‘Pronto, listos, ya’, de Inés Bortagaray: novela sobre la finitud humana (con Kafka en el retrovisor)
La escritora uruguaya reivindica la infancia y advierte sobre los peligros de la memoria como órgano fiable para construir literatura

La escritora y guionista Inés Bortagaray (50 años, Salto) forma parte de una tendencia de la literatura uruguaya contemporánea: revisitar la infancia a través de las imágenes, ya sea por medio de archivos fílmicos o fotográficos. Piensen conmigo, por ejemplo, en Rafaela Lahore y su excelente Debimos ser felices. ¿Se acuerdan? Eso sí, en este caso, se hará gracias a una lente muy especial, la espiritualidad y el pensamiento simbólico del niño. De este modo, aparece Pronto, listos, ya, una suerte de nouvelle, que ahora publica Las afueras, cuyo acierto más radical reside en cruzar el tono propio la crónica de viajes con el universo en ocasiones tan demoniaco como de una luminosidad vibrante de los parentescos. Aunque la originalidad auténtica o, más bien, la apuesta literaria de este libro es, en realidad, otra: responder a la cita de Kafka que abre sus páginas, donde el autor nacido en Praga se pregunta sobre la brevedad de la vida y se plantea la imposibilidad de que esta sea un viaje feliz.
Aquí, una familia compuesta por un padre, una madre, canciones de José Luis Perales, la Pantoja, un matecito y cuatro hijos, tres niñas y un niño, se dirigen hacia un lugar indeterminado con mar. Quien narra la historia es la hermana mediana, la que está entre la menor y la mayor y no se lleva tanto con el muchacho. Esta recrea con su voz un paisaje fantasmal habitado por postes de luz que se suceden, fruto de un recuerdo pendular y fogonazos de diálogos que se leen como secretos que llevan guardados mucho tiempo. Pienso en el olor de alguien cuando huele a sábanas. En la forma que tiene cada cual de que se le despeine el pelo. En que somos en el tiempo tal y como nos ha dibujado alguien en su recuerdo. En la forma de marearse y vomitar que tenía alguien con quien siempre viajábamos.
La escritura de Bortagaray es un aviso permanente: durante el trayecto, ni ella, en su papel de autora, ni la narradora, ni siquiera, si me apuran, nosotros, los lectores, podemos bajar la guardia. En este sentido, me ha causado cierta impresión que ese estado de alarma proceda de una especie de educación religiosa de la infancia, relacionada con la llegada inminente de la culpa judeocristiana. Luego he pensando en que aquí se está respondiendo a Kafka y que se está recuperando el imaginario sentimental del niño para que permanezca incorrupto a través de la literatura y se me ha pasado el susto.
Mi única pena en relación a este libro es que lo peor —que siempre será lo mejor— ya ha pasado, que es la infancia, y que la escritora se ha acordado de que no era una niña, sino una adulta fabulando, ¿tal vez mintiendo? Esta constata en la última palabra que da fin al texto, «perdón», que la magia ha terminado, y que la literatura nos abandona cuando encontramos lo que buscábamos. Entonces, la remembranza de los lugares que nos son queridos y su preservación son la cara B del casete de nuestras vidas. A riesgo de quedar pomposa, y más en verano, la novela de Inés Bortagaray es un texto sobre la finitud humana. Para mí, si me preguntan, el gran tema de nuestra época, más que el amor.

Pronto, listos, ya
Las afueras, 2025
88 páginas, 14,95
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