El final de ‘El cuento de la criada’: Y June consiguió que los bastardos no la aplastaran
El último capítulo está puesto al servicio de los pocos fans que debemos quedar de la serie a través de una estructura que va abrochando todas las tramas desarrolladas en seis temporadas

Antes de empezar, un aviso. Esta es una reflexión tras casi una década viendo y esperando cada temporada de ‘El cuento de la criada’, así que está llena de espóileres. Si necesitas tiempo para ver el final, deja de leer ahora y vuelve cuando te hayas repuesto.
Blessed be the fruit.
El final de El cuento de la criada, la adaptación de la novela de Margaret Atwood, se ha emitido este martes en Max después de una larga travesía de ocho años. Este tiempo ha sido más un acto de resistencia que de paciencia. Me he sometido al sufrimiento, la oscuridad, la claustrofobia, he perdido la esperanza en muchos capítulos donde la trama se sustentaba solamente en eso: el dolor de las mujeres de Gilead y en particular el de June Osborne, la protagonista. Una vez más, la última, me he sentado ante la pantalla con la incredulidad suspendida y las expectativas ajustadas. Son ya muchos finales de series decepcionantes los que guardo en la memoria.
El último capítulo está puesto al servicio de los pocos fans que debemos quedar de la serie. A través de una estructura que va abrochando todas las tramas desarrolladas en seis temporadas, el director Bruce Miller y la actriz Elisabeth Moss, que con el paso de los años se ha convertido en guionista, directora y productora ejecutiva, han decidido recompensar nuestra fidelidad. Hay un final para cada uno de los personajes principales y todos son complacientes, tal vez demasiado para una serie que se ha dedicado a aplastar la esperanza del espectador sin piedad. Una y otra vez se ha empeñado en certificar que, si a las mujeres les queda algo que perder, iba a suceder de la peor manera posible.

Por eso, algunas secuencias me han provocado tanto alivio que durante unos segundos he recuperado la fe en la justicia, en el karma, en los dioses, si es que existe alguno. Por ejemplo, cuando por fin Janine (Madeline Brewer) es liberada. Una criada convertida en epítome de todas las clases de ensañamiento ideadas por Gilead, el trasunto totalitario y ultraconservador de Estados Unidos en la serie. No solo recupera la autonomía de su cuerpo, sino que sus dos captoras le devuelven a su hija, la que le arrancaron directamente de su vagina al nacer.
El final se compone también de alegorías y recuerdos —a ratos demasiado largos y edulcorados— con los que se proyectan futuros mejores que El cuento de la criada deja en manos de su secuela, Los testamentos, prevista para 2026. June Osborne se imagina cantando y bailando con sus amigas Emily (Alexis Bledel), Moira (Samira Wiley), Rita (Amanda Brugel) y otras criadas al son de Fleetwood Mac en una ciudad ya liberada que, en algún momento, dejará de ser un escenario de guerra.

Nick y Luke, los dos hombres que forman el triángulo amoroso que tantas veces ha sostenido la serie como asidero al que aferrarse ante tramas vacuas, toman direcciones opuestas a June. El comandante de Gilead muere en un avión en el que su amada había colocado una bomba. Nick (Max Minghella), el tipo duro y atractivo que, con suerte, regalaba tres palabras para forjar su apariencia de interesante, decide quedarse en lo que él mismo denomina “el equipo de los ganadores”. Es decir, elige, una vez más, la validación masculina, que le faltó en su infancia, de Los Hijos de Jacob, esos hombres que gobiernan Gilead y que le han permitido escalar socialmente para asegurarse un fiel. Un neonazi, a fin de cuentas, que como June hasta yo misma llegué a justificar una y otra vez por esa atracción hacia los hombres tóxicos a los que se puede salvar de sí mismos que debo llevar pegada a las entrañas.
Luke (O. T. Fagbenle), el marido cuidador, el que espera años a su mujer y que es hasta comprensivo con la relación que tiene con su amante, se ha descubierto como un auténtico rebelde. Lidera parte de la guerrilla que consigue el inicio del fin de Gilead y además ha madurado y sabe establecer límites. “Te he subestimado, lo siento”, le dice su mujer. “Sí”, contesta él mientras se despide. Ya solo les une un objetivo: encontrar a Hannah, la hija que los guardias del régimen les quitaron y cuyo futuro se desvelará en la secuela.
He perdido la cuenta de todas las veces que June ha tratado de iniciar una revolución grande o pequeña para recuperar a su hija. Tampoco recuerdo cuántas veces ha intentado volver a Gilead con el fin de vengar una nueva injusticia. En esa espiral que se ha convertido en columna vertebral de la serie se ha topado siempre con su adversaria, Serena, la mujer del comandante que le somete a la tortura en cada temporada.

La emperatriz del régimen de terror finalmente se convierte en madre y abre los ojos, a su manera, ante la estructura totalitaria que ayudó a idear. No sé si hay arrepentimiento en ella, oportunismo para garantizarle una vida a su hijo o piedad cristiana. Cualquiera de estas posibilidades son suficientes para que June, cristiana confesa, le perdone en un acto de generosidad complicado de procesar. La última vez que aparece Serena está sentada sobre una precaria cama con su hijo; sus únicas posesiones son un par de bolsas de ropa, una silla y una mesa en un campo de refugiados. Cuando se abre el plano, una línea en el suelo subraya su nuevo reino: una cuadrícula que no debe medir más de 2x2.

El cuento de la criada se estrenó en abril de 2017, cuando Donald Trump estaba a punto de cumplir sus primeros 100 días de mandato. Se cierra en mayo de 2025, cuando el magnate, declarado culpable de decenas de delitos, también sexuales, lleva casi medio año de nuevo en el poder. La serie por sí misma nunca ha sido terapéutica, solo ha concedido algunos momentos de respiro al ser capaz de incluir el humor en la oscuridad más profunda. El desasosiego se ha multiplicado al comprobar su capacidad de retratar el zeitgest de estos dos momentos de la historia reciente. Y ya no solo en Estados Unidos. “No dejéis que los bastardos os aplasten”, es una de las frases de la serie que hacen suya las mujeres. Los bastardos de Gilead están ya por todas partes.
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