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En colaboración conCAF

El frágil lazo entre los monos araña negros y las comunidades locales de Colombia

La primatóloga Alma Hernández Jaramillo trabaja con la población de la ciénaga de Marimonda, en Antioquia, para la conservación de esta especie que decae al mismo ritmo que las selvas que habita

mono araña

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El ruido de las hojas delata una presencia en la copa de los árboles. “Es una mica”, susurra Alma Hernández Jaramillo, el nombre con el que se refiere a los monos araña. “Es una hembra, se le ve bien el clítoris. Creo que es Tatamá. No, espera, ¡no va sola!”, exclama. Se acerca un poco más y ve que ese ejemplar adulto agarra a una cría de unos tres meses. “Esta es una gran noticia, las hembras se reproducen solo cada 3 o 4 años”, precisa. La primatóloga colombiana, recién doctorada por el Instituto de Ecología de Xalapa, en México, está haciendo un monitoreo de la población ubicada cerca de la ciénaga de Marimonda, en Antioquia, un importante y amenazado corredor biológico entre el Darién y la costa caribeña de Colombia. Allí, se estima que 60 monos araña negros (Ateles fusciceps rufiventris) habitan un bosque seco residual de alrededor de 1.000 hectáreas, acorralado de territorios ya deteriorados por ganadería y plantaciones de banano. Una situación paradigmática de lo que le está pasando a esta especie y a otros primates en Colombia.

El mono araña negro figura en la lista de los 25 primates más amenazados del mundo. Habita en un área restringida que se extiende desde el este de Panamá hasta el Caribe colombiano y el Norte de Ecuador. Son primates de gran tamaño, con extremidades largas y flexibles, que les permiten moverse con destreza por las copas de los árboles. Se estima que apenas unos 2.000 individuos sobreviven en Colombia. La especie está poco estudiada, ya que las principales poblaciones se encuentran en regiones de difícil acceso debido a la topografía o a la presencia de grupos armados.

La primatóloga Alma Hernández con un fruto incluido en la dieta de los monos araña.

Hernández lleva estudiando los monos nueve años, y sus investigaciones demuestran cómo el problema principal de la especie es la pérdida de la selva que habitan: más de la mitad de su hábitat original ha desaparecido, especialmente en la costa Caribe, mientras que en la costa del Pacífico colombiano, la deforestación avanza con mayor rapidez en zonas clave como Quibdó-Tribugá, Farallones-Micay y Patía-Mira.

Su presencia depende directamente del tamaño de los parches de bosque y de su distancia respecto a asentamientos humanos. Áreas extensas y remotas ofrecen mayores posibilidades de albergar poblaciones viables. Según las investigaciones de Hernández Jaramillo, cuando la cobertura boscosa cae por debajo del 30% o 40%, los monos pierden la capacidad de recolonizar antiguos territorios. Aunque la vegetación secundaria puede ayudar en los desplazamientos, los estudios de la bióloga confirman que los monos prefieren zonas conservadas, alejadas de caminos y poblaciones. Estudiar primates amenazados requiere una labor de campo intensa y constante.

Una de las observaciones que, según cuenta, no puede olvidar esta bióloga que también es coordinadora de la ONG Neotropical Primate Conservation Colombia tuvo lugar en el parque nacional Tatamá, en un bosque muy bien conservado a 1.850 metros. “Es un parque muy extendido en el cual no se veían monos arañas desde hace mucho tiempo”, cuenta. “Escogí el camino de un oso andino para ejecutar un transecto de censo de primates, y encontré un grupo más de 20 monos araña comiendo, jugando y descansando. Fue un momento mágico”.

Límite entre el habitat del mono y las zonas degradadas en Marimonda, Colombia.

El vínculo entre los monos y las comunidades

Gran parte de las poblaciones de estos primates (el 78%) está incluido en territorios colectivos de comunidades indígenas y afrodescendientes, por lo que la investigadora ha explorado también el vínculo que estas tienen con los monos arañas y ha desarrollado encuestas sobre percepciones sociales y culturales, para tomarlas en cuenta en las estrategias de conservación.

Los resultados reflejan que el 62% de los encuestados tiene una actitud positiva hacia la especie, valorándola por su importancia ecológica y cultural. También destacan la emoción de escuchar al animal o avistarlo en libertad, en contraste con estudios que suelen mostrar relaciones conflictivas entre humanos y primates, debido a daños a los cultivos o a miedos infundados. El conocimiento ancestral, además, alimenta el respeto. Como cuenta Don William Licona, aliado local de Hernández en la ciénaga de Marimonda, una enseñanza importante de los mayores de la comunidad es que la fruta que come el mono araña la pueden consumir “tranquilamente” también los humanos. Sin embargo, pocos conocen su papel clave en la dispersión de semillas, un proceso fundamental para la regeneración del bosque: los monos arañas se especializan en la vida arborícola, y su dieta incluye principalmente frutos, hojas y flores.

Pero no todo son buenas noticias. También han registrado en la zona prácticas negativas para los primates como la tala, la caza de subsistencia y la expansión agrícola. Cada comunidad se relaciona de forma distinta con su entorno, y entender esa diversidad es esencial para diseñar estrategias de conservación sostenibles, respetuosas de las culturas locales y eficaces en la protección del bosque y su fauna. Aunque la caza haya disminuido en varias comunidades, sigue vigente en algunos territorios indígenas. La mayoría de las capturas se dirigen a hembras adultas, más valoradas por su grasa, y cuyas crías luego son mantenidas como mascotas. De hecho, el mono araña negro está ausente en muchas áreas con hábitat idóneo, lo que sugiere extirpaciones locales. Es importante identificar las áreas donde se practica la cacería del mono araña y generar acuerdos para regularla y promover alternativas económicas sostenibles que disminuyan las presiones.

Alma Hernández Jaramillo muestra el resultado de su investigación a los habitantes de los alrededores del bosque en Marimonda.

Pese a las alarmas de los científicos, la destrucción del hábitat aumenta. “Siempre en el Urabá Antioqueño, ha habido mucha deforestación para ganadería, cultivos de banano y palma de aceite, y en los últimos años se está construyendo un puerto comercial, Puerto Antioquia. Contiguo, hay un bosque de 450 hectáreas sobre el cual no se hizo el estudio de impacto ambiental. No obstante, está habitado por cinco especies de primates, entre los cuales hay especies amenazadas como el mono araña y el tití cabeciblanco (Saguinus oedipus) y no fue posible lograr protegerlo”, destaca Hernández Jaramillo.

La primatóloga lamenta que pese a que la obra se hizo gracias a un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo, que suele trabajar con criterios de sostenibilidad muy estrictos, el bosque será sustituido con bodegas para el puerto “sin ningún plan real de compensación”. “Perderemos así un ecosistema muy crítico y con una biodiversidad única, ya que está situado en el corredor entre el Chocó y el Caribe y además es un regulador hídrico para el pueblo cercano, que seguramente empezará a tener problemas de inundaciones”, afirma.

Mientras Hernández avanza en su proyecto, las posibilidades de Tata, el nombre que le han dado a la cría de Tatamá, de dispersarse y colonizar otras áreas cuando alcance la madurez, dependerán del fortalecimiento de la gobernanza de las comunidades locales, una pieza que podría ser la clave para la conservación de este y otros primates amenazados.

Si no, hay una frase escuchada durante las encuestas resume el lazo entre los monos araña negros y las comunidades locales: “Si el yarré [nombre vernáculo que se da al mono araña] desaparece, desaparecemos como cultura”.

Mono araña en el bosque de Marimonda.

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