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COLUMNA
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Masacrando niños, por si crecen

Sé que los adultos y los ancianos también padecen la bíblica venganza en Gaza, pero los niños destrozados se te incrustan con mayor impacto en el corazón y en la retina

Una niña se asoma tras una tienda improvisada en el puerto en la Ciudad de Gaza, donde miles de personas desplazadas por los ataques israelíes han encontrado refugio.
Carlos Boyero

Si todavía posees algún interés por las noticias del mundo y enciendes esa cosita embrutecedora llamada televisión para ver los informativos conviene que en esos momentos no estés comiendo, ya que vas a contemplar imágenes que provocan el vómito. También feroz sensación de impotencia, inútil piedad y aquella certidumbre de Neruda: “Sucede que me canso de ser hombre”.

Observarás las matanzas de niños en Gaza, su intemperie, su terror. Y ya sé que los adultos y los ancianos también padecen la bíblica venganza, pero los niños destrozados se te incrustan con mayor impacto en el corazón y en la retina. No han tenido tiempo para ser culpables de nada. A los señores de la guerra les da igual o lo justifican el nombre de los daños colaterales en los conflictos bélicos. Bueno, en una permanente e impune carnicería. Lo que sorprende es que Israel con su infinito poder mediático no sabotee esos firmados testimonios del horror. Pueden hacer lo que quieran mediante su tecnología, pero no deberían menoscabar o ignorar el valor de las imágenes.

Muchos estadounidenses e infinitos ciudadanos del mundo con un poco de corazón alucinaron al ver a una cría vietnamita empapada de napalm mientras que corría desesperada hacia ninguna parte. O la fotografía que captó un tal Kevin Carter durante la hambruna de Sudán en el 93. Era una criatura desfallecida y tirada en el suelo del desierto. Tenia compañía, la rodeaba un buitre expectante ante su muerte. Al parecer el hombre que logró esa imagen siguió su camino, no recogió al bebe. Creo recordar que años después se suicidó. No me extraña.

Sospecho que el exterminio de esa gente cuando van a buscar un trozo de pan y un poco de agua, no lo va a parar ni Dios. Si les soltaran una bomba atómica a esos dos millones de personas tal vez aliviarían su tortura. Sería el final. No creo que pasara nada grave entre los gobiernos del mundo. El poder tiene bula para todo. Los de Gaza siempre han sido parias. Y nadie puede olvidar la salvajada que perpetró Hamás. ¿Qué culpa tiene la infancia? Toda, según sus matadores. Porque se harían mayores.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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