Los ‘influencers’ guaqueros, el inesperado y peligroso enemigo del patrimonio arqueológico colombiano
Impulsados por la popularidad en redes sociales, varios creadores de contenido exhiben y estimulan la búsqueda de vestigios de cientos o miles de años de antigüedad, sin acompañamiento profesional, y borran el contexto y otros rastros fundamentales para su comprensión

En el territorio de la actual Colombia hay vestigios que prueban la presencia de seres humanos desde hace por lo menos 15.000 años. Las pistas que dejaron esas civilizaciones y los objetos y herramientas que usaban en sus rutinas constituyen el vasto legado de un periodo mucho más largo que los cinco siglos de presencia hispana en América. Sin embargo, toda esa historia ha encontrado un inesperado enemigo: los influencers. En el afán de conseguir visibilidad y popularidad en TikTok, varios usuarios de esa plataforma han difundido videos donde se los ve saquear y manipular, sin acompañamiento profesional, decenas de piezas de cientos o miles de años de antigüedad. Pese a que pretenden transmitir una imagen de arqueólogos informales, el daño que causan al patrimonio histórico del país es irreparable.
El caso más reciente de influencers buscadores de guacas ―como se llama en Sudamérica a estos tesoros― ocurrió a principios de abril en el sur del departamento de Huila. Allí, en el municipio de Saladoblanco, la Policía y la Fiscalía se incautaron de 144 bienes arqueológicos que estaban en poder de personas que promovían el saqueo y el tráfico de este tipo de objetos, una actividad que constituye un delito. Los implicados, que este diario no señala con nombre propio para no difundir prácticas dañinas, saqueaban las piezas para luego exhibirlas en sus perfiles de redes sociales, algunos de ellos con decenas de miles de seguidores. No se trata de un caso aislado: el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), máxima autoridad sobre el patrimonio arqueológico, señala que cada semana recibe entre dos y tres reportes de ciudadanos que denuncian actividades similares.
En algunos videos de los influencers, se los ve describir sus exploraciones y celebrar el hallazgo de piezas para alimentar sus colecciones privadas. En una de las grabaciones, se observa cómo una de las vasijas descubiertas recibió un golpe y se rompió en el borde de la abertura, “lastimosamente”, dice el guaquero, por excavar de noche. Los hoyos en los que escarban superan los dos metros de profundidad y, cuanto más hondos, se van convirtiendo en estrechas madrigueras desde donde explican a gente, según ellos sin conocimiento, cómo encontrar más objetos, cuyos hallazgos atribuyen a la “suerte” y las “buenas energías” de sus seguidores. “Uno tiene que ser muy curioso”, dice uno de ellos.
La mayor parte de las piezas recuperadas en la incautación están hechas de cerámica. Casi todas están completas y en muy buen estado de conservación. Hay vasijas globulares, cuencos, platos y chicheros, o poporos, habituales en ajuares funerarios. Fabricados en piedra, se encontraron hachas y metates, o cajetes, utilizados para moler granos. A través de un procedimiento de datación relativa, se sabe que la antigüedad de los objetos oscila entre el año 300 antes de Cristo y el año 1530 de nuestra era. La gran mayoría, no obstante, proviene del llamado periodo clásico regional (siglo I a. C. - 900 d. C.). Pese a la cercanía geográfica de Saladoblanco con los vestigios de la cultura San Agustín, no tienen vínculo alguno con ella ni con el famoso parque que los alberga.
A pesar del rescate, la dimensión de la pérdida es enorme. La antropóloga Alhena Caicedo, directora ICANH, explica: “El problema con la guaquería y con la extracción indebida de material arqueológico es que la gente no sabe que realmente el valor de cada pieza no solo está en ella misma, sino sobre todo en el contexto en el cual se encuentra”. En resumidas cuentas, para la arqueología es tan importante la tierra o el lugar donde están enterradas las piezas como los objetos mismos.
