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Un nuevo derrumbe aísla al oriente de Colombia: “Estamos condenados a cargar esta cruz por siempre”

Las dificultades para transitar la vía que conecta Bogotá con Villavicencio han derivado en torneos cancelados, hoteles vacíos y camioneros que queman sus ahorros

Derrumbe en Villavicencio
Lucas Reynoso

Cientos de toneladas de tierra, caídas de las laderas de los Andes, frustraron los planes de la atleta Catalina Ortiz. Su ciudad, Villavicencio, quedó aislada del resto de Colombia a inicios de septiembre y perdió la sede del Campeonato Nacional Sub-20 de Atletismo. La competencia se trasladó a Bogotá, a donde se suele llegar en menos de tres horas por carretera. Ortiz afrontó una odisea de más de siete horas, rodeada de camiones que transportan petróleo y otros productos, para esquivar el derrumbe a través de una precaria carretera alterna, de un solo carril. “Llegué reventada, acalambrada en las piernas, y dormí solo tres horas antes de presentarme”, se queja. Está frustrada porque completó la prueba de 5.000 metros en 22 minutos, unos 50 segundos más que lo habitual. No estaba preparada para competir en la capital, a 2.600 metros de altura, pero Villavicencio está aislada desde hace un mes sin que haya soluciones a la vista.

“Mi familia tiene que ir a Bogotá en noviembre y ya les dije que conmigo no cuenten. No pienso someterme a esa carretera de nuevo”, dice Ortiz antes de un entrenamiento. Es la única atleta en el estadio Bello Horizonte, que iba a albergar el torneo nacional a finales de septiembre y luego los Juegos Panamericanos Sub-20 de Atletismo, con más de 700 participantes de 30 países. El recinto cuenta con varias instalaciones nuevas, sin inaugurar: una pista de sintético azul para velocidad, unas áreas rojas para lanzamientos de bala o jabalina, y unos fosos que se llenan de agua en las competencias de obstáculos. Está vacío, cuando debía estar lleno de visitantes internacionales. La Gobernación del Meta, el departamento al que pertenece Villavicencio, invirtió 15.000 millones de pesos (unos 3,9 millones de dólares) y esperaba recuperar unos 13.000 millones (alrededor de 3,3 millones de dólares) con los gastos que ya no fueron en hoteles, restaurantes y comercios.

El derrumbe ha producido todo tipo de afectaciones en Villavicencio (unos 600.000 habitantes) y la región a la que da acceso y de la que es la virtual capital, los Llanos Orientales. Los gremios y las entidades gubernamentales calculan que las pérdidas ya ascienden a más de 800.000 millones de pesos (unos 200 millones de dólares). El sector más afectado es el turismo: miles de bogotanos prefieren elegir otros destinos para evitar horas interminables en la carretera e incluso la posibilidad de no poder regresar por los bloqueos que ocurren en la vía para protestar por la falta de soluciones. Los camiones de carga, en tanto, sí transitan la carretera y mantienen el abastecimiento de productos, pero se demoran 6, 8 y hasta 12 horas en llegar a Bogotá. Los productores de petróleo, carne, arroz o maracuyá —la región es conocida como “la despensa de Colombia”— deben pagar mayores precios por los traslados. Cada camionero hace menos viajes por semana.

Rigoberto Bobadilla, un hombre de 50 años que maneja un camión repleto de aceite de palma, expresa su frustración durante un viaje interminable de Bogotá a Villavicencio. Regresa a casa luego de 10 días y lleva dos horas inmovilizado, a la espera de que se reanude la circulación —solo un carril sortea el derrumbe, y eso implica tomar turnos con los que viajan desde el sentido opuesto—. “Uno se cansa de estar acá parado y ni siquiera estar trabajando. ¿Pero qué más hace uno? No tengo otra opción, no sé hacer otra cosa”, dice. Ha pasado de dos viajes por semana a solo uno en los últimos 15 días y explica que ha tenido que gastar una parte de los ahorros con los que algún día espera comprar un comercio que le provea un ingreso adicional en la vejez. “Uno se desilusiona de trabajar tanto y no poder surgir. Y no por plata mal gastada, sino por esta vía”.

Una crisis de esta magnitud se repite cada un par de años. La cordillera es joven, inestable, y suele tener deslizamientos. El concesionario, una empresa encargada de la vía y propiedad del magnate Luis Carlos Sarmiento Angulo, suele explicar que su contrato no incluye hacer obras que podrían mitigar los impactos: viaductos, puentes, muros de contención. El Gobierno hace inversiones a cuentagotas: la carretera ya tiene una doble calzada en una gran parte de su trayecto, pero sigue pendiente en el tramo del kilómetro 18, donde ocurrió el derrumbe de hace unas semanas. Ahora, ha prometido una inversión de 9.100 millones de pesos (unos 2,3 millones de dólares) para resolver la emergencia. El problema es que hay más de 100 puntos críticos en todo el trazado y, según los gremios, se requiere de una inversión de 1,3 billones de pesos (alrededor de 340 millones de dólares) para resolver el problema de fondo.

