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En colaboración conCAF

El poder del guano de pingüino para reducir los efectos del cambio climático en la Antártida

Un estudio publicado en ‘Nature’ destaca que los residuos fecales que estos animales esparcen generosamente por la zona liberan amoniaco, un gas clave en la formación de las nubes que actúan como capas aislantes de la atmósfera

pingüinos antártida
Constanza Cabrera

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En la Base Marambio, en plena península antártica y dependiente de la Fuerza Aérea de Argentina, el frío y la brisa helada dibujan el paisaje del desierto polar. En la isla abunda el permafrost, las piedras y los temporales mudos, que no acarrean ni truenos ni relámpagos tras de sí. También es el hogar de los pingüinos Adelia, que suelen agruparse en colonias de 60.000 miembros, a ocho kilómetros de la principal estación científica del país trasandino que lleva una década de funcionamiento.

Mientras que en aquel páramo de hielo y roca se reúnen para convivir, encontrar pareja y formar una familia, los pingüinos, sin saberlo, también podrían estar ayudando a mitigar los efectos del cambio climático, un impacto sobre el medio ambiente hasta ahora no tan conocido. Los residuos fecales que estos animales esparcen por doquier (conocidos como guano), liberan amoniaco en la zona, un compuesto esencial que influye en el aumento de la formación de cierto tipo de nubes que actúan como capas aislantes de la atmósfera, señala un estudio publicado en la revista Nature.

Matthew Boyer, pilota un dron para la recopilación de datos en la Antártida.

Matthew Boyer, investigador de la Universidad de Helsinki (Finlandia), se adentró junto con sus colegas en el continente blanco para entender cómo este gas incoloro, pero de olor nauseabundo que se produce de forma natural por la lenta descomposición de la materia orgánica, tiene el potencial de contribuir en la reducción de las temperaturas superficiales. “Nuestro trabajo consiste en estudiar los gases que influyen en la formación de partículas en la atmósfera”, le cuenta Boyer a América Futura.

El análisis se basa en la concentración de amoníaco en el aire entre enero y marzo de 2023. Los niveles de este gas son extremadamente bajos, lo que significa que cualquier fuente de ese elemento—ya sean emitidos por el océano o por animales del lugar—puede tener un impacto significativo. Una de sus deducciones es que los residuos de esta ave marina que se alimenta de krill y peces pequeños, liberan grandes volúmenes de amoníaco a la atmósfera, lo que promueve la creación de pequeñas partículas denominadas aerosoles.

El amoniaco puede incrementar la creación de estas partículas suspendidas en el aire que proporcionan al vapor de agua una superficie sobre la que condensarse, lo que da lugar a la formación de nubosidad. Pero las nubes, dependiendo de su tipo, impactan de diferente forma el clima. En algunos casos, reflejan la luz solar hacia el espacio, enfriando la superficie. Y, en otras, atrapan la radiación, lo que contribuye al calentamiento. “Esta interacción es compleja y depende de muchos factores”, enfatiza el científico.

Pingüinos Adelia caminando por la costa antártica.

Los investigadores, además, se percataron de que cuando el viento soplaba desde la dirección de una colonia, la concentración de amoniaco aumentó hasta 13,5 partes por billón. Este efecto persistió incluso después de que los pingüinos migraran del área hacia finales de febrero. Entonces, la cantidad de amoníaco seguía siendo más de 100 veces mayor que la de referencia. El guano que quedaba seguía emitiendo el gas.

Las semillas del aire

Los gases oceánicos sufren transformaciones químicas en la atmósfera, produciendo compuestos como el ácido sulfúrico que, cuando interactúa con el amoníaco, puede iniciar un proceso de formación de nuevas partículas. El hallazgo clave fue que, aunque el ácido sulfúrico por sí solo podría formarlas, la presencia de amoníaco acelera ese proceso “hasta mil veces”.

Eso es importante porque la velocidad de formación de partículas determina cuántas llegan a la atmósfera. Estas partículas actúan como semillas, alrededor de las cuales se forman gotas de nubes, llamadas núcleos de condensación. “Así que, mientras mayor sea la cantidad de partículas, existe una mayor probabilidad de que se formen las nubes”, explica Boyer.

La doctora por la Universidad de Cádiz, Erica Sparaventi, señala que el estudio destaca que cada organismo y componente del ecosistema “ofrece un servicio diferente”. “Ya se sabía del poder de plantación de guano, pero en tierra, sobre comunidades vegetales terrestres como musgo y líquenes”, explica.

Estación Marambio de Argentina, ubicada en el extremo norte de la península antártica.

Esto lo ha podido comprobar directamente a través de su trabajo en el proyecto PIMETAN, que investiga el papel de los pingüinos en el reciclaje de metales y nutrientes en el océano Austral. “Hemos visto que el guano, al ser insertado en las aguas cercanas a las colonias, pueden introducir metales traza esenciales para que se desarrolle el fitoplancton”, asegura la experta, que no fue parte de la investigación.

El conjunto de plantas planctónicas —que incluye algas microscópicas— se encuentra primero en la base de la cadena trófica antártica y también entra en juego en la bomba biológica de carbono. “El fitoplancton absorbe el dióxido de carbono de la atmósfera, lo transforma en el carbono orgánico que se verá absorbido”, dice la científica.

En palabras de Boyer, en la ciencia se construyen hipótesis basadas en datos, pero para llegar a afirmaciones, hace falta reunir más evidencia. Aun así, los resultados del análisis abren una puerta fascinante. “Los pingüinos pueden influir en la formación de partículas”, concluye el autor principal, lo que probablemente afecta la formación de nubes. El siguiente paso será medir directamente las propiedades radiativas de esas nubes para entender su impacto en el clima.

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