Salvar al pangolín: una batalla global contra el crimen ambiental organizado
El tráfico de pangolines puede sonar para algunos como un asunto marginal. No lo es. Se está ante una actividad delictiva de alto nivel


En el frente menos visible pero no menos crucial de la lucha contra el crimen transnacional, hay un hecho reciente importante, que a algunos podría sonar “anecdótico” pero no lo es: la reciente incautación de 840 kilos de escamas de pangolín. El hecho es que es una grieta importante en una de las redes de tráfico ilegal de fauna silvestre más lucrativas y crueles del planeta.
Tengo el privilegio de integrar la muy activa Wildlife Justice Commission, organización internacional no gubernamental que viene impulsando acciones de aplicación de la ley para proteger especies en proceso de extinción por la caza y el tráfico ilegal. La práctica demuestra que hay muy buenos resultados cuando se articulan entre si la vigilancia internacional, de un lado. Con las fuerzas de policía y seguridad nacionales, por el otro.
Realidades interconectadas
Este operativo exitoso no solo representa un duro golpe a las mafias internacionales que lucran con la biodiversidad, sino que también desnuda tres realidades interconectadas: el papel de Nigeria como plataforma logística del crimen, la insaciable demanda asiática de productos derivados del pangolín y, afortunadamente, el fortalecimiento de la colaboración internacional en defensa de especies al borde de la extinción.
Nigeria, epicentro del tráfico ilegal
En la última década, Nigeria se ha convertido en uno de los principales nodos de tránsito de escamas de pangolín, pese a que estos mamíferos —únicos en el mundo por su coraza de queratina— no habitan allí en la cantidad que correspondería al volumen confiscado. Las escamas llegan desde los bosques de África Central y Occidental, y son después embarcadas, desde los puertos de Lagos, hacia mercados asiáticos, especialmente China y Vietnam. Entre 2016 y 2022, se incautaron más de 60 toneladas de escamas de pangolín en suelo nigeriano, apenas la punta del iceberg de un comercio clandestino que mueve cientos de millones de dólares. Puertos como Apapa y Tin Can Island han sido escenarios recurrentes de decomisos de grandes cantidades de escamas ocultas en cargamentos falsamente declarados como anacardos o chatarra. Las redes criminales que operan desde y hacia Nigeria aprovechan la corrupción aduanera, la debilidad regulatoria y la falta de controles.
Asia: tradición, lujo y mercado negro
Pese a la prohibición total del comercio internacional de productos de pangolín desde 2017 —gracias a su inclusión en el Apéndice I de la CITES— la demanda persiste. En buena parte de Asia, sobre todo en China y Vietnam, se atribuyen, sin sustento científico alguno, a las escamas supuestas propiedades curativas. Se recetan en medicina tradicional para tratar desde la artritis hasta trastornos reproductivos. A eso se suma el estatus de lujo que se ha tejido en torno a estos productos, usados como símbolo de poder económico. El resultado es una cadena de suministro criminal que abarca varios continentes. Los traficantes utilizan rutas sofisticadas, sistemas de blanqueo de mercancías y redes de complicidad que incluyen funcionarios corruptos. Cada escama confiscada es una historia de muerte animal, pero también de impunidad humana.
La incautación: un hito y una oportunidad
Las grandes incautaciones generan efectos multiplicadores: disuaden, alertan, y sobre todo, proporcionan evidencia clave para investigaciones más amplias. No es solo lo que se impide traficar hoy, sino lo que se puede prevenir mañana si se actúa con inteligencia estratégica.
El decomiso de 840 kg —equivalente a miles de pangolines sacrificados— no es un caso menor. Su magnitud revela el accionar de una red criminal bien estructurada y transnacional. Pero más importante aún: abre una ventana de oportunidad. Las autoridades pueden, si hay voluntad política y cooperación policial y judicial, desentrañar rutas, identificar financistas y capturar a los líderes de estas organizaciones. Una batalla que no admite treguas
La reciente incautación es una victoria, pero también una alarma. Mientras sigan saliendo cargamentos del tamaño de este último, queda claro que estamos lejos de haber ganado la guerra. El pangolín, el mamífero más traficado del mundo, está en peligro de desaparecer. Y con él, desaparece también una parte del equilibrio ecológico que sostiene nuestra vida. No basta con celebrar los golpes al contrabando. Es hora de sostener una ofensiva global, articulada y permanente contra el crimen ambiental. Porque defender al pangolín es, en última instancia, defendernos a nosotros mismos.
La fuerza de la cooperación internacional
Este operativo exitoso no habría sido posible sin la articulación entre organismos internacionales, fuerzas del orden y ONG especializadas. Iniciativas como la Operación Thunderstorm, coordinada por INTERPOL y la OMA, o el trabajo conjunto de UNODC, USAID y entidades locales, están demostrando que la cooperación da frutos. En Nigeria, el acompañamiento técnico de organizaciones como la Wildlife Conservation Society o la African Wildlife Foundation ha sido decisivo. Además, la creciente colaboración con agencias de Vietnam y China resulta vital, pues sin frenar la demanda en los países destino, toda contención en origen seguirá siendo insuficiente.
Delitos de alto nivel
El tráfico de pangolines puede sonar para algunos como un asunto “anecdótico” o marginal. No lo es. Pues se está ante una actividad delictiva de alto nivel, vinculada con redes de narcotráfico, lavado de activos y corrupción sistémica. Proteger al pangolín es proteger también la gobernabilidad, la transparencia y el estado de derecho en regiones vulnerables. La comunidad internacional debe redoblar esfuerzos. Es necesaria una mayor presión política, penas más severas y campañas que desmonten los mitos sobre las supuestas propiedades curativas de las escamas. Si no se reduce la demanda, ninguna frontera será suficiente.
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