor de la extraordinaria La clase, inspirada en su experiencia como profesor en la banlieue de París (y adaptada al cine por Laurent Cantet, con el propio Bégaudeau como protagonista), narra aquí la deriva apacible de un matrimonio de clase media a lo largo de cinco décadas. A diferencia de Mathieu, Bégaudeau no ve el amor como una gesta. Lo describe “tal como lo vive la mayoría”: sin grandes crisis ni estridencias, hecho de gestos mínimos, de un compromiso sin épica y de un pragmatismo un poco triste, como si amar fuera un simple imperativo social.

Los dos autores pertenecen a la misma generación: son hombres nacidos en los años setenta, criados en la Francia de provincias —el primero en los Vosgos posindustriales, el segundo en la Vendée rural—, lejos de los grandes centros intelectuales. Hijos de los Treinta Gloriosos, las tres décadas de crecimiento sostenido tras la Segunda Guerra Mundial, vivieron la transición de una Francia fuerte y protectora a otra liberalizada y desilusionada: no es casual que la melancolía sea el alfa y omega de ambos. Por lo demás, todo los separa. Bégaudeau opta por una narración sobria y cronológica; más sencilla, que no peor. Prefiere la claridad a la ornamentación, siempre atento a los silencios y las rutinas, y con un vocabulario llano que remite a la tradición del realismo francés. Su imagen del amor es coherente con su estilo: sobria, sin dramatismos, centrada en lo que permanece. Mathieu, en cambio, se inscribe en una escritura más fragmentaria, encendida y evocadora, que se acerca por momentos al simbolismo, como sugiere su cita al célebre “berro azul” de Rimbaud.

Aun así, los dos escritores cierran sus libros con la misma figura: un padre enfermo y moribundo que despierta en ellos una inesperada compasión. Como si, al final, se reconciliaran con el denostado pasado que encarnan los boomers, con una forma de normalidad contra la que se rebelaron durante la primera mitad de sus vidas. Como si hubieran comprendido al fin que sus padres, igual que sus hijos después de ellos, hicieron lo que pudieron. Estos dos libros, supuestas reflexiones sobre el amor, acaban hablando más bien de la aceptación serena de una certeza irrebatible: que todo tiene un final.

El cielo abierto

Nicolas Mathieu
Traducción de Manuel Cuesta
AdN, 2025
128 páginas. 19,95 euros

El amor

François Bégaudeau
Traducción de Juan Carlos Durán
Irradiador, 2025
96 páginas. 19 euros

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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