Un primer amor en los márgenes de una Rusia ‘queer’, desarraigada y marginal
La novela ‘Springfield’, del exitoso dramaturgo Serguéi Davydov, ha sido prohibida por la ley rusa antipropaganda LGTBIQ+


El primer amor, el de verdad, nunca es fácil. Y si es entre dos chicos, tiene una especial tendencia a la complicación. No es menor la complicación a la que recurre el escritor y dramaturgo ruso Serguei Davydov (Togliatti, 33 años) para adobar Springfield: situarlo en la Rusia de Putin y su guerra cultural, lejísimos del aire ligeramente más fresco de Moscú o San Petersburgo y en el desarraigo de la versión esteparia del middle west americano. El resultado es la historia de Andréi y Matvéi (prohibida por la ley rusa antipropaganda LGTBIQ+), dos cowboys en la veintena que son una versión gay y estéticamente mejorada de los noventeros Beavis y Butt-Head (MTV) y que recuerda que la libertad y el cariño anidan —o al menos lo intentan— hasta en los lugares más inhóspitos.
Cuando Matt Groening pensó en Springfield para bautizar el universo de Los Simpsons recurrió a un concepto tan imaginario como real. En Estados Unidos hay al menos 67 poblaciones llamadas así. El dibujante resignificó la ciudad media americana por antonomasia. Cualquier lugar y ninguno a la vez. Davydov hace una operación similar con Togliatti, donde sucede casi todo el libro: tras ese Detroit soviético y racionalista, cuyo sueño de modernidad se lo comió la estepa y la caída de la URSS, hay muchos sitios a la vez.
Togliatti, a 1.000 kilómetros al este de Moscú, no es solo una muestra del sueño imperial perdido. Es una cárcel de ciudad de diseño al lado de un embalse que ahoga las ruinas de su predecesora. Es el sitio del que cualquier joven aspira a escapar mientras vive su identidad como puede, en edificios abandonados y con pósteres de utopías yankees más amables decorando las paredes. Es cualquier pueblo ruso, donde si ya de por sí hay una propensión a que todo huela “a violencia y falta de libertad”, ser queer es simplemente asfixiante.
No se trata de una autobiografía, aunque Davydov va dejando pistas pequeñas en ese sentido por las 185 páginas de la obra editada por la bilbaína Consonni. Bajo esa premisa, se podría decir que su amor tiene algo de punk, de apasionado, pero sin abandonar nunca una diáfana inocencia que arranca al mismo tiempo sonrisas y ternura. Andréi, el protagonista, le cuenta a su madre, una funcionaria retirada, que le han admitido en la facultad de filosofía. Ella se escandaliza. Quiere que su hijo, que no acepta como gay, sea empresario. Él le responde. “Al menos los filósofos son inteligentes. Al menos no viven aquí. Al menos no se pasan rajando sobre la hostilidad y la fuerza. No tienen ningún interés en ser directivo. Lo que quería era ser Anna Politkóvskaia, Kurt Cobain y Britney Spears al mismo tiempo”.
Esta tríada podría ser el resumen del hilo conductor del debut en la novela Davydov, tras un rosario de exitosas obras de teatro y traducida por Alexandra Rybalko. El protagonista confiesa que habría querido ser periodista, como Politkóvskaya, y en sus inagotables noches de amor en colchones y vodka y videojuegos con Matvéi la crítica a la realidad política rusa siempre está tan presente como las erecciones o el culto al vello del pecho del amante. “Retienen la pasta de la beca. Retienen a la gente en las manis. Los vigilantes te retienen en las entradas. El final de la pandemia, retenido. El futuro, retenido”, chatean ambos en VK, el clon ruso de Facebook.
El grunge y el pop quedan reflejados con las amplias menciones a Beavis y Butt-Head, los personajes de una serie noventera de MTV que, en su día, el presentador estadounidense David Letterman definió como “la representación más escandalosa y repugnante de todo lo que iba mal en la cultura popular juvenil en América”. En Springfield, Davydov los usa como un recurso de libertad desesperada. Matvéi los hace protagonizar un relato de amor que escribe a su novio, por el que a veces también roba calzoncillos en el Alcampo: cuando acaben ese último curso de instituto, ambos ganarían una green card.
Entonces, “se subirían a un avión rumbo a los EE UU, después robarían una pick-up y se dedicarían a atracar a rednecks borrachos en los bares gay, liándose a tiros con los federales en defensa propia. Conducirían a toda mecha por las praderas y el viento rojiazul con estrellitas les azotaría la nariz. En resumen, encontrarían su lugar en la vida”. Entonces, “Butt-Head se pasaría el día tocando country o algún tipo de grunge y subiéndolo a YouTube, mientras que Beavis contemplaría la Estatua de la Libertad y escribiría un libro sobre el anarquismo”. Sueños.

Springfield
Prólogo de Marta Rebón
Traducción de Alexandra Rybalko Tokarenko
Consonni, 2025
192 páginas. 19,90 euros
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