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Hugo Herrera: “Mis alumnas no pueden comprarse un vestido de 5.000 dólares, pero pueden hacérselo ellas mismas”

El colombiano creador de Stitches by Hugo arrasa con sus talleres gratuitos de costura en Nueva York

El maestro de costura Hugo Herrera (izquierda) acompañado de varias de sus estudiantes en el taller de costura, en Nueva York.
Ana Vidal Egea

Hay más de mil personas en lista de espera para apuntarse a los talleres gratuitos de corte y costura que Hugo Herrera (Ibagué, Colombia, 70 años) y su mujer Nidia imparten en Manhattan a través de la organización sin ánimo de lucro Stitches by Hugo. Es la oportunidad para que miles de inmigrantes, en su mayoría mujeres latinas, se reinventen y salgan adelante de una forma digna en uno de los momentos históricos más duros para los extranjeros en Estados Unidos.

Desde el 2015, Hugo imparte su taller los sábados por la mañana a lo largo de ocho semanas en las que se aprenden técnicas de patronaje, corte, confección y diseño. Pero la popularidad le ha llegado recientemente gracias a un video viral que unos creadores de contenido que apoyan iniciativas comunitarias, @mariachisreyes, publicaron en TikTok mostrando cómo era uno de los talleres. Desde entonces se han disparado las llamadas de personas interesadas en hacer el curso.

Pregunta. ¿Cómo fue su experiencia como inmigrante saliendo de Colombia hasta Nueva York?

Respuesta. La primera vez que salí de mi país buscando alternativas fue para irme a Venezuela. Tenía 22 años y ya tenía dos hijos (ahora tengo tres). Allí estudié patronaje y construcción y cuando me gradué, en 1985, abrí mi propia fábrica junto a mi mujer. Vivimos muy bien muchos años, pero las cosas empezaron a complicarse en el panorama político y decidí irme a Estados Unidos a probar suerte. Llegué a Miami con 45 años, en el 2001, un mes antes de la caída de las torres gemelas. Allí me especialicé en camisería trabajando para una compañía que se encargaba de hacerle la ropa a artistas de la televisión. Luego decidí venirme a Nueva York.

P. ¿Fue fácil encontrar trabajo?

R. Llegué de una forma muy precaria, con dos maletas: una con ropa y otra con sueños. Lo pasé muy mal, estuve nueve meses sin trabajar. Cuando llegué a Nueva York llegué a pensar que Dios no existía. Vivía de mis ahorros, comiendo gracias a la caridad de Jorge Muñoz, conocido como El Ángel de Queens. Tuve que vivir 15 años solo, hasta que mi mujer y mis hijos pudieron reunirse conmigo. Para entonces yo ya tenía mi propia fábrica y así les evité sufrimiento. Empecé trabajando como freelance, cosiendo camisas para Marc Jacobs y Donna Karan mediante una empresa intermediaria.

P. ¿Y cuándo dio un giro su vida?

R. Llevaba un tiempo muy triste, iba y volvía del trabajo llorando, hasta que alguien me recomendó que tenía que encontrar a Dios y me llevó a su iglesia, que me gustó mucho. Un día estaba en el Fashion District de Manhattan mirando los edificios altísimos y pensando en qué lindo sería tener una empresa allí. Y entonces recuerdo claramente sentir el mensaje de que tendría un trabajo y una empresa, pero que, a cambio, tendría que ayudar a los demás, enseñarles lo que sabía. Seis meses después, en el 2008, conseguí un local para empezar mi taller, a solo media cuadra de donde había sentido esa llamada.

P. ¿A partir de ese momento empezó a impartir los talleres?

R. Empezamos a impartir los primeros talleres gratuitos en el 2015, el año en que vino mi mujer. Los dábamos cada sábado de nueve a una de la tarde y organizábamos unos tres cursos al año. Empezamos dando clase a diez estudiantes, la mayoría eran personas de mi congregación o conocidos de ellos. En estos diez años se han graduado en torno a 160 personas, hombres y mujeres. En su mayoría son mujeres latinas, pero también hay todo tipo de inmigrantes. He recibido llamadas de gente interesada en el curso procedente de China y de Ucrania.

El maestro de costura Hugo Herrera (centro) acompañado de varias de sus estudiantes en el taller de costura. en Nueva York.

P. ¿Cómo consiguió los materiales para los cursos?

R. Empecé sin recursos ni ayuda de nadie. Yo sacaba de mi dinero para comprar papel, tijeras… Y para las graduaciones los estudiantes aportaban algo para contribuir con la comida. Empecé con una máquina de coser que me regalaron y trabajando conseguí comprar dos máquinas más. Si botaban máquinas me llamaban para ofrecérmelas y así, tras diez años de trabajo, ahora tengo 22 máquinas de coser disponibles para los cursos.

P. Hay miles de personas interesadas en sus cursos en lista de espera.

R. Me da mucha pena no poder dar clases a un mayor número de personas, pero no dispongo de espacio. Mi sueño es conseguir que alguien nos alquile un lugar para poder formar a un mayor número de personas y disponer de más dinero para poder dotarles de todo. A los estudiantes les pedimos una donación de 40 dólares para sus propios materiales y graduación. Es algo simbólico para cubrir sus propios gastos, nada que ver con los cursos oficiales que cuestan en torno a 3.000. Luego hay muchos alumnos que donan más, pero eso ya va en el corazón de cada uno. Mi misión de vida es enseñar y no espero ninguna retribución a cambio.

P. ¿Cree que podría dedicarse enteramente a esto?

R. Me encantaría. Ya estoy retirado, aunque aún no he empezado a cobrar los beneficios y serán poco, pero solo aspiro a poder estar en paz y seguir ayudando hasta el final de mis días. Recientemente, conseguí el estatus de organización sin ánimo de lucro, así que con suerte Stitches by Hugo quizá pueda recibir alguna subvención que nos ayude a ampliar los servicios. Ya tengo 70 años y estoy cansado, pero si en algún momento no puedo continuar, mi hijo podrá seguir mis pasos.

P. ¿Cuál es la visión que tiene a través de esta iniciativa?

R. Muchas personas emigran sin norte, sin saber qué va a ser lo que van a hacer al llegar a otro país. Nosotros queremos ayudar a esa gente, formarles para que tengan la oportunidad de montar su propio negocio y vivir con dignidad. Cuando yo era pequeño me di cuenta de lo que era la injusticia. Viví en la pobreza y mis padres nunca me compraron un triciclo o una bicicleta como tenían los otros niños. Hay mucha gente que no puede permitirse estudiar. Así que cuando yo aprendí me dije a mí mismo que enseñaría gratuitamente a otras personas para que tuvieran igualdad de condiciones. Hay muchas alumnas que han montado su propio negocio o que se hacen su propia ropa. Yo les digo que no pueden comprarse un vestido de 5.000 dólares que vean en la 5th Avenue, pero que con 50 pueden hacérselo ellas mismas.

P. No es fácil encontrar el sentido de la vida, ¡enhorabuena!

R. Estoy contento y agradecido por mi suerte. No tengo miedo a la muerte porque vinimos aquí por una duración determinada. Así como uno se prepara para ir a una fiesta, hay que prepararse cuando nos llegue la hora.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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