‘Cleopatra enamorada’: genio y figura de una mujer de Estado
El Festival de Mérida abarrota el Teatro Romano con una función que desmonta los tópicos sobre una reina seductora y cruel


Ni Julio César ni Marco Antonio: el único amor cierto de la última reina de la dinastía ptolemaica fue Egipto, su patria. Florián Recio, autor de Cleopatra enamorada, musical rock estrenado el 23 de julio en el Teatro Romano de Mérida, se hace eco de la historiografía reciente, que presenta a la monarca egipcia como una mujer de Estado, resuelta, políglota, culta, aguerrida y ávida de conocimiento. Todo lo contrario de la imagen veleidosa, voluptuosa y volátil que de ella sembraron sus enemigos romanos, amplificada luego por pintores, poetas y autores dramáticos.
La Cleopatra VII que interpreta Natalia Millán es cálida con Marco Antonio, pero la razón de Estado es el motor principal de sus decisiones. En cambio, el general romano, al que sus contemporáneos identificaban con Dioniso, dios del vino y de la francachela, se pasa las noches travestido, dando tumbos en compañía de ninfas y de faunos. “Ponte las ropas de Marte y derrotemos a los partos”, le pide Demetrio, personaje no histórico que utiliza el autor como disparador de la acción.

La función es desigual. En su prólogo, los personajes no paran de pasar información mediante diálogos que son gacetillas. Sin embargo, Recio plantea vigorosamente su tesis sobre el carácter de Cleopatra VII. También están bien trazadas y resueltas con firmeza la escena del burdel, el cara a cara entre Marco Antonio y Demetrio y los episodios subsiguientes, en cuyo curso se deslizan con pericia varias claves sobre la manera en la que la dinastía ptolemaica ejercía el poder: una de ellas era el incesto (Cleopatra se casó sucesivamente con dos hermanos suyos); otra era la hierogamia, esto es, el matrimonio en el que se identifica a los cónyuges con dioses. Así la reina se proclamó la encarnación de Isis en la Tierra, y sus esponsales con Marco Antonio fueron presentados como la unión de Afrodita (equivalente griego de la diosa egipcia) con Dioniso, del que Cleopatra dijo que había venido a salvar el Oriente.
A los gemelos nacidos de su unión, la pareja real les llamó Helios y Selene, para identificarlos con las deidades griegas del sol y de la luna. Enla función, por economía dramática, Cleopatra tiene dos descendientes (en vez de los cuatro que alumbró en realidad): Cesarión, hijo de César, y Selene, que están a partir un piñón. Se adoran. En su búsqueda de una reina egipcia menos legendaria y más humana, Florián Recio se ha tomado muchas libertades respecto a la realidad histórica: la remodela a su antojo.
Por lo que respecta a la música, compuesta por Shuarma, el tema Tengo una visión, que interpreta Natalia Millán al comienzo del espectáculo, se da un aire al Hoy no sé como amarte cantado por María Magdalena en la ópera rock Jesucristo Superstar, aunque la actriz madrileña le da su impronta. Cantad, vosotros cantad es un himno muy pegadizo, al que María Gago y sus compañeros le transmiten un ímpetu tremendo. Otras canciones resultan más discretas (o tienen menos desarrollo), pero sirven para puntuar ciertos episodios. En la segunda mitad, sin embargo, la música tiene una presencia menor: hay un desequilibro palpable en su distribución.
Esta Cleopatra VII es menos romántica que las de Hollywood, pero ello se compensa con la relación acendradamente cómplice que mantienen Cesarión y Selene, personajes frescos, luminosos y transparentes en las amenas interpretaciones de un inspirado Iván Morales y de Habana Rubio, cuya Selene se perfila como digna sucesora de su madre.
Es notoria la diferencia en el acceso femenino al poder entre el Occidente encarnado por Roma, donde la mujer no reinaba jamás, y el Oriente, donde Cleopatra, séptima reina ptolemaica, se inscribe en una tradición de mujeres monarcas y regentes que va desde la Semíramis persa a Zenobia, constructora del Imperio de Palmira. De ahí que los romanos, conservadores en este orden de cosas, pusieran tanto empeño en desacreditar a quienes temían pudiera servir de modelo a las romanas.
Natalia Millán preside el montaje con precisión y energía. Álex O’Dogherty es un Triunviro engolfado, deletéreo, febril: un tipo interesante más que un galán. Durante un brevísimo momento en el que se desconectó la amplificación del sonido, a O’Dogherty se le siguió escuchando a pulmón perfectamente en un teatro de3.000 localidades, abarrotado de público. A Paco Morales y Beatriz Rosles toca resolver con oficio sendos papeles de traidores. La Berenice de Virginia Muñoz tiene su aquél. Es sobresaliente la integración de la escenografía de David Pizarro con la arquitectura del teatro.
Ignasi Vidal dirige el montaje con alegría, apoyándose en un coro entregado y en el buen sonido de la banda que conduce Pablo Solo. Eso no quita que a un tramo del espectáculo le sobre relato o le falte chispa. El público no lo acusó: aplaudió el final con entusiasmo.
Cleopatra enamorada
Texto: Florián Recio. Música: Shuarma. Dirección: Ignasi Vidal. Dirección musical: Pablo Solo. Intérpretes: Natalia Millán, Álex O’Dogherty, Paco Morales, Iván Clemente, Habana Rubio, Beatriz Ros, Virginia Muñoz, Martina Vidal, Vicky Condomí, María Gago, Urko Fernández, Alex Signoretti, Jesús González. Festival de Mérida. Teatro Romano, hasta el 27 de julio.
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