La biografía de Eddie Murphy en Netflix no es un documental, sino una hagiografía egocéntrica
‘Soy Eddie’ repasa en Netflix la carrera del actor y cómico, pero sin sumergirse en lo más interesante de su historia. Es un regalo al ego de su protagonista


En un tiempo en el que cada famoso debe tener una biografía filmada para sentir que su carrera está completa (además de las clásicas memorias escritas por algún escritor en la sombra), es difícil separar lo que clásicamente hemos conocido como documental de una simple hagiografía hecha para dar un homenaje a todas las bondades de su protagonista. Hay casos salvables, claro, pero la mayoría de las películas hechas con la colaboración absoluta de su foco de interés acaban siendo una mera excusa vacía que no aporta nada nuevo a la figura tratada. La moda ha hecho de este producto (o contenido, como les gusta decir a las plataformas) algo ensamblado sin alma. Y la última prueba es el dedicado a Eddie Murphy, Soy Eddie (Being Eddie), de Netflix.
Murphy es una figura de sobra interesante. Con 15 años ya estaba haciendo monólogos stand up; llegó a Saturday Night Live (SNL) en su momento más bajo para revitalizarlo como su mayor estrella; rompió todos los cánones para un actor afroamericano en el cine de la época (el Michael Jordan de lo suyo, dicen en el documental)... Él también sabe de su grandeza, y está encantado de conocerse: “No hay ningún actor que haya hecho tanta variedad de cosas, además de stand up, ni interpretado tantos personajes. He sido una mujer mayor, un viejo judío, un burro [en la saga Shrek]... He bailado con Michael Jackson", cuenta en su entrevista a cámara. Y aun así, reconoce, pese a su enorme ego, que este hombre tímido está más tranquilo jugando con sus marionetas. “No me considero actor, ni músico, ni monologuista. Simplemente un artista que se puede expresar de muchas maneras”, dice de nuevo gustándose este hombre que se destapa como completamente opuesto a sus personajes alocados en la pantalla, que vive encerrado en una gigantesca mansión, sin hacer demasiado.
El problema es que más allá de lo que se lee entre líneas, el documental se empeña en repasar únicamente las grandes glorias de Murphy, sin un ápice de crítica e incluso aplaudiendo obras cuestionables como Norbit (porque, dice Murphy, el maquillaje costaba mucho hacer) y dejando fuera los desesperados regresos a sus personajes más famosos. Y no porque sean pocos los traspiés en su carrera, de la que casi parece que se retiró por su cuenta y no porque ya nadie aguantaba sus exageraciones. El documental prefiere hablar con sus amigos de siempre, Dave Chappelle, Arsenio Hall, Chris Rock o Adam Sandler, que cuestionar si sus monólogos siguen estando vigentes o si sus películas son tan buenas como ellos dicen.
Y las grandilocuencias no paran de llegar: “Fuimos la primera generación de negros sobresalientes viendo a Muhammad Ali. Estábamos Obama, Oprah, Michael Jordan...”. “A los 12 años dije que iba a ser famoso a los 18, y lo creí con todas mis fibras”. “Murphy dio el cambio de guardia Hollywood clásico”. “Era gracioso como Richard Pryor, molaba como Elvis y era tan grande como los Beatles”, aseguran. Y mucho de eso es real. Es indudable. Murphy superó grandes barreras, y gracias al éxito de películas como Límite: 48 horas (1982), Entre pillos anda el juego (1983), Superdetective en Hollywood (1984) y El príncipe de Zamunda (1988) y varias películas familiares, abrió puertas a toda una generación. En los ochenta, en SNL, no había nadie más gracioso que él. Y sus monólogos siguen siendo piezas clave de la historia del stand up difícilmente superables.
Nadie vivió la experiencia de Eddie Murphy (“Aunque nunca fue el alma de la fiesta”, reconocen), lo malo es que el documental nunca llega a transmitir todo lo lúgubre y sorprendente que hubo por debajo. Incluso su regreso a Saturday Night Live, tras pasar décadas enfadado con una broma del programa, se pinta como la segunda venida de dios a la tierra, cuando, si bien fue una de las mejores semanas del programa, no deja de ser una anécdota en la historia de la televisión y en la que es una de sus grandes instituciones.
¿Qué descubre el documental entonces de este hombre con 10 hijos (de cinco mujeres distintas)? Que tiene trastorno obsesivo-compulsivo, que quiere hacer monólogos de ventrílocuo con sus marionetas de Bill Cosby y Richard Pryor, que su padre dejó el alcohol por lo que decía en escena, que el actor Yul Brynner le ofreció acostarse con su mujer en una fiesta, y que sigue muy decepcionado porque nunca le dieran el Oscar (insinúa que no lo logró por la mala prensa de Norbit al estrenarse Dreamgirls). Para descubrir estos cotilleos, tampoco hacía falta este viaje
Al final, Soy Eddie es una nueva denigración del género documental, que no logra perfilar un personaje interesante, pese a tenerlo en frente (como sí hacía El último baile con Michael Jordan o Mr. Scorsese, una de las mejores series del año que termina), sino que se pierde en aplaudirlo una y otra vez. Es una pena, porque Eddie Murphy claramente tiene muchas más historias y sufrimiento detrás que no quiere compartir. Prefiere quedarse en su torre de marfil. Y eso que tiene por contar una historia que, dada su temprana fama y su estrellato mundial, solo tiene él. Pero Netflix y el director Angus Wall parecen haber tenido miedo a profundizar demasiado. Su documental es simplemente un regalo al ego de su protagonista, un empujón que él tampoco necesitaba.
Ocho documental de cómicos recomendables en plataformas
El género documental biográfico sobre cómicos es uno que está muy de moda en plataformas, pero hay muchos que sí que profundizan realmente en sus personajes, a veces de la manera más descarnada. Estos son unos ejemplos:
- Tig (2015). En Netflix.
- En la mente de Robin Williams (2018). En HBO Max.
- Los diarios zen de Garry Shandling (2018). En HBO Max.
- Belushi (2020). En Filmin.
- El sueño americano de George Carlin (2022). En HBO Max.
- La comedia y el caos: el legado de Andy Kaufman (2023). En Filmin.
- Steve! (2024). En AppleTV+.
- El mismísimo Pee-Wee (2025). En HBO Max
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