La resurrección natural de Trindade, la recóndita isla brasileña devorada por las cabras
A mil kilómetros de la costa de Brasil, sorprende a los científicos con una recuperación récord de su flora tras la desaparición de su principal enemigo

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Llegar hasta ella requiere paciencia. Son cuatro días de barco desde la costa sureste de Brasil, a más de mil kilómetros de distancia. Pero una vez allí, la isla de Trindade no defrauda: imponentes colinas rocosas, praderas y playas desiertas tomadas por el silencio, un paisaje que parece salido de Parque Jurásico. Solo la pisan un puñado de científicos y militares de la Marina que vigilan el punto más Occidental de Brasil. Son los privilegiados que ahora pueden asistir al milagro de la resurrección de la isla después de haber sido devastada durante siglos por cientos de cabras. Los animales, introducidos por navegantes europeos en el siglo XVIII, arrasaron con toda la vegetación nativa, pero tras su erradicación a principios de los años 2000 la isla está recuperando rápidamente su esplendor original, según han constatado un grupo de científicos del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro en un estudio publicado recientemente en la revista Journal Vegetation Science.
Todo se remonta al primer desembarco en la isla. Se produjo en 1700, cuando el astrónomo Edmond Halley (el que dio nombre al cometa) se apropió de este inhóspito peñasco en nombre de Inglaterra. En realidad, el navegador portugués João da Nova ya la había descrito mucho antes, en 1501. A finales del XIX, el Reino Unido cedió la isla a Brasil. Durante siglos, fue un puesto de paso frecuente para conquistadores, comerciantes y piratas, por su posición estratégica y porque es la única isla del Atlántico Sur con cursos de agua dulce. Con los humanos llegaron los animales, y ratones, cerdos y cabras empezaron a campar a sus anchas. A falta de depredadores naturales (aquí no hay ni siquiera serpientes, como mucho algunas arañas) se reprodujeron sin control. Al devorar plantas y arbustos, el sustrato quedó a merced del viento y se erosionó rápidamente, en muchos casos dejando al descubierto enormes superficies de pura roca. El verde original que cubría parte de la isla, con 11 especies endémicas de plantas, acabó reducido a un mosaico de pasto y secarral en el mejor de los casos.

A partir de los años 90 de este siglo, de la mano del aumento de la concienciación medioambiental, empezó a cuajar la idea de que las especies invasoras eran un problema. Cualquier modificación en un ecosistema tan frágil como una isla en medio del océano puede desencadenar consecuencias desastrosas. Exterminar a los cerdos fue relativamente fácil. En cambio, las cabras, ágiles escaladoras, pusieron más resistencia. Algunas tuvieron que ser abatidas desde un helicóptero. Se encargaron la treintena de militares de la Marina que se turnan en un pequeño puesto inaugurado en los años 50 para defender este territorio, desconocido incluso para la mayoría de brasileños.
En este límite fronterizo donde nunca pasa nada, matar cabras fue durante años su principal misión. Se calcula que en 1994 había 800. Las últimas 250 fueron sacrificadas diez años después. Sus restos se dejaron en la isla y fueron devorados por cangrejos terrestres endémicos. Hoy ya no queda ni rastro de ellas.
Con la desaparición de las cabras, la vegetación tuvo su momento de gloria: entre 1994 y 2024 el área forestal aumentó casi un 1.500% y ahora cubre el equivalente a 65 campos de fútbol. La zona de pastizal aumentó un 319%, hasta las 325 hectáreas. El biólogo Felipe Zuñe, uno de los científicos participantes en el estudio, explica por teléfono que todo ocurrió de forma natural, sin reforestación ni ningún tipo de intervención humana. “Es la naturaleza por sí misma, tratando de levantarse”, dice. La isla, “un auténtico laboratorio a cielo abierto”, permite estudiar ahora los tesoros naturales que han recuperado el vigor, como un bosque de helechos gigantes (las plantas más antiguas del planeta) que alcanzan varios metros de altura.

El estudio ahora publicado se remonta a los años 90 con las primeras visitas del equipo de científicos liderado por Nílber Gonçalves da Silva, y también incluyó un metódico análisis de miles de imágenes captadas vía satélite. La principal conclusión es que las cabras fueron el gran factor determinante para la supresión de la flora, pero que también hubo otros (temperatura, vientos, precipitaciones) que intensificaron el fenómeno, lo que lleva a la reflexión sobre el calentamiento global. “¿Qué pasaría con esa flora si dentro de unos años la temperatura sube 2,5 grados?”, provoca Zuñe, que, pese a todo, se queda con el mensaje positivo que arrojan los brotes verdes de Trindade: “La isla es un símbolo de resiliencia, de la esperanza del regreso (…) en un mundo cada vez más urbanizado y desconectado de la naturaleza mirar a esta isla es recordar que aún existen lugares preservados que dependen de nosotros para continuar existiendo”.
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