Trump y Maduro, en pie de guerra
El Gobierno venezolano anuncia una gran movilización de reclutas y Washington redobla sus advertencias tras una semana de provocaciones mutuas

Doña Rosita huyó de Colombia hace más de 50 años por la pobreza y la violencia. Llegó a la Caracas de los setenta, una ciudad cosmopolita en la que había muchos más lujos que en su pueblo. Fue como aterrizar en otro planeta. En la capital venezolana circulaban coches de alta gama por las autopistas y la clase media-alta pasaba fines de semana en Miami. En ese tiempo llovían los petrodólares que ingresaba el país por la exportación masiva de crudo.
En 1992 empezó a circular el rumor de que se iba a cometer un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, el presidente. Ella fue al supermercado a comprar arroz, lentejas y comida enlatada. Sus vecinos le decían que era una exagerada, que no iba a pasar nada. Y pasó. El comandante Hugo Chávez intentó derrocar a Pérez, aunque no lo logró. Igualmente, fueron días de zozobra y ansiedades. No para ella, que podría haber sobrevivido meses sin salir de casa.
Ahora ocurre algo parecido: todo son contradicciones. Enciende la televisión y ve al presidente, Nicolás Maduro, vestido de militar. Ve misiles, buques, hombres con fusiles. Sale a la calle con el susto en el cuerpo y la gente le dice que no hay nada de lo que preocuparse. “¿Cuál guerra, doña Rosita? Puro show“, le bromean. No se fía, así que ha vuelto a aprovisionarse de víveres. A doña Rosita el fin del mundo no la va a pillar desprevenida.
Estados Unidos y Venezuela llevan una semana de provocaciones mutuas. Donald Trump, el presidente del país norteamericano, ha desplegado en aguas internacionales buques, destructores con misiles guiados y hasta un submarino nuclear, en el límite con el territorio venezolano. Asegura que lo hace para combatir el tráfico de drogas, pero Maduro —a quien Washington tilda de líder de un cartel “narcoterrorista”— está convencido de que se trata del paso previo a invadir su país. Una intervención militar que sería, si se produjera, la primera a gran escala lanzada por Estados Unidos en un país americano desde la invasión de Panamá en 1989.
El Gobierno chavista ha movilizado a millones de milicianos y nuevos reclutas que se suman a los cientos de miles de militares con los que cuentan, según aseguran sus dirigentes. Estas cifras son imposibles de verificar y los analistas las consideran poco realistas.
La flotilla estadounidense desplegada al sur del Caribe ya ha abierto fuego. Lo hizo a principios de esta semana, contra una lancha salida de costas venezolanas que, supuestamente, transportaba drogas. Un ministro de Maduro dijo que el vídeo en el que se ve cómo el misil impacta contra la embarcación, en la que viajaban 11 personas —ninguna sobrevivió—, había sido hecho con inteligencia artificial, por lo que el ataque era falso. Sin embargo, de puertas para adentro, Caracas lo ha considerado un gesto de hostilidad y no se ha quedado de brazos cruzados.
El Pentágono ha informado, además, de que el jueves dos aviones de combate F-16 del ejército venezolano sobrevolaron uno de sus buques, el USS Jason Dunham. Y Trump ha autorizado a sus mandos militares a derribarlos la próxima vez si lo consideran necesario.
En el Palacio de Miraflores, la sede del Gobierno venezolano y residencia presidencial ocasional, reina el desconcierto, según uno de los jerarcas chavistas más cercanos a Maduro. “Quieren acabarse este país a punta de misil”, se queja. El chavismo lleva más de una década de resistencia. No ha dado un paso al lado a pesar de que el PIB ha sufrido en este tiempo una reducción brutal del PIB: un descenso del 80%, una caída comparable a la de naciones en guerra. Ni lo ha hecho en este año, cuando ha quedado demostrado ante la comunidad internacional que Maduro perdió las elecciones presidenciales de 2024 frente a la oposición y aun así se nombró presidente. Maduro y quienes le rodean no están dispuestos a marcharse ni a llevar a cabo una transición democrática, como le han pedido incluso teóricos aliados como el presidente colombiano, Gustavo Petro, o el brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva.
En Miraflores han sorteado como han podido las sanciones económicas estadounidenses y europeas. “Somos capaces de resistir cualquier cosa. Este es un pueblo libre y digno”, dice el jerarca chavista. El Departamento de Estado de la Administración Trump ofrece una recompensa de 50 millones de dólares por información que conduzca a la detención de Maduro. Otros 15 millones por Vladimir Padrino López, el ministro de Defensa, un general de cuatro estrellas que se dice dispuesto a morir por la causa. Y 25 millones por Diosdado Cabello, el número dos del régimen, el más radical de todos ellos, el otro nombre que manejó como sucesor Chávez antes de morir en 2013 —acabó eligiendo a Maduro—. En el aspecto político, los mandamases son los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez. Ella, abogada con una especialidad en derecho laboral en París; él, psiquiatra y exalcalde de Caracas. Ambos están sancionados por el Departamento del Tesoro de EE UU.
