‘La indómita especie humana’: huesos, relatos y primates evolucionados
Frank Westerman, reportero que cuenta y deja espacio para pensar, conduce a un grupo de estudiantes a la búsqueda de los orígenes de la humanidad desde Países Bajos a las Indias Orientales

Un periodista y escritor neerlandés, Frank Westerman, es invitado por la Universidad de Leiden para dar un curso a unos alumnos de humanidades, lenguas, historia del arte y filosofía. Decide entonces que crucen la línea de las dos culturas, esa barrera que pocos franquean. Atraviesan el campus y llegan al Bioscience Park, donde está el Human Origins Group, una terra incognita para los estudiantes de letras. Ni siquiera habían oído hablar de Alfred Wallace, el autor de otra famosa línea, el codescubridor de la teoría de la evolución mediante la selección natural, el corresponsal de Charles Darwin que le escribió desde el archipiélago malayo y que aceleró la finalización y publicación de El origen de las especies (1859).
Allí Westerman les explica el proyecto de investigación que pretende realizar junto a ellos. Se trata de un experimento docente, un ensayo, un curso práctico, una aventura intelectual que constituye la trama de este delicioso libro, rastrear los orígenes de la humanidad en un doble escenario: uno cercano, el valle del Mosa, donde afloraron los huesos de varios neandertales (y otros fósiles de especies extintas), y el otro lejano, pero vinculado también a los Países Bajos, las Indias Orientales, que han presenciado en los últimos dos siglos numerosas exhumaciones de cráneos, vertebras, fémures y molares de ciertos homínidos.
Este libro trata del esqueleto de un pequeño homínido que puso patas arriba la paleoantropología a principios del siglo XXI (el Homo floresiensis, una mujer también llamada Flo o simplemente LB1); de Eugène Dubois, el anatomista que creyó haber encontrado el eslabón perdido en la isla de Java en 1891; de Theodor Verhoeven, un arqueólogo misionero que perdió la fe pero que demostró cómo el Stegodon (un tipo de elefante) enano había cruzado la línea de Wallace y llegado a la Isla de Flores.
Este libro está poblado por seres de mundos perdidos, ratas y cigüeñas gigantes, pigmeos, hobbits, homínidos que parecían tener unos cuantos miles de años y pasaron a tener cientos de miles en apenas unas décadas. Narra las disputas nacionales y hasta las rivalidades continentales (hay una pugna entre Asia y África para ostentar la cuna de la humanidad). Habla de los enfrentamientos personales y las tensiones disciplinares: la trama humana, demasiado humana, de la que está hecha la historia del conocimiento.

Las preguntas sobrevuelan el relato. Las respuestas, lejos de ser definitivas, son sustituidas o corregidas por otras. Lo más humano, como nos dice Westerman, es tachar, corregir. ¿Qué somos los seres humanos? ¿Un accidente o un punto culminante de la evolución? ¿Una especie fratricida, solidaria, imaginativa, tramposa, exterminadora, creadora, soñadora? ¿En qué nos diferenciamos de los animales? ¿Hay brecha, eslabón perdido, puente alguno para cruzar esos dos continentes, otra línea imaginaria, o es todo un continuo?
¿A qué género pertenece este libro? Digamos que merodea entre la divulgación, la historia de la ciencia y el reportaje periodístico con dosis homeopáticas de filosofía y sentido del humor. Su autor realiza una lectura metafórica de historias reales. Edita la realidad, la poda -por emplear sus palabras- en aras de la credibilidad, pues “algunos hechos son demasiado bonitos para ser ciertos y otros demasiado reales para ser bonitos”.
Hace apenas dos meses, uno de estos hallazgos que periódicamente sacuden los orígenes de la humanidad ocupó la portada de la revista Nature. Un equipo de investigación internacional con protagonismo español (uno de sus líderes es el arqueólogo Ignacio de la Torre, compañero mío en el Instituto de Historia del CSIC) ha exhumado en la Garganta de Olduvai (Tanzania) unas tecnologías óseas del Homo erectus y las ha datado un millón de años antes de que aparecieran en Europa. Casi nada. John de Vos, otro de los personajes que aparece en el libro de Westerman, lo dice con una sencillez tal vez extrema: “Alineamos los cráneos y contamos un relato. Lo publicamos y después nos quitamos la razón unos a otros. En eso consiste nuestro trabajo”. Simplex est sigillum veri. La simplicidad es el sello de la verdad.

La indómita especie humana
Traducción de Goedele De Sterck
Abada, 2025
304 páginas. 26 euros
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