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Paula Rego sigue siendo joven

Una exposición en Lisboa rescata a la gran pintora portuguesa de la fosilización institucional haciendo dialogar su obra, siempre viva y perturbadora, con la de la artista brasileña Adriana Varejão

'La primera misa en Brasil' (1993), de Paula Rego.
Javier Montes

A estas alturas es difícil decir nada que no sepamos sobre Paula Rego, una de las artistas más reconocidas y más reconocibles de este primer cuarto de siglo. Con la clásica anglofilia de la burguesía portuguesa, su padre la mandó a estudiar pintura en la Slade School de Londres en los cincuenta: una academia mítica por flemática y figurativa y por escéptica ante los aspavientos de las vanguardias continentales.

Con profesores como Gombrich o Wittkower, muy a la inglesa, la Slade funcionaba sobre todo para pintores fieramente individualistas, visionarios incluso, con historias muy personales por contar, más interesados en encontrar formas nuevas de expresarse apoyándose en la tradición que en encarnar o defender programas de grupo o manifiestos políticos. Por allí pasaron los pintores de Bloomsbury y grandes “raros” como Stanley Spencer o Paul Nash. Esa posición excéntrica, intensa, refinada y a ratos casi perversa le iba muy bien al temperamento insondable y sibilino de Rego: ganó el primer año el prestigioso Summer Prize y fue a partir de la Slade y en Inglaterra donde construyó su fama mundial.

A la izquierda, 'Pérola imperfeita' (2009), de Adriana Varejão, junto a un óleo de Paula Rego.

Allí pintó desde luego sus mejores obras, en los ochenta: interiores y escenas de familia entre la alucinación sebastianista y la pesadilla freudiana, de una potencia visual y narrativa inolvidable, perturbadoras, como esa La hija del policía que introduce su brazo en la bota de cuero del padre ausente para pulirla con mimo. Y allí lanzaron su carrera dos galerías, Saatchi y Victoria Miro, con subastas millonarias, con el cargo de artista asociada de la National Gallery en 1990 (el primero en la historia).

El éxito, como a Louise Bourgeois, Carol Rama o Etel Adnan, le llegó relativamente tarde, cumplidos los sesenta. No dejó de producir hasta su muerte en 2022, y por el camino su pintura perdió un poco de la finura y el misterio de su mejor década mientras se volvía ubicua y algo demasiado “oficial”: sin ir más lejos, este mismo año hemos podido ver sus cuadros al fondo de la sala de Downing Street donde Starmer recibe a Zelenski o Macron y en una más de sus enésimas retrospectivas, en el Kunstmuseum de Basilea: resultan algo clónicas, pero es que la obra de Rego a estas alturas es garantía de taquillazo y éxito de público allá donde se presenta.

'Triptych' (1998), de Paula Rego.

Por suerte, en la Gulbenkian y en Portugal, donde conocen muy bien su trabajo y tienen en Cascais un museo entero para ella firmado por el gran Souto de Moura, han encontrado una forma muy interesante de darle un twist a su trabajo evitando caer en el repaso rutinario y archisabido al estilo suizo. Más allá del simple blockbuster, exploran enfoques nuevos para su trabajo en diálogo con una artista treinta años más joven, la brasileña Adriana Varejão. Y eso también ayuda a conocer mejor la obra de Varejão, una artista muy estimable que se hizo conocidísima en todo el mundo en los dosmiles por las series de obras que mezclaban azulejería portuguesa y vísceras sanguinolentas, pero que aparte de haber cantado aquel bingo formal tiene toda una trayectoria coherente que merece la pena revisitar.

La idea de ese diálogo había sido explorada previamente por la Galería Fortes D’Aloia y Gabriel en 2017 en la Carpintaria, su estupendo espacio cerca de la Lagoa de Rodrigo Freitas en Río. Para prepararla, Varejão viajó a Londres a conocer a Rego: claramente hubo química, y el equipo de comisarios de esta exposición, que ya trabajó en parte en la anterior, desarrolla aquí con más profundidad sus conexiones. Lo hacen proponiendo un montaje arquitectónico logrado, que arma cubículos estancos bajo la gran nave acristalada de la ampliación reciente de la Gulbenkian. Se abre a uno de los jardines modernos más hermosos de Europa y no envidia nada al telón tropical carioca.

Dentro de cada pabellón se proponen temas similares y puntos de encuentro, con obras de envergadura de la trayectoria de ambas. Varejão y Rego tienen en común la lusofonía y el pasado histórico y colonial, y la exposición subraya precisamente ese interés por la raíz cultural compartida. Lo hace ya desde el título, prestado por los versos de la inmensa escritora brasileña Hilda Hilst (menos conocida en castellano de lo que deberíamos, con esa especie de ceguera selectiva para la literatura en portugués que tantas cosas nos hace perdernos): “Reyes, ministros, y vosotros, políticos todos (…) Oro, conquista, lucro, logro/y la sangre de las gentes/y la vida de los hombres/entre vuestros dientes”.

'Extirpação do mal por incisura' (1994), de Adriana Varejão.

Y precisamente sobre el pasado colonial del imperio portugués y su perpetuación en el Brasil moderno (fue el último país americano en abolir la esclavitud) hay grandes cuadros de historia como La primera misa en Brasil (1993) de Rego e Hijo bastardo (1997) de Varejão. El mítico Salazar vomitando la patria de Rego, que compró en su día la Gulbenkian y pasó increíblemente la censura del salazarismo en 1960 (imaginen a Tàpies o a Chillida titulando así un cuadro sobre Franco en ese año) preside la sección titulada Apesar de você, como el título de la canción famosa de Chico Buarque, quizá la única canción protesta bonita y bailable de la historia. En su articulada conversación para el catálogo, Varejão le cita a él y a su padre, el historiador Sérgio Buarque de Holanda: su libro Visión del Paraíso es una piedra angular de los estudios poscoloniales en América Latina e inspira también Ruina Brasilis, su escultura de 2021 que expresa el asco y la podredumbre del bolsonarismo aún latente en Brasil.

También está el famoso Tríptico de 1998 que Rego pintó como apoyo al sí en el referéndum de despenalización del aborto de Portugal en ese año, que ahora Chega promete revocar si toca poder: lo mejor de esta exposición meditada y oportuna es que rescata a Rego de la fosilización acelerada de salas de subastas y casas de millonarios y nos recuerda por qué antes y después de todo eso su obra sigue tan viva y joven como en su primer día en la Slade.

‘Paula Rego y Adriana Varejão. Entre vuestros dientes’. Centro de Arte Moderna Gulbenkian. Lisboa. Hasta el 22 de septiembre.

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.
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