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Óscar Piñeres, el filósofo que impacta vidas desde el ‘skateboarding’ en Bucaramanga

En un entorno que durante años miró la patineta con desconfianza, lleva casi dos décadas demostrando que puede ser una herramienta de paz y futuro

En agosto pasado, Óscar Piñeres decidió salir a una plaza de la ciudad de Stávropol, en Rusia, para hacer lo que más le gusta en la vida: practicar con su tabla de skatebording. Atraídos por sus habilidades, los jóvenes locales lo rodearon rápidamente.

Allí, a más de 10.000 kilómetros de Bucaramanga, había viajado para recibir el Premio Laureado Kardo, el único en el mundo dedicado a los deportes urbanos y a las culturas alternativas. Sin hablar ruso y usando solo algunas palabras de inglés, Piñeres dio una especie de clase improvisada a punta de señas y ratificó el poder del skateboard (patineta) para conectar con la gente, especialmente con los jóvenes, y para trascender cualquier barrera cultural o idiomática.

Piñeres (Bucaramanga, 44 años) creció en el barrio Albania, en las laderas de la meseta de Bucaramanga, “bajando en patineta por la carretera” cada vez que podía. Así entendió que el movimiento y la velocidad podían ser una forma de libertad en medio de las dificultades económicas de su familia.

Años más tarde, ya como tecnólogo deportivo, convertiría esa intuición en Skate por la vida, una herramienta de paz, como llamó a su trabajo de grado. Sembró la primera semilla en el barrio Álvarez, donde empezó a enseñarles a niños y jóvenes a usar la tabla. Las clases tenían gran interés en los pequeños y algo de rechazo de parte de los adultos: “No nos dejaban patinar en la cancha pública, al punto que le echaron un piso nuevo y ya no se podía utilizar”, recuerda.

La respuesta no fue irse, sino insistir: “Hicimos la resistencia, estar siempre ahí”. Eso hasta que, con el tiempo y por medio del diálogo con la Junta de Acción Comunal, pudo gestionar permisos para llevar rampas y tubos móviles a la cancha.

Piñeres reafirmó su propósito de vida luego de un hecho muy doloroso: el asesinato de su amigo Dani Ramírez, en el parque de skateboard del barrio San Martín. Esa pérdida marcó su decisión de llevar “un mensaje de paz a los barrios a través de la patineta y utilizar el skateboarding como una herramienta de transformación social”. A partir de ese momento, las clases gratuitas en distintos sectores de Bucaramanga y su área metropolitana se consolidaron en la columna vertebral del proyecto.

En moto y con las tablas a cuestas, Piñeres empezó a recorrer la ciudad buscando dónde podía enseñar o promover lugares seguros y dignos para la práctica del skateboarding: “No bajaremos los brazos hasta que no veamos toda la ciudad llena de espacios adecuados”, agrega.

Con los años, el proyecto se articuló también a programas institucionales. Hoy trabaja en el Skatepark de la Universidad Industrial de Santander (UIS) y también con el Instituto del Deporte y la Recreación de la ciudad (Inderbu). Así ha podido, además, conseguir patinetas para prestar a los jóvenes de los barrios y rampas móviles que permiten convertir espacios vacíos en parques de skate.

Atina a decir que, desde 2008, por sus clases han pasado unos 900 jóvenes, pero más allá de las cifras, cuyo cálculo existe solamente en su memoria, lo que más valora es la huella que ha dejado: “Las evidencias de esos mismos chicos cuando se lo encuentran a uno, es algo que realmente llena el alma”.

Su manera de entender el skateboarding está atravesada por la filosofía, la carrera que estudia en la UIS y de la que empieza sexto semestre el próximo año. “Nosotros estábamos estudiando esa unión entre patineta y filosofía, y dábamos mucho con el pensamiento estoico”, cuenta.

Para él, repetir un truco hasta lograrlo es una forma de entrenamiento emocional: “Esa resiliencia que se tiene cuando uno lucha por hacer un truco es encontrar en el error una alternativa de cambio y de aprendizaje”.

Skate por la vida busca, además, proveer estructura y equilibrio para los jóvenes. “No solamente en la patineta, sino también en las emociones, en su día a día”. Por eso, insiste tanto en trabajar el miedo: “Enfrentar una baranda gigante, una rampa alta, un truco que aterra, es una lucha diaria contra el ‘yo’”.

Su trabajo de diecisiete años ha alcanzado reconocimientos más allá de Bucaramanga, como el premio que lo llevó a Rusia a hablar de su proyecto Skate por la vida. “El lenguaje universal de este deporte rompe las fronteras y lo engrana a uno en un solo idioma”, dice, orgulloso.

Desde esa plataforma, sueña con que Colombia dé el siguiente salto: una federación propia de skateboarding, al estilo de la de Brasil –referente latinoamericano de esta práctica–, que haga que los mejores puedan vivir del deporte sin tener que sobrevivir con trabajos que no quieren y obtengan proyección intencional, mucho más ahora que el skateboarding es deporte olímpico. “Queremos que la gente lo viva, que salga a viajar, a competir, sin problemas de dinero; que se dedique solo a expresar su arte y su talento al mundo”.

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