La crisis de identidad de los demócratas marca su primer congreso tras la derrota electoral
El partido busca en Minneapolis un nuevo mensaje ante el trumpismo que marca la política estadounidense. Las divisiones internas empañan los consensos


En un centro de convenciones de Minneapolis, el Partido Demócrata intentó por fin esta semana ponerse de pie tras la derrota en las elecciones de noviembre de 2024 y responder, para sí mismo y para el mundo, cómo deben reaccionar ante un trumpismo que marca el pulso de la política estadounidense. En tres días de actos, el encuentro de verano del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés), la primera gran cita del partido desde el descalabro electoral, avanzó como un punto medio entre una terapia grupal y un laboratorio de estrategias. El miércoles terminó súbitamente, en medio de una conmoción tras saberse la noticia del tiroteo que dejó dos niños muertos y 17 personas heridas en una iglesia apenas a ocho kilómetros de distancia del evento.
Antes de ese final trágico y silencioso, más de 400 delegados electos de todos los Estados oscilaron entre la autocrítica y la voluntad de demostrar que todavía queda partido. Hubo consenso en que deben ser más agresivos en su oposición a la agenda del Partido Republicano y a Trump, pero también importantes desencuentros. Especialmente sobre cuál debería ser la posición del partido frente a la guerra de Israel en Gaza, un tema que ha dejado a los demócratas en una problemática posición desde el comienzo del conflicto.
En la primera sesión, el nuevo presidente del DNC, Ken Martin, rompió con la sobriedad que lo ha caracterizado en sus primeros seis meses de gestión. “Trump es el dictador en jefe, es el fascismo ataviado con una corbata roja”, proclamó desde el estrado. Y añadió con entusiasmo: “Estoy harto de que este partido lleve un lápiz a una pelea de cuchillos. No vamos a tener más la mano atada a la espalda”. La sala respondió efusiva, pero el mensaje no maquilló el hecho de que los demócratas saben que siguen en la lona.
Las cifras tampoco daban pie al optimismo. El DNC cuenta con apenas 14 millones de dólares en caja, frente a los más de 84 con los que cuentan los republicanos; a pesar de recaudar mucho más que Donald Trump el año pasado en campaña. Además, el registro de nuevos votantes va rezagado y las encuestas sitúan al partido en mínimos de popularidad.
Sobre estas bases, las elecciones legislativas de medio mandato de 2026, cuando se renueva la Cámara de Representantes y algunos Estados bisagra como Georgia, Michigan o Carolina del Norte votan por senadores nuevos, se anticipan como la gran prueba para revertir el control del Partido Republicano sobre el Congreso.
La batalla por los mapas electorales, que estalló este verano entre Texas y California y se ha expandido por todo el país precisamente para influenciar los resultados de las próximas elecciones a la Cámara, es la que ya había dejado ver un nuevo tono en el mensaje entre los demócratas, liderados especialmente por el Gobernador de California, Gavin Newsom.
Sin embargo, para Martin, las pequeñas victorias retóricas no son suficientes. “Ganar discusiones en Instagram no mejora la vida de nadie”, insistió. La conclusión se repitió en los pasillos y ante los medios: menos debates y más elecciones ganadas.
Un debate interno complica esta fórmula aparentemente sencilla. La división interna sobre la guerra de Gaza evidenció una fractura que solo se ensancha entre los demócratas veteranos y la generación más joven. Si bien una resolución pidiendo un alto el fuego y acceso humanitario para civiles palestinos fue aprobada sin resistencia, una propuesta más contundente, que pedía suspender la ayuda militar a Israel, fue derrotada.
“No es suficiente. La gente quiere escuchar algo más fuerte”, protestó Sophia Danenberg, delegada de Washington D.C. “Temo que estamos perdiendo nuestro futuro como Partido Demócrata por no ser más valientes en este tema”, enfatizó. Martin propuso un grupo de trabajo para seguir el debate, pero la distancia entre las bases progresistas y el aparato tradicional, que ya fue un obstáculo difícil de navegar para Joe Biden y Kamala Harris en las elecciones presidenciales del año pasado, no parece tener solución en el corto plazo.
Por lo menos, el presidente del partido salió de Minneapolis más fortalecido de lo que llegó, aunque no sin heridas. Desde que comenzó su mandato proveniente del partido estatal de Minnesota, ha tenido que lidiar con la renuncia de figuras influyentes, como la sindicalista Randi Weingarten, o del joven activista David Hogg, un sobreviviente del tiroteo de Parkland, que lo acusó de proteger a legisladores complacientes. Aun así, la mayoría de delegados ha demostrado que lo respalda, al menos por ahora, cuando no les interesa avivar ninguna otra división interna.
Martin ha insistido en que la prioridad es volver a lo básico: registrar votantes y competir en cada distrito. “Ya lo hemos empezado con nuestro programa de verano”, aseguró, señalando un proyecto piloto para entrenar voluntarios en Estados bisagra y espacios digitales. Asimismo, en el encuentro se aprobaron 19 resoluciones, entre ellas una en defensa de la diversidad, la equidad y la inclusión, valores que los republicanos han convertido en uno de sus blancos primordiales.
Las declaraciones optimistas no han podido en ningún momento esconder la realidad de un partido sumido en una crisis de identidad, sin un mensaje claro y con divisiones latentes. La metáfora más repetida fue la de la reconstrucción y la reunión buscó generar la sensación de pasar a un nuevo capítulo. Ya no es tiempo de procesar la derrota, sino de decidir qué partido ser. El problema es que esto último sigue sin respuesta.
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