Ir al contenido
_
_
_
_

COP30 en la Amazonía: ¿cumbre crucial o carnaval climático?

Que el evento tenga lugar en ese territorio tan simbólico es una declaración poderosa que ofrece una oportunidad extraordinaria para cambiar la narrativa, volver a poner en el centro el conocimiento indígena, reimaginar la gobernanza

Carguero navega por el río Amazonas, en Belém, Brasil.

Acabo de regresar de Atalaia do Norte, en la Amazonía brasileña, donde el 5 de junio, en el río Yavarí, honré la memoria de mis amigos, el periodista británico Dom Phillips y el indigenista brasileño Bruno Pereira, brutalmente asesinados allí por su inquebrantable defensa de los derechos indígenas y de la Amazonía.

Lo que presencié allí no fue solo memoria, fue un duro recordatorio de lo que está en juego: la vida de todos los seres humanos y del resto de la naturaleza, la preservación de los territorios indígenas y el derecho a soñar con una Amazonía más allá del saqueo de la extracción capitalista. La misión Dom y Bruno —escuchar las voces indígenas y defender la selva— sigue guiando a quienes creemos que la Amazonía no es un recurso por explotar, sino un archivo vivo y palpitante de conocimientos ancestrales, dignidad y resistencia.

He recorrido tanto los pasillos de las conferencias mundiales como los senderos inundados de la selva, y en ambos lugares me he detenido a escuchar. Lo que escucho no son las promesas corporativas, sino las advertencias ancestrales que Dom Phillips resumió de la siguiente manera Cómo salvar la Amazonía, su libro póstumo: “La gente debe aprender de los pueblos indígenas que solo el pensamiento colectivo y comunitario, y no la codicia individual, puede salvar la Amazonía”.

Sus palabras revisten hoy mayor urgencia. La Amazonía no necesita otra cumbre centrada en un espectáculo de líderes mundiales desvinculados de su realidad. Se necesitan medidas basadas en el cuidado, la justicia y el respeto a los administradores originales de la selva. Lo que he presenciado en la Amazonía no es solo la degradación medioambiental, sino la erosión del sentido y la pertenencia.

El precio de la exclusión

A medida que se acerca la COP30, los ojos del mundo se vuelven hacia Belém y los impactantes precios de las habitaciones de hotel, que son hasta tres veces superiores a los de Glasgow durante la COP26. No deja de ser irónico —y amargo— ver cómo las exorbitantes tarifas reflejan el mismo capitalismo depredador que está destruyendo la Amazonía en su inexorable búsqueda de beneficios económicos. Pero no se trata solo de costes inflados: se trata de exclusión. Debido a estos precios, los delegados de los países más pobres y de las organizaciones de base de la sociedad civil, que suelen representar a las comunidades más afectadas por la crisis climática, no pueden participar. (¿Qué tipo de justicia climática se puede conseguir cuando asistir a la “COP de la gente”, el foro paralelo de ONG y organizaciones populares, en Belém, cuesta entre 8.400 y 16.800 dólares por persona?)

Si Belém se convierte en un patio de recreo para privilegiados, la Amazonía volverá a ser mercantilizada como espectáculo y sus ríos, pueblos y ecosistemas se convertirán en decorado para el postureo diplomático. La gobernanza climática no puede subastarse al mejor postor. Si la COP30 excluye a las mismas voces que pretende elevar, no será una cumbre de soluciones, sino un símbolo de hipocresía.

¿Negociación o actuación?

Como nos recuerda el reciente “Llamamiento para una reforma urgente de las conversaciones de la ONU sobre el clima”, el proceso de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático ha fracasado sistemáticamente en la obtención de resultados significativos. Las emisiones siguen aumentando. Las comunidades indígenas y tradicionales siguen marginadas. El ecosistema amazónico, regulador crucial para el planeta, está al borde del abismo.

