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Un festival de música, danza y teatro para sanar las heridas de la violencia y el racismo en el Urabá

Más de 8.000 personas de Apartadó, Turbo, Necoclí, y otros municipios de la región participaron en las actividades culturales y académicas de Vibra Urabá

Artistas cantan y bailan en el festival Vibra Urabá, en Apartado, el 25 de julio.
Juan Miguel Hernández Bonilla

Esta vez las clases son fuera del colegio. Cientos de niños y niñas de Apartadó, Necoclí, Turbo y otros municipios del Urabá antioqueño, en el noroccidente de Colombia, asisten a una adaptación de El mago de Oz. Para muchos es su primera vez en una obra de teatro. Están concentrados y felices. La función es uno de los eventos inaugurales de la segunda edición del festival Vibra Urabá, organizado por la caja de compensación familiar Comfama, que se celebró entre el 24 y el 26 de julio, y al que asistieron más de 8.400 personas de la zona. Dorotea, el espantapájaros y el hombre de hojalata bailan en el escenario. El público aplaude. Horas antes hubo un taller para aprender a hacer molas, un arte textil con formas geométricas originario del pueblo indígena Guna que vive en la región. Más tarde se presentaron grupos de bullerengue, cumbia y break dance. La noche concluyó con un concierto de Carlos Yahanny Valencia, Tostao, cantante y productor colombiano conocido por su participación en el grupo de música ChocQuibTown. Para muchos de los jóvenes asistentes esta también es la primera vez que disfrutan de un espectáculo así en su región. “En el Urabá nunca ha habido opciones de cultura parecidas”, dice Lina, una mujer afro de 24 años, durante una de las pausas del evento. Está con dos amigas. Cantan, sonríen, se toman fotos.

Teatro en el festival Vibra Urabá

La misma semana del festival, el Urabá volvió a ser noticia en los periódicos nacionales porque un juzgado condenó a 11 años de prisión a siete empresarios de la multinacional Chiquita Brands por haber financiado a los grupos paramilitares de la región entre 1990 y 2000. La justicia comprobó la estrecha relación entre las empresas que exportaban el banano a Estados Unidos y la violencia que desangraba el territorio. Según el testimonio del exjefe paramilitar Raúl Hasbún, los empresarios le entregaban tres centavos de dólar a los grupos armados por cada caja de la fruta que salía del país. Con ese dinero fueron asesinados miles de campesinos, trabajadores y sindicalistas de la región. Entre 1988 y 2002 Urabá sufrió 103 masacres, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. La mayoría de las muertes ocurrió en los municipios de Turbo, Apartadó, Chigorodó, Necoclí y Carepa.

Las heridas de esa violencia, que tenía antecedentes años atrás, siguen abiertas. Hace unos años parecía imposible que hubiera escenarios para el arte en la región. Hoy, sin embargo, ha empezado a crecer la ilusión. Una de las motivaciones de Vibra Urabá es saber que si los niños y los jóvenes tienen acceso a la música, la danza y el teatro será más difícil que se vayan a la guerra. Paola Mejía Guerra, responsable de Cultura de Comfama, una entidad público-privada, dice que el Urabá es una región de contrastes y desigualdades, en la que el acceso al arte ha sido escaso y un privilegio para muy pocos. Eso es lo que el festival quiere cambiar.

Mejía y su equipo tienen la certeza de que el corazón y el cerebro de un niño pueden cambiar después de ver una obra de teatro, de asistir a un concierto o de leer un libro de poesía por primera vez. “Se expanden las posibilidades de su mundo. Pueden soñar con ser bailarines o actores o escritores, no solo futbolistas o trabajadores del cultivo de plátano”, dice Mejía. Tostao confesó durante su presentación que su sueño de hacer música comenzó cuando era niño, después de que el grupo Charanguita se presentara en su pueblo. Ese es el poder del arte. “Este Festival es fiesta, ritual y plataforma. Es una forma de integrar una agenda permanente que tenemos en Urabá con artistas de la región, mientras consolidamos una propuesta que también recibe músicos de todo país con el objetivo de seguir ampliando los escenarios de circulación y fortaleciendo las economías locales”, dice Mejía.

