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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘La caza. Irati’: una serie de fórmula que funciona a pesar de sus excesos

Movistar Plus+ estrena los ocho episodios de la cuarta temporada de una ficción que utiliza con oficio los ingredientes que más atraen al público aficionado a los ‘thrillers’ hoy en día

Megan Montaner, en un momento de la cuarta temporada de 'La caza'.Foto: Movistar Plus | Vídeo: Movistar Plus
Juan Carlos Galindo

La caza es una serie de fórmula, sin que esto quiera decir nada a favor ni en contra. La cuarta temporada de esta ficción televisiva creada por el escritor y guionista Agustín Martínez (un tercio de Carmen Mola) se desarrolla en Irati, Navarra, un paraje espectacular de más de 2.000 hectáreas con su pequeño pueblo aledaño. Y ahí están dos de los ingredientes de la fórmula mágica: un lugar sobrecogedor por su belleza (como ocurría en las anteriores temporadas con el Valle del Benasque, Mallorca y Sanlúcar de Guadiana) y un pueblo pequeño cuya sociedad, sus miserias y sus secretos, serán parte esencial de la trama. Queda un aspecto para completar la fórmula: tensión, misterio, capítulos que terminan en alto, el abecedario del género criminal en su versión más espectacular.

El trío investigador (Ernesto Selva, Sara Campos y Gloria Mencía) en la cuarta temporada de 'La caza'.

La caza. Irati (disponibles ya los ocho capítulos en Movistar Plus+) tiene varias virtudes a señalar. Por un lado, se integra muy bien en la sucesión de temporadas y al espectador ya acostumbrado le suenan ciertos comentarios de los personajes deslizados con acierto, sin que esto moleste a quien aterrice por primera vez en esta ficción. Además, tiene un buen trío protagonista. Una sólida Megan Montaner interpreta a Sara Campos, la constante de las cuatro temporadas y el rostro de la serie; la acompaña Félix Gómez como el teniente Ernesto Selva, un soplo de aire fresco en la anterior entrega y que sigue formando el anclaje de la serie con el policial más puro; el plantel lo completa Silvia Alonso, que llena con solvencia el traje de la capitana de la UCO Gloria Mencía. Además, como en otras temporadas, los personajes del pueblo toman cierta relevancia según el momento y entre ellos destaca Roger Casamajor, como el padre de un chaval desparecido, correcto incluso en los excesos impuestos a su personaje

Hablemos de la historia. La caza. Irati comienza fuerte: en los primeros minutos ya nos encontramos con una mujer asesinada de forma ritual. Era la madre de un chaval, Eneko, que desapareció tres años antes. Seguro que les suena. La investigación de esta muerte reaviva todos los temores y rencores entre las gentes del pueblo y es solo el punto de partida de una trama que los tres guionistas (el propio Martínez, Isa Campo y Luis Moya) llevan a todo ritmo y con los saltos adecuados, sobre todo al final de algunos capítulos.

Roger Casamajor destaca entre los secundarios gracias a su interpretación de Julen, padre de un joven desaparecido.

Ahora bien, la serie peca de obvia en momentos, sobre todo diálogos, en los que se podría haber confiado más en el espectador, y aborda la relación de Sara Campos con su ex (Alain Hernández) de una manera que chirría y en la que no ahondaremos para no destripar las temporadas anteriores a potenciales espectadores. Y chirría también la solución elegida por los guionistas para difundir un vídeo esencial para que la investigación avance. Estamos en medio del espectáculo y se puede dejar pasar, pero queda la duda de si no se podría haber resuelto mejor.

Como ocurre en muchos de los thrillers contemporáneos, ya sean libros o series, hay cierto ensimismamiento con el paisaje del norte (maravilloso, qué duda cabe) que aquí integran en la trama gracias a las tradiciones y leyendas locales. Las sospechas apuntan a unos y a otros, vamos viendo gracias a la estructura en dos tiempos (otro clásico contemporáneo) qué pasó cuando desapareció Eneko, y los guionistas juegan muy bien con los falsos culpables y las tensiones en el pueblo (incluidos un grupo de chavales nada inocentes), las corruptelas y los engaños, hasta que a mitad de la temporada estalla la bomba que reconfigura todo y abre nuevas perspectivas.

A partir de aquí la serie reconduce sus excesos (al menos los esotéricos) hacia una explicación un poco forzada pero que funciona. Salto a salto, capítulo a capítulo, no se olvida de la tensión y todavía, cuando todo parece encauzado, los protagonistas sufren varios reveses. Hay buenos actores y una historia que engancha en un paraje incomparable. Al final, queda la semilla de la siguiente temporada. Es thriller de fórmula. Y funciona.

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Sobre la firma

Juan Carlos Galindo
Es responsable de la sección de Pantallas y, además, escribe sobre libros en Cultura y Babelia y el blog Elemental. Lleva en EL PAÍS desde 2008. Como autor, ha publicado las novelas negras 'Hontoria' y ‘Muerte privada’ (Salamandra).
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