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HAMBRE
Tribuna
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El hambre de los otros

La ONU aspira a que el principio “no dejar a nadie atrás” sea la motivación universal de su Agenda 2030, cuyo objetivo de desarrollo sostenible número dos es “hambre Cero”

Un joven lleva platos con comida en un albergue en Puerto Príncipe, Haití, el 3 de mayo de 2024.

Hay quienes no sufrimos hambre y hay quienes sí. A este segundo grupo pertenece uno de cada once habitantes del planeta. En situación de inseguridad alimentaria moderada se encuentra el 29% de la población mundial. Si alguna vez nos propusimos (nosotros, los países que participamos de los organismos multilaterales como ONU y FAO) erradicar el hambre para 2030, hoy ya anticipamos que ese buen deseo no se cumplirá.

Las grandes propuestas en salud pública tienen dos ámbitos motivacionales, uno ético y otro pragmático. En este caso, el primero nos remite al que sufre hambre, al que ve a otro sufrir hambre, al que ve a sus hijos sufrir hambre. El segundo ámbito nos refiere a los mecanismos que hacen que el estado de salud de la población determine el devenir de la sociedad en su conjunto: eficiencia de la fuerza laboral, migraciones, tensiones políticas, delincuencia, desarrollo del potencial intelectual de sus habitantes.

En 1952 se creó en Chile un Servicio Nacional de Salud cuyos adalides fueron dos médicos políticos, Salvador Allende y Eduardo Cruz-Coke. Enfatizaba cada cual que toda persona tiene el derecho a acceder a una salud digna y que el país para desarrollarse debía contar con una fuerza de trabajo eficiente y productiva. Esas dos líneas convergentes permitieron la creación de un sistema público de salud muy bien estructurado.

Las mismas motivaciones éticas y pragmáticas llevaron en Chile a prácticamente erradicar la desnutrición infantil. En 1954 se creó el Programa Nacional de Alimentación Complementaria vinculado al control de embarazadas y niños, quienes, cuando asumió Allende la Presidencia de la República en 1970, comenzarían a recibir medio litro de leche diario. El proceso culminó cuando el doctor Fernando Mönckeberg creó un instituto transdisciplinario en la Universidad de Chile y un programa que prácticamente erradicaría la desnutrición infantil. Mönckeberg puso sobre la mesa un argumento novedoso: dado que la desnutrición infantil precoz interfiere de forma difícilmente reversible con el desarrollo del sistema nervioso central, quienes la hayan padecido no podrán incorporarse plenamente a las nuevas modalidades productivas. Se completa así el círculo de pobreza, hambre, subdesarrollo, pobreza… y se colige que sin erradicación del hambre no habrá progreso social. Quizás lo anterior afecta incluso la idea de democracia liberal: ¿qué sentido tiene el derecho a voto y la libre determinación si de partida al individuo no se le permite desarrollar su propio potencial? Otra más incómoda: ¿queremos de verdad contar con una ciudadanía inteligente, en nuestro país y en países lejanos?

La persistencia por décadas de esta política pública en Chile logró que la desnutrición infantil que alcanzaba un 34% en los años sesenta fuera prácticamente erradicada y que la mortalidad infantil cayera de 128 por cada 1.000 nacidos vivos en 1960 a seis en 2023. Este es un paralelismo causal, pues la desnutrición es un factor de riesgo para enfermedades infecciosas, principal causa de mortalidad para ese rango etario pues, de hecho, a nivel global se calcula que un 45% de la mortalidad infantil se asocia a desnutrición.

La ONU aspira a que el principio “No dejar a nadie atrás” sea la motivación universal de su Agenda 2030, cuyo Objetivo de Desarrollo Sostenible número 2 es “Hambre Cero”. Un pueblo entero al que hemos dejado atrás es Haití. La prevalencia de inseguridad alimentaria en ese país aumentó del 35 % en 2019 al 48 % en 2024. Dos millones de personas enfrentan niveles de hambre de emergencia y hasta 6,000 personas desplazadas internamente experimentan niveles catastróficos de hambre.

La Misión de Estabilización de Naciones Unidas para Haití, en la que Chile tuvo un rol importante desde su establecimiento en 2004 hasta su conclusión en 2017, apoyó el fortalecimiento de las instituciones locales, la capacitación técnica y operativa de la Policía Nacional y la habilitación de infraestructura crítica, como caminos, sistemas de agua potable y entidades comunitarias, además de la ayuda humanitaria prestada en las situaciones de emergencia de 2010 y 2016.

Si después de todos esos afanes hoy vemos que uno de cada dos haitianos no tiene suficiente para comer, pareciera que el mito de Sísifo es la perfecta analogía de lo que viene ocurriendo en Haití. Cada cierto tiempo, con gran esfuerzo de muchos organismos y países, se logra remontar una situación de hambre e inestabilidad institucional, solo para ver como vuelve luego a desplomarse. Resulta ineludible entonces redefinir la cooperación con Haití buscando soluciones estables y duraderas tanto en la capacidad de producir alimentos como en la fortaleza de su institucionalidad y del orden público. Se debe diagnosticar y tratar las bases estructurales del hambre, yendo más allá de un mero socorro que perpetúe el equilibrio precario que llevó a la situación que lamentamos y tratamos de corregir.

Lo fundamental es asumir que debemos no dejar a nadie atrás, decisión que, como decíamos recién, puede responder a motivos éticos, pragmáticos o a ambos. Alternativamente, podemos resignarnos (y no necesariamente con la tristeza que suele acompañar a la resignación) a que algunos pocos o muchos tengan que quedar atrás, que tengan hambre o que mueran por falta de alimentos. Como resulta incómodo decirlo así, quienes opten por este curso de acción han de considerar el hambre como algo inevitable e inmanejable, pero tolerable. Algo parecido pueden decir del cambio climático y, por qué no, del conjunto de los objetivos de desarrollo sostenible, agregando que el que estos no se cumplan no quiere decir que no haya progreso, hasta más bien lo podría facilitar.

A la hora de justificar la persistencia del hambre puede incluso invocarse a Darwin, probablemente uno de los científicos más brillantes de la historia y sin duda el más tergiversado, y afirmar que necesariamente muchos han de quedar atrás en esta lucha por la supervivencia, lucha que, sin embargo, resulta en el progreso de los sobrevivientes.

Dos alcances finales. Primero, Haití no tiene armas nucleares que temer ni petróleo que ir a buscar. Segundo, el título de esta columna es inobjetable pues el hambre siempre es de los otros, no de quienes podemos leer los periódicos y escribir en ellos.

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