Marta Palau y los caminos celestes
El Museu Tàpies de Barcelona acoge la primera gran exposición internacional dedicada a la artista catalana exiliada en México

Dicen que no son buenos tiempos para la crítica, pero me atrevería a decir que sería todo lo contrario. Son los mejores, los más urgentes y los más proclives, porque el panorama no puede ser más preocupante, de lo social a lo institucional pasando por lo político. Momento que demanda una crítica fuerte, feroz y contundente, una posición firme que analice los matices, que se aleje de la queja y que se acerque a ese pensamiento crítico que, eso sí, muchas veces parece un espejismo. Es tan difuso como esa crítica cultural que sustituye cada vez más a la crítica de arte, musical o literaria, ese crítico periodista convertido en agente cultural subordinado tantas veces a la máquina de la promoción tan alejada de una lectura independiente, una voz especializada y unas vinculaciones intelectuales. Una posición que conlleva más estudio y disciplina, y menos lobbys y cotas de poder. Faltan medios, dinero, apoyo y espacio, sí, pero urge alzar la voz y poner el foco en esas preguntas clave que muchas veces pasan por alto: ¿es buena esta exposición? y ¿qué es una buena exposición?
Añado dos preguntas más al hilo de la muestra de Marta Palau en el Museu Tàpies: ¿por qué una exposición como ésta, en un momento como el actual y en un lugar como ese? Empiezo por decir que Mis caminos son terrestres es una buena exposición porque conecta con los tiempos a la vez que rehúye de las modas, con los recursos propios del buen comisariado, esta vez el de Imma Prieto, también directora del museo: el rigor de la investigación, la imaginación y la capacidad discursiva, y ese acento en la denuncia y la dimensión social del arte. Por su trayectoria como directora de Es Baluard, en Palma, sabemos que esa mirada política define mucho de su trabajo curatorial, que sienta las bases de su proyecto ahora en Barcelona.

Marta Palau (Albesa, Lleida, 1934 – México, 2022) es una artista no muy conocida en el contexto artístico, pese a que se considere una de las primeras artistas visuales en México que hicieron explícitas ciertas preocupaciones en torno a los cuerpos femeninos, las cosmologías indígenas o la idea de nomadismo. Lo hizo desde su condición de exiliada, que llegó cuando apenas tenía siete años y sus padres se instalaron en Tijuana huyeron del franquismo. Tres elementos marcaron siempre su trabajo: la migración, la memoria y la tierra, simbolizados a través de la representación del ojo, la mano y los pies que, a su vez, conecta con las cosmologías del cielo, la tierra y las raíces. Hay varias obras especialmente relevantes. Una es Cascada (1978), descrita como escultura textil, a la vez terrestre y aérea, está considerada la obra más emblemática de la artista por su monumentalidad suave y por la ruptura que plantea en términos artísticos con la producción de México en aquella época. Otra de las obras es Ilerda V (1973), un tapiz que le hace un guiño a su ciudad natal, pero especialmente a la idea de origen, para ella, tierra sagrada.
Otras obras son mucho más políticas, como Doble muro (2006), que representa la figura de una persona inmigrante muerta envuelta de escaleras que no puede ascender. Aunque la obra que me llevo en la memoria es Nómadas II (1998): instalación de pies de cerámica que apuntan a los rastros de los movimientos de tantas personas buscando un lugar mejor en el que vivir. Esta obra, leída en el contexto de la guerra de Gaza, provoca escalofríos. Pies petrificados intentando avanzar. El momento no puede ser más pertinente para colocarnos en ese brete. Organizada conjuntamente con el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de Ciudad de México, donde se instalará en noviembre, coge allí nuevos ecos, de otro tipo y de otra idea de diáspora.

¿Por qué en el Museu Tàpies? Marta Palau conecta con el artista en varias cosas, aunque hay una de especial alcance, que es su investigación de la materia, no sólo como elemento maleable, orgánico y sensual, sino también como el lugar donde canalizar y trascender su relación con el cuerpo y, por ende, con la potencia del deseo femenino. Digo trascender con toda intención, acercándome a otro link común: lo telúrico y lo mágico. De hecho, hace apenas un año, la galería Prats Nogueras Blanchard presentó, de la mano de Joaquín García, una exposición titulada Tàpies y la magia. Pro interpretatio, enfocada en la etapa final de su carrera, cuando ya no tenían tanto peso las preocupaciones materiales, sino el anhelo de alcanzar lo sobrenatural. También la obra de Palau es una consecución de deseos y conjuros, materializados por sus Naualli-Guardianas (1991), cuerpos vegetales de mujeres magas que defienden y protegen la vida. O más bien, cuerpos celestes.
Escribe T. S. Eliot en su famoso ensayo que un buen libro es el que perdura a través del tiempo y sigue siendo relevante para nuevas generaciones, el que ofrece tanto descubrimiento como reflexión. Lo mismo podría decirse de esta exposición.
‘Marta Palau. Mis caminos son terrestres’. Museu Tàpies. Barcelona. Hasta el 17 de agosto.
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