Criptomonedas, IA y crimen: la nueva economía en la opacidad
La regulación, por sí sola, no bastará. La innovación tecnológica, si no va acompañada de ética y responsabilidad, tampoco

La expansión de los activos digitales y la inteligencia artificial ofrece oportunidades inéditas, pero también abre un campo fértil para el blanqueo, el fraude y la evasión. Europa busca liderar la respuesta a un desafío que redefine la seguridad económica global.
Europa se encuentra en el centro de esta encrucijada. La Unión Europea, con el Reglamento MiCA sobre criptoactivos, intenta marcar el rumbo en un terreno que cambia más rápido de lo que legislan los parlamentos. España, mientras tanto, refuerza a la CNMV y al Banco de España con nuevas competencias, consciente de que el dinero ilícito que circula en la red no entiende de fronteras ni de controles nacionales. La pregunta es inevitable: ¿será suficiente?
Porque la realidad es tozuda. En un mundo hiperconectado, la colisión entre la economía ilegal y el universo digital ya no es una hipótesis, sino un hecho. La irrupción de la inteligencia artificial ha transformado la manera en que se perpetúan los fraudes. Hoy, un algoritmo puede crear una identidad ficticia en segundos o lanzar campañas de phishing que superan cualquier manual de engaño clásico. Las llamadas deepfakes ya no son curiosidades tecnológicas: son instrumentos de suplantación cada vez más frecuentes en estafas financieras. Y en paralelo, las criptomonedas se han convertido en el refugio perfecto para el blanqueo y la evasión fiscal.
El resultado es una economía en la sombra cada vez más sofisticada. Las mafias digitales operan con un nivel de anonimato y velocidad que deja a los marcos regulatorios desfasados y a menudo impotentes. Y esto no es un problema ajeno: España ya ha visto cómo redes criminales se sirven de criptomonedas para canalizar ganancias del narcotráfico o para evadir controles tributarios.
La tecnología también ofrece respuestas
Sería un error pensar que la tecnología juega solo a favor del delincuente. La revolución Fintech ha abierto un arsenal de herramientas que pueden inclinar la balanza: monitoreo de transacciones en tiempo real, biometría conductual, sistemas de RegTech capaces de detectar patrones invisibles al ojo humano.
En el ámbito europeo, iniciativas de cooperación como Europol o la Autoridad Bancaria Europea exploran cómo aplicar IA y análisis de big data a la lucha contra el blanqueo. Pero el desfase entre el avance tecnológico de los criminales y la capacidad de reacción de las instituciones sigue siendo considerable.
Cuanto más se integran los activos digitales en la vida cotidiana, más se diluyen las fronteras de la economía tradicional. Lo saben bien los reguladores europeos, preocupados no solo por el fraude fiscal, sino también por usos aún más peligrosos: desde el tráfico de armas hasta la financiación del terrorismo. ¿Cómo controlar un flujo que no conoce aduanas?
El desafío no es homogéneo. Mientras algunos países avanzan en marcos regulatorios sólidos, otros permanecen inmóviles, generando vacíos que los criminales aprovechan con agilidad transfronteriza. Es lo que en la jerga financiera se conoce como Regulatory Arbitrage: los delincuentes no necesitan paraísos fiscales tradicionales, les basta con moverse entre jurisdicciones digitales laxas.
Transparencia como condición indispensable
El acceso democratizado a servicios financieros a través de plataformas móviles y crowdfunding es, sin duda, un avance. Pero también plantea riesgos: los delincuentes aprenden rápido y aprovechan cada resquicio regulatorio con una agilidad que debería incomodarnos a todos. Aquí la transparencia no puede ser opcional: es la única barrera que puede frenar la infiltración del crimen en el corazón de la economía.
La batalla por la integridad financiera internacional requiere decisión política, inversión tecnológica y, sobre todo, voluntad de cooperación. El propósito es común: liderar no solo con regulación, sino con innovación responsable. Porque lo que está en juego no es un debate técnico, sino el modelo de sociedad que queremos construir.
Conviene preguntarnos: ¿estamos preparados para que el delito ya no se cometa en la calle, sino en la nube? La respuesta marcará la próxima década económica. La regulación, por sí sola, no bastará. La innovación tecnológica, si no va acompañada de ética y responsabilidad, tampoco. Lo que se necesita es un pacto internacional que cierre las grietas por las que se cuela la economía ilícita.
El futuro de la economía no se decidirá en los bancos centrales, sino en el pulso diario entre algoritmos y criminales. Y las naciones, no pueden permitirse perder esa partida.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.