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Un sillón vacío, un millón y medio de espectadores

Los viejos periodistas turcos se hacen ‘youtubers’ tras ser expulsados de la televisión tradicional. El caso de Fatih Altayli es uno de los más sonados y es seguido por miles de personas, pese a estar en la cárcel

El sillón vacío de Fatih Altaylı en su canal de YouTube.
Andrés Mourenza

La emisión del 23 de junio se abrió con un sillón gris y el fondo del estudio difuminado: el escenario habitual en el que el periodista Fatih Altayli comenta las noticias diarias en su canal de YouTube. Solo que esta vez el sillón estaba vacío. Su ocupante habitual había sido detenido el día anterior por la policía. En su lugar se escuchaba una voz en off narrar lo sucedido. Más de 1,4 millones de espectadores lo vieron.

Los días siguientes se repitió el modelo: un sillón vacío sobre el que la voz de un miembro del equipo del canal leía las cartas o los diarios del periodista escritos en prisión. Todos los vídeos superaron el medio millón de visitas. Altayli sigue encarcelado, acusado bajo el artículo 301 del Código Penal, que condena los atentados y ataques físicos contra el Presidente de la República.

Desde luego, Altayli no ha estado ni remotamente cerca de asaltar al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Su presunto crimen fue responder la pregunta de un espectador sobre una encuesta según la cual el 70% de los turcos se opone a que Erdogan sea presidente de por vida (lleva 11 años como presidente y, antes, otros tantos como primer ministro). Altayli dio una larga respuesta en la que explicó que le parecía un resultado acorde con la realidad, puntualizando que eso no significa que el 70% de la población esté en contra de Erdogan, sino que la mayoría de los turcos quieren tener la posibilidad de decidir quién les gobierna. Y puso como ejemplo que, incluso cuando no había democracia, en la época de la monarquía absoluta otomana, “este pueblo ha estrangulado a sus propios sultanes cuando no le gustaban”.

Fatih Altaylı presentando las noticias en su canal de YouTube.

Fatih Altayli es un conocido rostro de los medios de comunicación turcos, en los que ha trabajado desde hace más de 40 años escribiendo artículos, presentando programas, dirigiendo canales de radio y periódicos. Nunca ha sido ni demasiado favorable al Gobierno, ni demasiado crítico, pero siempre ha mantenido buenos contactos con las élites turcas y un estilo propio, nunca muy del gusto de todos. Así, pasó por las principales cabeceras mediáticas hasta que en 2023 fue despedido del programa que dirigía en la cadena Habertürk.

Desde su llegada al poder en 2002, cuando todavía era un partido protesta despreciado por las élites turcas, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan ha buscado dominar el que era un amplio y rico panorama mediático. Poco a poco, mediante el progresivo control de las instituciones regulatorias, metiendo en vereda a los medios críticos a través de continuas multas y recompensando con jugosos contratos a las empresas propietarias de medios que se alineaban con el Gobierno, lo fue consiguiendo. En los últimos 10 años, varios miles de periodistas críticos han sido despedidos, incluidos los más veteranos, y la televisión de contenido informativo está dominada por decenas de canales favorables a Erdogan y únicamente tres o cuatro contrarios a él (que tratan de sobrevivir entre constantes sanciones: uno de ellos, Halk TV, por ejemplo, ha sido recientemente condenado a dejar de emitir durante 10 días y su propietario, exiliado en Inglaterra, está en busca y captura). Los habituales programas de debate que cada mañana y cada noche llenan las pantallas, antaño ricos en ideas, se han convertido en un coro de voces en sintonía con el poder, de razonamiento simplista y altavoz de teorías de la conspiración (a algún culpable hay que achacar los males del país cuando no se le pueden atribuir al Gobierno).

Tras su expulsión del mainstream, Altayli, como otros muchos periodistas turcos antes que él, halló refugio en internet. Y se convirtió en youtuber. El modelo no es superoriginal: igual que otros influencers, los periodistas-youtuber turcos analizan las noticias del día, responden a las preguntas que les envían los espectadores, entrevistan a algún personaje público, o simplemente dan su opinión sobre uno o varios hechos en lo que son poco más que una columna de opinión radiada. Quizás lo que los distingue de los youtubers de otras latitudes es que son rostros muy conocidos por sus carreras anteriores, es decir, si lo trasladásemos a España sería como ver a Iñaki Gabilondo, Matías Prats o Angels Barceló al frente de un canal de YouTube.

El éxito ha sido rotundo, en un país —como otros— donde la televisión se ve cada vez menos, y en el que, pese a que la mitad de los turcos se oponen a Erdogan, no encuentran en los canales habituales a alguien que ponga voz a sus ideas. Según la web Marketing Türkiye, el canal de YouTube de la periodista Nevsin Mengü tuvo 12 millones de espectadores en junio; el del periodista Cüneyt Özdemir, 13,7 millones y el de Fatih Altayli, superó los 20 millones, si bien entre marzo y mayo, cuando arreciaron las protestas por la detención del candidato opositor a las próximas elecciones presidenciales y el veterano periodista elevó el tono crítico con el Gobierno, su canal se movió entre los 30 y los 40 millones de espectadores mensuales, o lo que es lo mismo, mucho más que buena parte de los programas informativos de la televisión tradicional.

A las autoridades no se les ha escapado este éxito. Ya antes de su detención, en marzo, el Consejo Superior de Radiotelevisión de Turquía (RTÜK) le dio a Altayli 72 horas para obtener una licencia de emisión o le bloquearía el canal —a través de otro organismo controlado por el Gobierno que se encarga de regular y censurar las telecomunicaciones—. Igual que Altayli, otros youtubers han tenido que pasar por el aro y pagar una licencia (que cuesta unos 25.000 euros anuales, más el 1,5 % de los ingresos del canal; resto de impuestos aparte). Pero el afán no es simplemente recaudatorio: las licencias pesan como espada de Damocles sobre estos periodistas, ya que deben ser renovadas anualmente, lo que permite a RTÜK ejercer presión. Y si eso no basta, ya está la Fiscalía.

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Sobre la firma

Andrés Mourenza
Periodista en el Mediterráneo Oriental desde 2005. Trabajó para EFE y El Periódico de Catalunya en Estambul y Atenas y, desde 2015, escribe en EL PAÍS sobre Turquía, Chipre, el Cáucaso y Oriente Próximo. Licenciado en Periodismo por la UAB y experto en Cultura y Religión Islámica. Ha escrito los libros 'La democracia es un tranvía' y 'Sínora'.
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