La naturaleza de la diáspora y la potencia de la recepción: 500 años de Santa Marta
Necesitamos el coraje de dialogar. Se trata de transformar la herida en lección compartida, la diferencia en fuerza común

La primera ciudad de fundación hispánica de Colombia cumple cinco siglos, Santa Marta. Y como pasa en la historia, se ha contado una sola de las versiones, la de las victorias y las derrotas, la postal del pasado de cualquier conquista de vencedores y vencidos. Sin embargo, puede que valga la pena distinguir entre los conflictos, guerras y conquistas y las consecuencias culturales que se producen; entre coalición de culturas, las pérdidas de esencias, la difuminación de fronteras culturales, los intercambios porosos entre embates, las resistencias y resignificaciones.
Las culturas del Caribe colombiano son sistemas abiertos; algunas se han perdido, otras han resistido o crecido y otras se han alimentado de los relacionamientos entre ellas. Hablamos de 500 años de fundación hispánica y al menos 1.200 años atrás de culturas y pueblos diversos, antes conocidos como Tayronas y hoy Koguis, Arhuacos, Wiwas, Kankuamos y guardianes de frontera Ette Ennakas y Wayúu; hablamos de una diáspora afrodescendiente que llegó con dolor, comunidades campesinas, urbanas, población de mezcla mediterránea, árabe y española, hablamos también de mestizaje. Santa Marta es una cuna de colores y culturas, una tierra llena de pasos de pueblos originarios, de diásporas, de migrantes, que han sabido tejer identidades en medio del sol, la montaña y el mar, un testimonio vivo de embate y encuentro entre mundos que se sigue narrando.
Santa Marta conecta con el Caribe de las Antillas, con el Mediterráneo árabe y con el sur andaluz de España, en su puerto resonaron ecos del Magreb, del flamenco, de la santería y de la gaita. Su historia es una madeja de rutas, exilios, exploraciones y fusiones. Tal vez por eso se dice que es el Corazón del Mundo, bombea sangre de tantos pueblos que su futuro depende de que sepamos honrar la diversidad de su genética.
Propone entonces el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de Colombia en el Corazón del Mundo, un diálogo: no la imposición de un relato, sino la construcción colectiva de varios, tantos como las memorias y los pueblos que habitan en Santa Marta. Se trata de reconocer las culturas como derecho y la educación artística para honrar, preservar y crear las memorias que conviven. En esta conmemoración impulsamos ese cruce de miradas reconociendo a la cumbia como patrimonio vivo de mezcla y encuentro de percusiones africanas, vientos indígenas y estampas mediterráneas. Es muy poderoso el intercambio que surge de tener múltiples lecturas en las bibliotecas rurales, de promover una educación artística y cultural que reconoce los saberes locales y que involucra las memorias de todos quienes habitan esta tierra y cuyos relatos no habían sido parte del oficial.
En Santa Marta necesitamos el coraje de dialogar. Es fácil seguir negando la diferencia, fácil también seguir señalando al enemigo colonial, difícil sentarnos a conversar, reflexionar sobre el pasado en colectivo, no como tiempo concluyente sino como potencia de futuro. Se trata de transformar la herida en lección compartida, la diferencia en fuerza común. Los 500 años de la fundación hispánica de Santa Marta nos sirven para entender que somos raíces de tantos árboles que la única manera de sobrevivir como me enseñaron mis abuelas —una con herencia libanesa, otra con sangre andina— es el diálogo, que no es solo una forma de hablar: es una forma de vivir.
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