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Violencia en Colombia
Tribuna
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Colombia tiene una esperanza enorme en nuestra actitud

Ya se acabaron las excusas para tolerar una muerte, un atentado más, sea de un político destacado o de una mujer humilde

Violencia en Colombia

Todos sabemos que la historia nunca ha sido dulce con los colombianos; ni desde la revuelta de Galán con los Comuneros, ni después del 20 de julio de 1810 por las luchas fratricidas, ni en las guerras civiles del siglo XIX que culminaron en la Guerra de los Mil Días.

Nuestra historia continuó luego con La Violencia partidista que terminó gracias al Pacto de Sitges; pero en menos de 10 años ya las Farc estaban armadas y se escalaron en los ochenta a la par del narcotráfico. Y seguimos anclados en ellas a pesar del Acuerdo de La Habana.

Pero los que hemos vivido todo esto a la par del asesinato de Lara Bonilla, de Galán, de Jaramillo Ossa y de Pizarro, y las bombas de Escobar —el asesinato de policías por miles de dólares; después de haber oído del nudo de corbata durante La Violencia—, podemos tomar una de dos actitudes:

La primera es echarnos a morir, angustiarnos, y pensar en irnos de esta maravillosa tierra con todas sus vicisitudes.

O, por el contrario, considerar que toda nuestra historia es lo que Nietzsche llamaba lo que no te mata; y remataba, lo que no te mata te hace más fuerte. Pensar si las amenazas personales que algunos recibimos de Escobar son momentos peores o menos graves de los que hoy vive Colombia es irrelevante. Por difíciles que sean estos tiempos, de todas maneras tenemos que sortearlos.

Creo firmemente en el optimismo, en que de esa forma de pensar salen las soluciones, todas las soluciones en equipo que debamos imaginarnos: jurídicas, políticas, de seguridad, económicas y culturales. Es cuestión de actitud: Churchill sigue siendo el mejor vocero del optimismo. Recordando el poema de los dos impostores de Kipling, recalcaba: no hay derrota final ni victoria final. Lo que importa es mantener el ímpetu de seguir luchando. ¡Y cuánto de eso sabemos los colombianos! Está en nuestro nacer, en nuestro vivir.

Se acaban las congojas y lamentos; la vida no es un colchón de pétalos para nadie y tenemos que sacarla adelante. Ya lo hicimos durante La Violencia; ya lo hicimos con las Farc, con el M-19, con Escobar, con los Paras. Nos toca lidiar hoy con las disidencias y compañía, que sabíamos que vendrían.

Debemos salir a madrugar como lo hacen 50 millones de colombianos al ‘camello’ diario; no sin dejar de pensar en los retos que tenemos que resolver, pero sí con una actitud decidida y recia, con la esperanza de que unos mejores momentos siempre están por delante. Aparecerán los pesimistas negándola, pero esta es una forma de pensar, de mantener vivo el foco en el devenir, de idear formas para tener un país mejor en todos los sentidos.

Colombia ha vivido momentos peores, pero reitero, no quiero hacer comparaciones. Muchos otros países han vivido o viven momentos más duros. Pero llegó el momento de agradecer nuestro orden jurídico instaurado por Francisco de Paula Santander y la Constitución de 1991, que han sido nuestros mejores regalos en democracia. Hoy le agradecemos a cada juez, a cada Corte, a cada congresista y al Congreso, como a miles de funcionarios públicos del Ejecutivo, por creer y defender ese orden jurídico, como a los medios de comunicación, a las ONG y a los gremios; nadie puede estar por encima de la ley.

Sí, somos presos de una violencia encarnada en el narcotráfico y en las demás ilegalidades. Y tendremos que luchar contra ella, como cuando salimos masivamente a la calle en el 2008 contra las Farc. Ya se acabaron las excusas para tolerar una muerte, un atentado más, sea de un político destacado, o de una mujer humilde o de un niño al que le cayó una bala perdida. El momento de la esperanza es el de decir ¡NO MÁS! Y salir a la calle, hacer comunicados firmados por muchos, seguir escribiendo. ¡NO MÁS VIOLENCIA! A desarmar los corazones y las palabras.

Seguimos orando por la pronta recuperación de Miguel Uribe

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