Se suceden los llamamientos a la calma. Carolina Jiménez Sandoval, presidenta de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), una organización enfocada en los derechos humanos, se pregunta qué ocurriría si el país norteamericano derrocase el régimen chavista. “Estoy convencida de que no hay un plan a gran escala para lograr eso. En parte porque if you broke it, you own it (si lo rompes, te toca arreglarlo)”, explica por teléfono.
“Todos quisiéramos ver una transición a la democracia de manera pacífica. Los venezolanos ya votaron en contra de Maduro, hay un tejido democrático en el país. Esta amenaza militar también se puede interpretar como una forma de presión, de lograr deserciones, un quiebre interno”, añade. Sandoval cree que este caso tiene mucho de infodemia, en referencia a un exceso de información que provoca confusión. Y algo de psicoterror, un arma que ha utilizado con mucho éxito el chavismo y que ahora se le vuelve en contra.
¿Y si, algún día, nos despertamos y los buques ya no están allí? “Dejará de generar exposición mediática. Pero tendrá un coste político para Washington. La gente se preguntará de qué ha valido todo esto”, opina la experta. Andrei Servin, analista venezolano, añade: “No me parece que Washington busque una transición democrática. No rechazan a Maduro por su condición de dictador o tirano, sino más bien a sus vínculos con actividades ilícitas. Quiere generar inestabilidad dentro del régimen”.
Marco Rubio, el secretario de Estado, es quien más ha insistido en que el presidente venezolano en realidad es un criminal que lidera un cartel, el cartel de los Soles, una organización criminal dedicada al narcotráfico y liderada, supuestamente, por miembros de las Fuerzas Armadas Bolivarianas (por ahora no hay pruebas contundentes de que Maduro esté involucrado).

Venezuela ha vivido en los últimos años picos de enorme tensión y la sensación de que algo inminente iba a ocurrir, como ahora. Pero a esos picos siempre les ha seguido un período de calma después del cual todo volvía a la normalidad, es decir, a la supremacía del chavismo. Los venezolanos bromean con el microcuento de Augusto Monterroso, solo que cuando despiertan no está un dinosaurio, sino Maduro.
El 10 de enero de este año, Maduro se autoproclamó presidente. Ese día, María Corina Machado, la líder indiscutible de la oposición, aseguraba que iba a ser Edmundo González —que se había presentado como su candidato a las presidenciales y había obtenido un gran resultado— el que se enfundara la banda presidencial en Caracas. González vivía en el exilio, por lo que muchos se preguntaban cómo lo haría: ¿entraría en coche por la frontera? ¿Llegaría en un avión escoltado por cazas estadounidenses? ¿La CIA lograría infiltrarlo y él interrumpiría la toma de posesión de Maduro como los que se oponen a una boda? El chavismo, por si acaso, desplegó tropas y antimisiles por todo el territorio. Sin embargo, dieron las las 11.00 en el reloj, la hora exacta, y Maduro juró ante la Constitución sin mayor problema. Así que ahora muchos venezolanos están convencidos de que esto no son más que fuegos artificiales.
Los dirigentes chavistas saben que les toca aguantar, resistir, atrincherarse en el poder. A veces se les caricaturiza como políticos bananeros vestidos de chándal, parranderos, impuntuales y poco reflexivos. Sin embargo, en medio de las crisis muestran contención y ser muy cerebrales. Pueden llamar a alguien asesino y monstruo imperialista y al día siguiente sentarse con él a tomar un café. Sin ir más lejos, Maduro dijo el viernes que respeta a Trump y que está dispuesto a negociar —el chavismo acusa a Rubio de envenenar con sus ideas a Trump para empujarlo a iniciar una guerra—. “Ojalá recapacite”, le pidió.
Sirva como ejemplo lo que ocurrió en 2023, cuando, en medio de un período de máxima inestabilidad, Jorge Rodríguez se reunió en Qatar con un miembro de la Administración de Joe Biden, en un encuentro que fue revelado por EL PAÍS. Entre Estados Unidos y Venezuela ningún escenario es definitivo, todo está sujeto a negociación. Doña Rosita, por si las moscas, llena la despensa. El futuro resulta impredecible.
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