Los indígenas piden un lugar en el debate por la conmemoración de los 500 años de Santa Marta
Las comunidades étnicas desplazadas a la Sierra Nevada hace siglos alegan que sus voces siguen siendo marginales en la memoria histórica

En las paredes blancas del centro histórico de Santa Marta brillan varios letreros. Junto a una imagen de Rodrigo de Bastidas, el colonizador a quien se le adjudica la fundación de la ciudad más antigua de Colombia, se lee: “Se busca al esclavista Bastidas”. Esas mismas calles son, desde hace un mes, escenario de festejos que celebran la vida del español. En las academias y eventos culturales que conmemoran los 500 años de Santa Marta, los paneles y charlas giran alrededor de lo ocurrido entonces. Hay debates entre quienes prefieren el clásico nombre “conquista” y los que prefieren hablar de “genocidio”. Pero en esa polémica unas las voces y visiones siguen al margen: las de los pueblos indígenas.
La ciudad conocida como La perla de América queda en las estribaciones del enorme sistema montañoso de la Sierra Nevada, donde habitan cuatro pueblos indígenas descendientes de los tayronas: los arhuacos, wiwas, kogis y kankuamos. Pero la ciudad sigue luchando para lograr una integración de esa diversidad, que se suma a la de los afrocolombianos. Las tensiones que deja ese pendiente se han revelado con fuerza en el último año, con los preparativos del aniversario, hasta tal punto que la Alcaldía, la Gobernación y la Presidencia impulsaron tres eventos conmemorativos por aparte, bajo las ideas de celebración, conmemoración y genocidio.
Lorenzo Gabriel Gil, sociólogo y escritor wiwa, ha dedicado su carrera a lo que él denomina arqueología histórica. Busca recuperar el relato étnico de la historia de la ciudad. El también escritor ve en esta coyuntura un ambiente propicio para abordar la discusión de la relación entre los habitantes de la urbe y los de sus montañas. “A la Sierra Nevada la ven como una cosa lejana, ajena, como ellos versus nosotros. Si le preguntas a un transeúnte, por ejemplo, la diferencia entre un chimilo y un arhuaco [dos grupos indígenas], no tiene idea pese a que llevamos 500 años conviviendo. Eso solo se puede explicar en la falta de espacios de diálogos en profundidad, de hablar sobre nuestros principios, nuestras filosofías, nuestras formas de ver la vida”, enfatiza.
Guna Chaparro, lideresa arhuaca, encuentra el mismo problema y apela a la misma solución: el diálogo, la participación en los debates. “Deben existir voces indígenas en esos espacios. Muchas veces se ve a los pueblos de la Sierra y a sus experiencias como si su conocimiento solo sirviera allá, en las montañas, en la selva, pero es importante plantear cómo esos saberes pueden jugar un papel en la construcción de país. De cómo la Sierra puede ser un eje articulador, puede ser de interés general, no solo para el pueblo arhuaco, porque cuando hacemos rituales y ceremonias, no lo hacemos únicamente para nuestro bienestar, sino para que la humanidad esté bien”, agrega.
Una de las voces más activas y visibles en el debate ha sido la del cantante samario Carlos Vives, quien desde su fundación suma un año realizando eventos por el aniversario y ha escrito columnas de prensa sobre la conmemoración. Ha asegurado que se ha impuesto una “leyenda negra” sobre los españoles y su relación con los pueblos ancestrales que, a su juicio, en muchos casos fueron aliados y no enemigos. También ha dicho que aquellos indígenas que insisten en que lo que ocurrió fue un genocidio y una imposición de la cultura a sangre y fuego han sido instrumentalizados.
Gil se opone rotundamente a esa visión. Para él, si los indígenas han sido instrumentalizados han sido por parte de quienes ostentan el poder, quienes, dice, insisten en una narrativa de buenas relaciones entre colonizadores y colonizados. Por esa pugna, justamente, el sociólogo reitera la necesidad de involucrar a diferentes sectores de la sociedad para aportar otras visiones de la historia, incluyendo las que no se encuentran en los libros porque, explica, vienen de pueblos que han tenido una tradición principalmente oral.
Chaparro, por su parte, se enfoca en la necesidad de que celebrar los 500 años no opaque lo que hubo antes de la fundación de la ciudad. “La forma de concebir la Sierra Nevada, la filosofía que hay a su alrededor, no lleva 500 años, son más de 1.200 o de 1.500 años. Producto de eso son las edificaciones que podemos conocer en Ciudad Perdida o el Parque Tayrona. Estas construcciones son el reflejo de un pensamiento milenario”, agrega.
Una oportunidad para afrontar la crisis
Pese a estar al pie de un macizo que llega hasta cumbres glaciales, Santa Marta vive en crisis hídrica. Miles de samarios siguen sin tener ese servicio básico de forma continua, y hay crisis que duran días o semanas. Para Chaparro, esa es una consecuencia de no escuchar a los pueblos étnicos que han preservado el medio ambiente por siglos. Por eso, dice, el debate debe incluir qué ha ocurrido con el territorio, los daños que sufrió por el proceso de conquista. “No solamente se trató de las violencias que ejercieron sobre los humanos, sino en cómo quienes llegaron se relacionaron con la naturaleza. Aquí se debe apostar por una visión más holística. Los españoles vinieron acá con la idea de expandirse territorialmente, y no veían a la Sierra como una montaña para respetar, sino como un capital - a diferencia de la nuestra, que la vemos como una forma de vida, de pensamiento, y una forma de aportar a la humanidad”, dice.
Chaparro y Gil coinciden en que el renovado debate es la oportunidad ideal para impulsar esos escenarios en los que todas las voces de quienes han habitado el territorio puedan hablar de sus experiencias, y en particular quienes han sufrido de manera particular la invisibilización. Afros e indígenas piden ser incluidos en la construcción del relato histórico de la ciudad, pero también buscan que sus saberes sean tenidos en cuenta a la hora de concebir la urbe y su relación con la naturaleza que la rodea y la sostiene. “Cuando se habla del mar y de la potencia hídrica de Santa Marta debe tenerse en cuenta que eso es gracias a la montaña, que el agua nace allí”, subraya la lideresa. A ello se une Gil, quien insta a que los espacios para el diálogo se abran en todos los niveles y en todos los lugares, desde la universidad hasta los colegios, y con la presencia del sector público y del sector privado. “Deben dejar de vernos como extraños”, concluye.
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