Bibliotecas comunitarias: el desafío de incentivar la lectura en las favelas de Río de Janeiro
Un puñado de activistas impulsan las obras por su cuenta en las barriadas de la ciudad, elegida Capital Mundial del Libro por la Unesco

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Cuando leyó su primer libro, Jessé Andarilho trabajaba lavando coches. Poco después, este joven carioca, gamberro confeso y mal estudiante, aprovechaba los largos viajes en tren hasta el trabajo (dos horas de ida y otras dos de vuelta) para escribir su primer libro, Fiel, tecleando en el celular. Ahora lidera una de las diversas bibliotecas comunitarias de Río de Janeiro, una respuesta que activistas de la lectura como él están dando a la crónica falta de bibliotecas públicas. En Río, solo hay 19, en una metrópolis de más de seis millones de habitantes.
Hambre de libros no falta. Andarilho lo notó enseguida cuando los vecinos de su favela, Antares, le hablaron de una comisaría de policía abandonada. ¿Por qué no transformarla en una biblioteca para el barrio? Así nació lo que después sería el Instituto Marginow, que ahora presta libros, pero también organiza teatro, recitales de poesía o batallas de rima. Un epicentro que irradia cultura en una de las zonas más pobres y degradadas de la ciudad y que ha cambiado la vida de sus vecinos. “Una vez estábamos en la biblioteca y una madre vino corriendo persiguiendo a su hija de 7 años. Le gritó: ‘¡A partir de hoy estás castigada, una semana sin ir a la biblioteca! Cuando yo era un chaval, el castigo era ir a la biblioteca. Solo por eso todo ha valido la pena”, resume. Convertido en autor de éxito contando historias del barrio, Andarilho recorre ahora escuelas dando charlas en las que alaba el poder de los libros: “La lectura cambió mi vida. Fui un alumno rebelde, de los que se sienta al fondo de la clase. Ahora hago que las profesoras no desistan de esos del final, y que empiecen a sentarse hacia adelante”, dice satisfecho.

Los libros también fueron la salvación para la pedagoga Ellen Ferreira y sus hijas, las gemelas Helena y Eduarda. En la favela de Providência, considerada la primera de Brasil, incrustada en el centro de Río, la rutina de violencia entre policías y narcotraficantes las acabó abocando a la lectura. Con los tiroteos es frecuente que las balas dañen los transformadores y los postes de la luz y el barrio se quede a oscuras. Sin televisión a mano, Ferreira aprovechaba esos momentos para intentar calmar a sus hijas leyendo. De ahí surgió la idea de ir más allá: “Hablé mucho con Helena sobre si la lectura debía ser solo para reconfortar o si también podría ser una herramienta para pensar en lo que estaba pasando y empezar a escribir otra historia, en que nuestra posibilidad de ser humanos fuese contemplada”.
Esta paciente pedagoga lo explica mientras intenta poner algo de orden en la algarabía de Lanchonete Lanchonete, un centro que acoge a 65 niños y adolescentes que viven en casas ocupadas en la región portuaria de Río. Aquí reciben clases extraescolares, almuerzos, talleres de arte y, además, tienen a su disposición la Biblioteca do Erê, impulsada por Ferreira y sus hijas. A las gemelas, el amor por la lectura las llevó a crear en Internet el perfil ‘Pretinhas Leitoras’ (negritas lectoras), con reseñas sobre libros. Todo surgió de la necesidad de compartir con su círculo el interés por lo que estaban leyendo, una rareza para sus amigas, abocadas a los clásicos cuentos de princesas rubias de lejanos reinos europeos. “En nuestra casa había mucha literatura negra, muñecas negras para sentirnos representadas, pero en nuestro colegio y con los amigos no veíamos eso. Empezamos a querer cambiarlo, primero con conversaciones al final de las clases o a la hora del patio”. Su batalla en favor de los libros con un enfoque más afrobrasileño tocó la tecla correcta: ahora tienen una legión de más de 67.000 seguidores en Instagram y planes para ampliar su pequeña biblioteca.

Unas calles más allá, junto al humilde gimnasio donde da clases de capoeira, tiene su rincón de los libros Flávio Ribeiro. Pasó su infancia jugando a fútbol descalzo por las calles de Providência, paró de estudiar muy joven, pasó por mil empleos y coqueteó con el narcotráfico, pero encarriló su vida gracias a la capoeira y los libros. Cuando estudiaba educación secundaria en un curso para adultos, ganó un concurso de redacción de la Academia Brasileña de Letras. El premio era una buena cantidad de libros. Para él, el embrión de una biblioteca para el barrio. A base de donaciones ha ido acumulando unos 2.000 ejemplares repartidos en unas estanterías que están abiertas a quien quiera acercarse. A falta de medios (ni siquiera hay una mesa), aquí el método se basa en la confianza y el self-service: cada uno apunta su nombre y el libro que se lleva a casa en un cuaderno. “Algunos libros vuelven. Otros no. Pero yo creo que eso es una buena señal, al menos están llevándose libros. Ya volverán”, dice optimista mientras se prepara para dar una de sus clases de capoeira. Los chavales que aprenden esta lucha ancestral brasileña antes o después siempre pasan un ratito por su estantería. Ribeiro sueña con mudarse a un espacio un poco mayor. Ahora acaba de formarse en derecho y se plantea estudiar biblioteconomía. “Ahora que tengo una biblioteca es lo que toca, ¿no?”, sonríe.
La motivación y el buen humor de quienes están detrás de estas pequeñas bibliotecas de barrio es equiparable al nivel de precariedad: trabajo voluntario, donaciones, y dolores de cabeza para pagar el alquiler o reformar un baño. El secretario de Cultura del Ayuntamiento de Río, Lucas Padilha, explica a América Futura que se está trabajando en una línea de ayuda directa que sostenga una estructura permanente, más allá de ir haciendo donaciones puntuales como hasta ahora. Asume que el número de bibliotecas públicas convencionales es “ridículo” (una para cada 260.000 cariocas), pero cree que hay que priorizar a quien ya está manos a la obra. “No sé si necesitamos construir una biblioteca pública municipal en cada barrio que no tenga. Quizá lo que necesitamos es un buen socio de cultura en cada zona, que entienda su entorno, para fomentarlo y que continúe haciendo su trabajo mejor y a mayor escala”, dice.

Río de Janeiro quiere que la puesta en valor de sus bibliotecas comunitarias sea uno de los legados del año en que fue Capital Mundial del Libro. Uno de los motivos que llevó a la Unesco a decantarse por la ciudad brasileña (la primera en lengua portuguesa en ostentar el título), fueron políticas de éxito como la Bienal del Libro. La pasada edición, celebrada a mediados de junio, batió todos los récords: 740.000 visitantes, un 23% más que en la última edición, que se llevaron a casa 6,8 millones de libros. El otro gran hito para celebrar la capitalidad de los libros se conocerá a finales de año, cuando la alcaldía divulgue el proyecto de la ‘Biblioteca del Saber’, una gran biblioteca del siglo XXI que será diseñada por el arquitecto Diébédo Francis Keré, ganador del Premio Pritzker, considerado el Nobel de la Arquitectura.
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