Para Andrés Garnica, director de Competitividad de la Cámara de Comercio de Villavicencio, “la única solución” es que el Ejecutivo haga obras en toda la vía. Hacerlo solo en la zona del derrumbe es exponerse a otro incidente en un par de meses o años. “Alzamos la voz solo cuando hay una crisis como esta, pero es un problema estructural que nos pasa factura día a día”, comenta durante una entrevista en su oficina. Dice que entiende que hay un problema geológico y que ningún concesionario firmaría un contrato con costos millonarios, pero que es injusto que los llaneros sufran las consecuencias. “Estamos condenados a cargar esta cruz por siempre y eso nos limita nuestras posibilidades de desarrollo”, lamenta.

La vía, cuenta, es uno de los reparos habituales de los inversores. “Por más bondades que les ofrezcamos, cargamos ese estigma”, apunta. Algo similar comenta José García, el secretario de Competitividad de Villavicencio, al referirse a sus experiencias en Bogotá. “Estoy haciendo un posgrado allá y la gente me dice ‘¿Pero esa vía ya está buena?’. Nos asocian a la carretera y ahora va a ser peor”, dice. Los intentos de la Alcaldía por comunicar las mejoras que la carretera tuvo en los últimos años, como un viaducto en el kilómetro 58, palidecen ante el temor que produce la nueva crisis.

Un hotel vacío

El Hotel del Llano, un tradicional establecimiento, está casi vacío durante una visita un día de semana. Solo 5 de las 115 habitaciones están ocupadas, frente a un promedio habitual de 45. Ana Méndez, la gerente, comenta que es casi imposible sostenerlo en esas condiciones. “El mantenimiento de la piscina vale 4,5 millones de pesos cada mes, así esté vacía”, afirma en un bar sin huéspedes, frente a una piscina también solitaria. Señala costos adicionales que no puede evitar si quiere mantener los estándares: “Un kilo de melón ha pasado de 1.800 pesos a 5.900 pesos. Yo quisiera cobrárselo más caro a los huéspedes, pero no puedo. Si lo hago, se enojan y no me lo compran”.

Una solución ha sido ofrecer descuentos de hasta un 40%, como el que le dio a 209 niños y adolescentes que llegaron para unos juegos intercolegiales del Casanare, un departamento vecino, al mismo lado de la cordillera. “Les ofrecí habitaciones triples por 350.000 pesos. Es una tarifa módica [la estándar es de 490.000], pero al menos me moví”, comenta la encargada, que este fin de semana espera a 90 jubilados de municipios vecinos. Asimismo, ha optado por adelantar vacaciones y no llamar al personal adicional, que trabaja por horas. Algunos empleados en plantilla se dedicaron a otras labores, como limpiar la pérgola o pintar paredes. Ella misma, dice, atendió el bar durante el fin de semana pasado, cuando llegaron algunos huéspedes más que los pocos que esperaba.

Catalina Niño, directora del gremio hotelero Cotelco para el Meta, comenta que es habitual la incertidumbre en una región que puede quedar incomunicada en cualquier momento. “Los hoteles casi no tienen reservas. Puedes tener un 10% un 31 de diciembre en la mañana, y de golpe se llena”, afirma, en referencia a que muchos turistas se deciden a viajar solo al último minuto. “Eso nos produce el estigma de que ofrecemos un mal servicio. Pero, ¿cómo te preparas para recibir a tantos huéspedes si no reservan?”, añade. Para esta crisis, dice, hay que publicitar que el aeropuerto funciona bien y que hay vías alternas que sirven a los carros particulares, más rápidas que las de los camiones —el viaje puede ser de cuatro o seis horas—. También enfatizar más en los paisajes y atractivos de los llanos orientales: “Si el destino jala, la gente hasta viaja a las Maldivas”.

La expectativa

Un parador de camionetas de pasajeros está casi vacío. El número de pasajeros oscila entre cero y tres, frente a la decena habitual. Luis Suárez, asistente, cuenta que ahora solo salen 12 de las 20 busetas que suelen partir cada día hacia Bogotá. También que se han reducido las frecuencias hacia el sur: aunque son vías que no están afectadas, los llaneros arriban a Villavicencio para luego seguir viaje hacia la capital. A unos metros, en un puesto de alimentos y productos típicos, Sofía Ovalle cuenta algo similar. Dice que las ventas bajaron un 40% y que sus padres, que tienen un almacén en San José del Guaviare, al sur, dejaron de viajar a Bogotá para resurtir su inventario. Por ahora, sin embargo, los aumentos de precio de algunas gaseosas no se trasladan a los consumidores. “Tenemos la posibilidad de que se abra del todo la vía y no queremos perder a los clientes fijos”, explica.

Mientras tanto, en el parqueadero de un restaurante vecino, Felipe Cárdenas espera que lleguen clientes a los que ayudar a estacionar. Cuenta que todos los días le pregunta a los asistentes del parador de camionetas cómo está la vía, porque de eso dependen las propinas. La situación, afirma, ha mejorado en algo en los últimos días, desde que se levantaron los bloqueos que hicieron las comunidades de varios pueblos de la vía. “Mañana sí me voy a peluquear”, dice en referencia a que ganó unos 80.000 pesos (unos 20 dólares). Los días anteriores, comenta este joven de 18 años, estuvo “parado como un bobo”, calcinado por los rayos del sol, con propinas que no llegaron a los 30.000 (casi 8 dólares). Espera que la situación mejore para así seguir ahorrando y comprar un vehículo que le permita trabajar en repartos a domicilio. “Si cierra cuatro meses, ahí sí que chau moto”.

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Sobre la firma

Lucas Reynoso
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Bogotá.
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