niños leyendo en el festival Vibra Urabá

En Comfama saben que no basta con una presentación al año para que las nuevas generaciones vean en la cultura una opción de vida. Por eso, hace unos meses inauguraron una nueva sede en el centro de Apartado, donde se llevó a cabo el festival y que es un espacio abierto y gratuito para todos los habitantes. Allí hay una de las pocas bibliotecas del Urabá, quizás la más completa y variada. Grupos de estudiantes se acuestan en el piso de los salones a leer en silencio y en voz alta los libros que no tienen ni en sus casas ni en sus escuelas. “En la nueva sede hay una agenda cultural todo el año, además de servicios de educación, desarrollo empresarial, vivienda y hábitat, empleo, servicios financieros, salud, bienestar”, se lee en un comunicado de prensa de la caja de compensación.

Durante el Festival también hubo espacio para hablar sobre el racismo que padece la población negra e indígena en la región, y cómo el arte puede ayudar a combatirlo. “Ser afrocolombianos es entender que la conexión es natural para nosotros; yo me atrevería a decir que el bullerengue es la madre de todos los bailes, pues se puede mezclar con cualquier ritmo y nos invita a entender que nuestras raíces siguen estando aquí, en cada baile, en cada nueva generación que se lo goza”, dijo Trinidad Machado Lopera, asistente a la charla Sonidos cruzados: bullerengue y picó en la identidad de Urabá. La periodista afrocolombiana Edna Liliana Valencia y la activista belga-congoleña Catherine Dunga, del colectivo Kitambo, participaron en el conversatorio Afrocolombianidad y territorio: “Acá queda claro el valor de las artes para transformar la sociedad y como herramienta clave para hablar de justicia racial y construcción de la paz”, insistió Dunga, una mujer afro, gestora cultural, editora y productora de cine.

En total, el festival tuvo más de 30 eventos entre talleres, exposiciones, conciertos, actividades de bienestar y presentaciones artísticas. Participaron en escena 214 artistas, incluidas agrupaciones locales y nacionales. Además, se realizó una feria comercial en la que 40 emprendedores locales vendieron sus productos de gastronomía tradicional, accesorios y ropa. Enrique Mena, diseñador de la empresa Visaje Negro, de 28 años, fue uno de los participantes: “Nuestra marca lleva la historia de la afrocolombianidad a la moda”, dice. Sus prendas están estampadas con diseños originales que muestran las costumbres, los rituales y la naturaleza de la región. El también periodista agradece la existencia del festival: “En Urabá no había espacios para conversar sobre estos temas. Somos una marca de la región, de Turbo, y casi nunca podemos exponer nuestro trabajo acá. Vamos a 70 ferias en el año y solo a una, a esta, en la zona de donde somos”, cuenta Mena.

En pocos meses comenzará a funcionar en Urabá, a pocos kilómetros de Apartadó, un gran puerto sobre el mar Caribe que promete transformar la región. Con Puerto Antioquia, que se inaugurará este primero de noviembre, llegarán inversiones multimillonarias y cientos de nuevas empresas. El objetivo es que el desarrollo, el dinero y las oportunidades que traerá el puerto se queden en la zona. El sueño es que mejoren las condiciones de pobreza y abandono en las que han vivido estas comunidades desde hace décadas, y que haya nuevos espacios para la música, la danza y el teatro.

*Este viaje se realizó gracias a una invitación de Comfama.

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Sobre la firma

Juan Miguel Hernández Bonilla
Periodista de EL PAÍS en Colombia. Ha trabajado en Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS, en Madrid, y en la Unidad Investigativa de El Espectador, en Bogotá. En 2020 fue ganador del Premio Simón Bolívar por mejor reportaje. Estudió periodismo y literatura en la Universidad Javeriana.
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