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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Exuberancia es belleza: el Reina Sofía hace justicia a Néstor, pintor marginal y visionario

Una gran exposición rinde cuentas con el artista canario, menospreciado durante décadas, que desbordó convenciones y tabúes con un arte excesivo que conserva intacta su radicalidad

'Poema del Atlántico: Mar en reposo' (1923), de Néstor Martín-Fernández de la Torre.
Javier Montes

La Senda del Exceso lleva al Palacio de la Sabiduría: lo decía William Blake en uno de sus proverbios infernales, y un siglo después Wilde abundaba en el asunto cuando hacía que Dorian Gray gritase, diabólico: “¡Ningún exceso es vulgar!”. Algo de los dos se pasea por esta retrospectiva histórica de la obra de Néstor, y resuena su misma estética del desenfreno y el desbordamiento del buen gusto convencional (que es, por supuesto, también una ética del arte y de la vida). Néstor deslumbrará, seguro, a un público español que hasta ahora sabía poco o nada de uno de sus grandes artistas del siglo XX. A otros le chocará y hasta les repelerá por razones que conviene pararse a pensar.

Néstor se saltó desde el principio el código de buenas prácticas del artista español de su tiempo: su primer viaje de formación no fue a Italia, como los convencionales académicos, ni a París, como los modernos de manual. Aprovechó la familiaridad comercial y cultural de Canarias con Inglaterra y salió de Las Palmas en 1904, a los 18 años, para estudiar en Londres. Inglaterra no era precisamente el faro de la vanguardia europea, pero en su dorado aislamiento cultivaba una tradición escondida de visionarios, de iluminados y de periféricos que casaba bien con la insularidad de su tierra.

En toda su obra resuenan las alegorías esotéricas y las cosmogonías enloquecidas de Blake, sí, pero también Fuseli y sus cabalgatas fantasmagóricas de hadas y elfos, ni hombres ni mujeres, ni animales ni humanos; y la epopeya falsificada pero verdadera de los Cantos de Ossian; y las extravagancias desconcertantes de pintores demasiado obsesionados por sus visión interior para sujetarse al programa de ninguna vanguardia, de Lord Leighton a Burne-Jones, Alma-Tadema o su contemporáneo Stanley Spencer.

'Poema del Atlántico: La Tarde' (1917-18), otra obra expuesta en el Museo Reina Sofía en su muestra dedicada al pintor canario Néstor.

Era un viaje iniciático que le despegaba de raíz de la tradición doliente y adusta de la matriz cultural castellana y el expresionismo torvo de la España Negra. Pero también, por atlántico, por insular, por subtropical, se alejaba del clasicismo equilibrado, la luz mediterránea y la sencillez sensata y social de lo que se ha venido a llamar la España Blanca.

Para que ninguna de las dos le helara el corazón, según la cansina maldición secular, tuvo que pintarse su propio sol y calentarse con su luz oceánica, reinventar sus propias mitologías y recrear unas islas y un mundo privado que eran también una invitación a otro país posible para todos. En su tiempo y en España, quizá sólo Julio Romero de Torres estaba embarcado en una alquimia visionaria de pulso, potencia y poesía parecidos.

Néstor seguido en los márgenes ya no tanto por pecaminoso o pagano sino por ‘queer’ en el sentido profundo del término

El Poema de los elementos es su obra magna inacabada y uno de los grandes ciclos pictóricos del siglo XX español. Aquí Néstor rebasa cualquier límite y dosifica su delirio sin miedo al ridículo (ese terror entre los terrores españoles) para desbordar las convenciones y los tabúes de esas tradiciones. En el Reina Sofía lucen arrebatadores los paneles marinos del Poema del Atlántico: sus descomunales peces abisales, como traídos de las profundidades del inconsciente, son a la vez estudios muy precisos de la fauna marina de su tierra, porque como todo gran artista sabe que lo concreto es siempre condición de lo maravilloso. Y en el Poema de la Tierra se abrazan los cuerpos pansexuales y se funde la carne con la fruta, las hojas y las raíces en una plenitud orgánica y vitalista que rompe barreras entre géneros y especies y hoy se llamaría poshumana.

El comisario Juan Vicente Aliaga conoce bien la obra de Néstor y ya la expuso en 2020 en la colectiva (Des)orden moral en el IVAM. Acierta al enlazarlo con una corriente europea disidente y subterránea que complica el dilema entre progreso o reacción que simplifica la historia del arte del XX. Según su tesis, su abierta homosexualidad, su masonería y su reivindicación del deseo físico, del artificio y la belleza como estrategias y pulsiones vitales explicarían por qué tras su éxito en vida su trabajo se volvió indigerible en la posguerra y desapareció del canon oficial. Eso está claro, pero llevamos ya 50 años de democracia y modernidad y hasta ahora su obra ha seguido rondando los márgenes, quizá ya no tanto por pecaminoso, por pagano o por maricón sino por queer en el sentido profundo del término, el que teorizaron y exploraron en castellano Néstor Perlongher, Pedro Lemebel, Roberto Echavarren o el propio Aliaga: porque su estética del exceso, su defensa inflexible de la flexibilidad, el placer, la celebración gozosa de la diferencia, su carácter hedonista (o peor aún, disfrutón) chocan de frente con el residuo puritano y astringente o directamente estreñido de nuestra tradición cultural.

'Sátiro del valle de Hespérides' (1930), de Néstor.

Burgués decadente y frívolo para unos, loca degenerada para otros, pintor irredimible para el buen gusto ilustrado de muchos, Néstor ha llegado a 2025 sin exposiciones importantes, con pocas obras a la vista en la península y con su museo en Las Palmas cerrado a cal y canto desde hace años y sin pinta de reabrir todavía en unos cuantos.

Esta exposición tocaba hace mucho. Es de verdad un reencuentro y abre el camino para otros estudios: sobre su desarrollo del tipismo como cruce problemático entre arte, política e identidad cultural (sin el que no se entiende, por ejemplo, la figura y la visión de César Manrique en Canarias); sobre su renovación e internacionalización de la escenografía española en sus trabajos con Falla o La Argentina; sobre su interés por lo esotérico y lo inconsciente, que tanto influyó a Dalí y a los surrealistas decididos a localizar en Canarias, por las buenas o por las malas, una de su mecas. El arte excesivo y triunfal de Néstor mantiene su poder de transformación visionaria y recuerda aquel grito de Blake que sigue siendo revolucionario: exuberancia es belleza.

‘Néstor reencontrado’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 8 de septiembre.

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.
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