Bajémosle al odio y a las mentiras
¿Qué necesidad tiene el presidente Gustavo Petro de inventarse un episodio histórico, sobre los árabes en Colombia, cuando el país se encuentra en estado de shock?


En el cierre de su alocución presidencial, tras el abominable y miserable atentado contra la vida de Miguel Uribe Turbay, el presidente Petro hizo un nuevo esfuerzo por parecer erudito y terminó inventándose una historia de Colombia que no es, pero eso sí la adobó con su respectiva dosis de división y odio, asuntos a los que últimamente le dedica la mayor parte de su mandato.
Dijo el presidente, hablando de los árabes - pues fue el único asunto sobre Miguel Uribe del que fue capaz de hablar - que “los marineros que llegaban en los barcos de la conquista tenían dos clases de hombres, los castellanos que eran los patrones y venían por el oro. Y trabajadores que eran árabes recién conquistados, pero que no se querían ir a España y se quedaron allá. Como el primer territorio conquistado fue el Caribe colombiano y los marineros se quedaron, se mezclaron, tuvieron hijos y nos enseñaron sus tradiciones. Y nosotros las fusionamos en el pueblo caribeño de Colombia que es el único que tiene sangre árabe y harta”. Linda fábula. Pero es mentira.
Si el presidente fuera el estudioso que dice ser y no un aspirante a vate con ínfulas de historiador, tendría claro que la llegada de la gran inmigración árabe a Colombia nada tiene que ver con la conquista, sino con un periodo que está unos 300 años más adelante, a finales del siglo XIX, cuando ya los españoles llevaban varias décadas fuera de nuestro continente, y Colombia se convirtió en el mayor destino de una inmensa oleada migratoria de hombres y mujeres provenientes de Siria, Líbano y Palestina que escapaban de la opresión árabe (sí, presidente, opresión árabe. Nada tienen que ver los conquistadores españoles aquí) que ejercía el imperio Otomano sobre los católicos y ortodoxos que vivían en esos territorios.
De hecho, se calcula que a lo largo de unos 50 años (entre 1880 y 1930) llegaron al país cerca de 30.000 “turcos”, como los llamaban en aquella época por ser portadores del pasaporte otomano, y estos terminaron asentándose en la costa Caribe colombiana generando una mezcla étnica, social, cultural que sin duda enriqueció y mucho a nuestro país.
Pero volvamos al asunto: ¿qué necesidad tiene el presidente de inventarse un episodio histórico y además agregarle su dosis de odio de clases, cuando el país se encuentra en estado de shock por el miserable atentado contra la vida de un precandidato a la presidencia? ¿Por qué mentir? ¿Por qué sembrar odio?
¿No es un momento como el que estamos viviendo uno en que todos deberíamos concentrarnos en unir al país? ¿No sería este el instante propicio para que Hollman Morris abra espacio en los medios públicos para que la oposición exista y no sea únicamente objetivo de ataques y más ataques? ¿No deberíamos todos desarmar el lenguaje y entender que un país no puede construirse sobre el concepto de “son ellos o nosotros”?
“Los patrones que venían por el oro”, dice el presidente porque con la analogía insiste en señalar a los empresarios como ladrones y esclavistas. Eso es lo que da votos, cree él. Eso es lo que lo hará grande, seguro imagina. Pero se equivoca. Porque al paso que va, si no le baja al odio y a las mentiras, se convertirá en el culpable de la nueva ola de violencia en Colombia. O se lo digo en clave histórica (y esta no es un invento): pasará a la historia como una especie de Laureano Gómez, pero desde la izquierda. ¡Bájele, presidente! ¡Bájele!
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