Mientras tanto, en los últimos 30 años, las COP se han convertido en espectáculos mediáticos, masivos, performáticos y a menudo vacíos. Con fastuosos pabellones, brillantes campañas y marcas corporativas, la Zona Azul, el espacio de las negociaciones oficiales, se ha convertido en un mercado del clima, cada vez más alejado de las comunidades mayormente afectadas por el colapso ecológico. No es una cuestión de percepción: es un fracaso político.

Una reciente investigación del New York Times reveló que el número de participantes en las cumbres del clima ha crecido exponencialmente. Mientras que la COP29 tuvo 71.000 asistentes, la COP28 de Dubái contó con más de 84.000, entre los que predominaron los grupos de presión de los combustibles fósiles, las corporaciones y las delegaciones gubernamentales. Lejos de significar un avance, esta abultada asistencia refleja la brecha cada vez mayor entre los responsables de tomar las decisiones y las comunidades más afectadas por la crisis climática.

La Amazonia no es un telón de fondo

Belém no es solo una ciudad: es la puerta de entrada a uno de los biomas más complejos y amenazados de la Tierra. Que la COP30 tenga lugar en la Amazonía es, en sí mismo, una declaración poderosa que ofrece una oportunidad extraordinaria para cambiar la narrativa, volver a poner en el centro el conocimiento indígena, reimaginar la gobernanza y potenciar las alternativas bioculturales frente a la extracción.

Pero, ¿cómo podrá ocurrir todo esto si las corporaciones de combustibles fósiles patrocinan los pabellones más grandes? ¿Si el Gobierno brasileño subasta bloques para explorar petróleo frente a la costa amazónica? ¿Si se invita a las comunidades indígenas que defienden la selva a actuar en el escenario, pero se las silencia en la mesa de negociaciones? ¿Si la reforma política se debate en carpas con aire acondicionado mientras a solo a pocos kilómetros los ríos se desbordan y la selva arde?

Arreglar la gobernanza, no la apariencia

En esta COP, el Gobierno brasileño ha promovido una “gobernanza innovadora” a través de foros descentralizados, grupos de trabajo y un mutirão o esfuerzo conjunto. Aunque esto indica que ha habido cierta apertura, muchos miembros de la sociedad civil temen que se diluya. Hay poca claridad sobre quién es responsable, qué estructuras de toma de decisiones existen y cómo se valorará el conocimiento de las bases.

Si la COP30 no consigue integrar de forma significativa estas voces, si sigue sirviendo a la coreografía diplomática de las élites y las corporaciones, no solo no alcanzará sus objetivos políticos, sino que erosionará aún más la confianza en los procesos climáticos mundiales.

En Belém tenemos la oportunidad de apartarnos del camino del colonialismo climático. De rechazar el modelo en el que el Sur Global se convierte en una sala donde exponer y vender “bioeconomías” y “crecimiento verde”, la misma la extracción con nuevos disfraces.

La verdadera acción climática debe desmantelar las estructuras que crearon la crisis. Eso significa poner fin a la expansión de los combustibles fósiles. Significa enfrentarse a los intereses de la agroindustria y la minería. Significa ver el conocimiento indígena no como “complementario”, sino como central.

Reconstruir, no renovar la imagen

Para lograrlo necesitamos una COP basada en la responsabilidad, la equidad y la escucha radical, una COP que consagre los derechos territoriales de los pueblos indígenas, que ponga fin a las subvenciones a los combustibles fósiles y se abra a los actores no estatales de formas que no sean solo simbólicas.

No permitamos que la COP30 se convierta en otro carnaval climático de exclusión, ecoblanqueo y performance gubernamental. Hagamos que sea una ruptura: un momento en el que la Amazonía no hable desde los márgenes, sino desde el centro de la escena mundial. La Amazonia no es un destino. Es una advertencia, un maestro y un espejo. Y no esperará.

Dom Phillips creía que las respuestas ya estaban ahí, en la administración indígena, en la responsabilidad colectiva, en aprender a desaprender. Si ignoramos estas lecciones en Belém, nos arriesgamos no solo a fallar a la selva y a sus pueblos, sino a perder nuestra última oportunidad de escucharla de verdad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_