Perú, rumbo a las presidenciales 2026
Restan menos de diez meses para las elecciones y no hay favoritos claros. El votante llega más atento que entusiasta: exige coherencia, preparación y resultados verificables

Perú se acerca a 2026 con un crecimiento que apenas roza el 2 % y sin presiones inflacionarias ni turbulencia cambiaria, pero también sin traducir la expansión en mejor calidad de vida. La inseguridad encabeza las preocupaciones, mientras el Congreso, partidos y sistema de justicia mantienen una desaprobación crónica. La ciudadanía —distante y recelosa— parece haber renunciado a esperar soluciones “desde arriba”; esa resignación condicionará el voto.
Esta estabilidad superficial contrasta con una desconfianza estructural que define el momento político actual. En 2016 y 2021 el terreno fue inclinado: casos judiciales activados selectivamente, campañas mediáticas dirigidas y un arbitraje electoral cuestionado. El resultado de 2021 —un presidente sin pericia— reforzó la idea de que la cancha estaba marcada por operadores afines a la izquierda progresista instalados en organismos clave. El recelo permanece.
Sin embargo, los engranajes institucionales siguen iguales, pero el electorado no. Millones vigilan con redes sociales en mano: graban, archivan y viralizan. La pauta o el editorial ya no ocultan errores; los discursos se contrastan en segundos. Esta nueva realidad digital ha transformado completamente las reglas del juego político.
En el escenario político actual, sin candidaturas oficiales todavía, varios protagonistas se mueven estratégicamente.
Vicente Alanoca presenta un mensaje antisistema con tono moderado: una izquierda distinta al cerronismo, menos estridente, con un discurso directo que busca diferenciarse de las opciones tradicionales de ese espectro político.
Keiko Fujimori, con una base dura pero un techo bajo, inicia su cuarto intento que parece apuntar más a sostener cuota legislativa que a disputar el Ejecutivo. Su estrategia refleja el reconocimiento de las limitaciones que enfrenta para expandir su apoyo electoral.
Carlos Álvarez mantiene una popularidad de entretenimiento sin lograr el salto al terreno programático; su expectativa inicial permanece en pausa mientras busca consolidar una propuesta política seria.
Rafael López Aliaga cuenta con el respaldo de sectores conservadores, pero su gestión en Lima enfrenta críticas: existe una notable distancia entre retórica y resultados en la capital, además de una presencia digital percibida como inorgánica.
Un caso particular es el de Phillip Butters, empresario-comunicador con un despliegue digital atípico: conversa con creadores juveniles e influencers populares y entiende los códigos de TikTok, YouTube y podcasts mejor que la mayoría. Su visibilidad va en aumento, aunque su candidatura aún está por definirse.
El perfil del elector de 2025 es notablemente diferente: pragmático y desconfiado, el país dejó de buscar “salvadores”. Hoy se valora la claridad, la competencia y la capacidad de ejecutar. El votante —joven, hiperconectado— privilegia hechos sobre retórica y exige coherencia entre el discurso y la acción.
Esta transformación del electorado coincide con un cambio radical en las reglas de la campaña política. La contienda electoral vivirá en WhatsApp, TikTok y transmisiones en vivo. Quien no domine la lógica de la inmediatez quedará fuera del radar. Los debates importarán por sus clips virales más que por la señal abierta: cada gazapo será amplificado y la autenticidad cotizará al alza.
En este contexto, emergen tanto riesgos como oportunidades. El principal riesgo es la irrupción de un outsider que canalice la frustración provincial con un mensaje simplista, aprovechando el descontento generalizado con el sistema político tradicional. Sin embargo, también existe una oportunidad significativa: un liderazgo moderado, con equipo técnico y lenguaje directo, podría ocupar un centro político que hoy permanece vacante.
Restan menos de diez meses para las elecciones y no hay favoritos claros. El votante llega más atento que entusiasta: exige coherencia, preparación y resultados verificables. No busca redentores, sino seriedad y transparencia. En ese margen estrecho entre la expectativa ciudadana y la oferta política disponible se definirá el inmediato futuro del país, en un proceso electoral que será determinado tanto por la capacidad de adaptación a las nuevas reglas digitales como por la habilidad de conectar con un electorado que ha madurado políticamente a través de las crisis recientes.
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