Los poporos incautados en Huila son un ejemplo de la pérdida que puede causar un saqueo de ese tipo: esas figuras, que eran usadas para almacenar bebidas como la chicha, solían formar parte de ajuares funerarios. Por eso, a la arqueóloga Rubiela Duarte, que lidera el equipo de hallazgos fortuitos y afectaciones al patrimonio arqueológico del ICANH, le resultó extraño no encontrar restos óseos: “Suponemos que no es porque no existieran, sino porque, como no son llamativos y no hay una excavación orientada por un profesional, se pierde mucho de ese registro arqueológico”. De manera que considera probable que esas piezas tuvieran un contexto funerario, pero ya nunca habrá una certeza absoluta de ello.

Repensar la guaquería
La guaquería es una actividad que se ubica muy cerca a la línea que divide lo legal de lo ilegal, pues la afectación al patrimonio a la que está ligada va contra las normas. La Constitución dice, en su artículo 63, que el patrimonio es inalienable, imprescriptible e inembargable. En todas esas fallas ha caído la guaquería tal y como se entiende desde hace 40 o 50 años: una actividad fuente de enriquecimiento individual que ha impulsado a tantas personas a buscar tesoros, muchas veces en saqueos llenos de rituales con vocación mística con los que se esperaba asegurar su consecución.
Sin embargo, la guaquería no ha tenido siempre como norte la búsqueda de beneficios. De hecho, la directora del ICANH le otorga un lugar importante en la historia de la arqueología colombiana: “Si no hubiera existido guaquería a principios del siglo XX, no tendríamos a San Agustín ni a Teyuna [o Ciudad Perdida, en la Sierra Nevada de Santa Marta]. Al principio, lo que hacían esas personas era encontrar dónde estaban los grandes lugares de yacimientos arqueológicos”. También comenta: “La guaquería en el siglo XIX fue la que permitió, entre otras cosas, que apareciera la arqueología”.
Por eso, Caicedo la compara con la deforestación: una actividad que en el pasado era entendida como una manera de ganar terrenos, pero de la que hoy se sabe que acarrea graves perjuicios. En ese sentido, considera que la pedagogía y la educación son necesarias para repensar la guaquería, y que la ciudadanía entienda que su práctica está asociada a la afectación del patrimonio arqueológico. “Necesitamos muchas más herramientas que permitan que la población entienda de fondo cuál es el problema de sacar objetos arqueológicos sin ningún tipo de acompañamiento”, explica.
―¿Qué hay que hacer cuando se hace un hallazgo fortuito?
―Lo primero es llamar a las autoridades competentes, comunicarse con el ICANH, para que sea gente idónea la que lo saque. No hay que escarbar, no hay que meterle palas, no hay que tratar de sacarlo. Todo lo contrario: entre más quieto se deje, más fácil será para la arqueología utilizar la información que está ahí contenida y ratificar la conservación de ese patrimonio.
Una vez hechas las incautaciones en Huila, los propios influencers y las autoridades de los municipios donde fueron halladas las piezas han pedido que se regresen a esa región para ser exhibidas en un museo. La propuesta coincide con la postura del ICANH. Según Duarte, el instituto espera trabajar con las administraciones locales y departamentales para que los objetos vuelvan a Saladoblanco o a Pitalito y puedan ser expuestos, con un guion museográfico adecuado que ofrezca toda la información posible. El objetivo, dice la arqueóloga, es que se garantice a la ciudadanía el derecho de observar y apreciar esas piezas. De momento, sin embargo, no hay una decisión tomada al respecto.
El velo que cubre todo aquello que ocurrió por siglos en el lugar en el que hoy está Colombia, en épocas de las que no hay registros ni testimonios, es enorme. Cada vestigio, grande o pequeño, es como la pieza de un rompecabezas: bien tratada, puede ayudar a completarlo; mal manipulada, es casi como si se perdiera para siempre. Las extracciones hechas por arqueólogos profesionales arrojan luz sobre una historia que todavía tiene muchas zonas oscuras. Por eso Caicedo apunta: “Necesitamos tener una mayor comprensión de quiénes somos como colombianos. Si solamente nos atenemos a una historia de 200 años, estamos descartando más o menos como 13.000 años de evidencia de poblamiento que podría ser muy reveladora”.
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