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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Elogio del gran entrevistador: David Frost acorraló a Nixon y también se fajó con su amigo Muhammad Ali

La serie ‘David Frost vs...’ reivindica a un periodista legendario en el Reino Unido y EE UU. A través de él y sus invitados se revive un tiempo fascinante entre los sesenta y los setenta. Distinto al actual, quizás no tanto

Muhammad Ali y David Frost, en abril de 1979 en Los Ángeles.
Ricardo de Querol

La entrevista en televisión tiene su arte. Hay periodistas que son incisivos, que colocan al otro a la defensiva, que llenan la escena de tensión. Puede ser interesante cuando se destapa algo que se quería ocultar. Y hay periodistas que son amables, hasta parece que compadrean demasiado, y que, cuando el otro está relajado, le hacen decir lo que nunca había dicho en público.

David Frost, una leyenda de la televisión del Reino Unido y Estados Unidos, estaba más cerca de la segunda categoría, porque sus formas eran refinadas y elegantes, podía ser cálido y jugaba a la falsa inocencia. Decía que prefería la conversación al interrogatorio. Pero también supo poner en apuros a quienes se sentaban con él. Fue famosísima la serie de entrevistas en las que apretó a Richard Nixon en 1977, tres años después de su dimisión por el Watergate, y le forzó a pedir perdón a los ciudadanos. “He decepcionado al pueblo de Estados Unidos y llevaré esa carga el resto de mi vida”, confesó. Seguida por 45 millones de personas, la conversación tuvo tanto impacto que se llevó al teatro y luego al cine como Frost/Nixon (en España, El desafío. Frost contra Nixon).

La serie documental David Frost vs…, en SkyShowtime, reivindica al fallecido periodista británico (1939-2013). La producción no solo atraerá a los interesados en la comunicación, porque a través de él y de los personajes que desfilan por sus programas se nos cuenta la historia de un tiempo fascinante, los años sesenta y setenta, en los que alcanzó su mayor influencia. Entonces era conocido como el Capitán Jet Lag, porque grababa varios programas en la misma semana, unos en Londres y otros en Nueva York.

Frost no se limitaba a observar y preguntar: era también un protagonista de lo que pasaba. Acompañaba a los Beatles en el tren cuando se citaron con el santón indio Maharishi Mahesh Yogi; estaba al pie del ring de Kinshasa cuando Muhammad Ali noqueaba a George Foreman y recuperaba el trono mundial; viajó a Belfast después del Domingo Sangriento para dialogar con militantes en los bandos enfrentados, y les echaba en cara la sangre de inocentes derramada.

Era atrevido, descolocaba a todos, cada programa era un pequeño acontecimiento. Y, sí, hacía buenas preguntas, las que otros no harían. Se saltaba el guion, se salía de lo previsible. Exponía a sus invitados a dialogar con el público. En lo más crudo de la guerra en Vietnam, reunió al vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, con varios estudiantes movilizados (y reclutó a los más brillantes). Al muy racista gobernador de Alabama y candidato presidencial George Wallace le interrumpía una y otra vez para que explicara cuál era el problema de los matrimonios mixtos, y lo puso en evidencia. Debatía desde la ética con el diablo si era necesario.

Los tres capítulos disponibles de la serie (vienen tres más) se centran en iconos de la cultura popular: los Beatles, Muhammad Ali y Jane Fonda. Recibió a George Harrison y John Lennon cuando estaban en su momento místico, tras haberse iniciado en la meditación; Frost sabía bien de qué iba eso y avanzó por ahí. Los de Liverpool habían descubierto una nueva vía para soportar el peso de la fama, y renegaban ya del ácido que tomaban hasta meses antes. Cuando preguntó a George si viviría igual sin su dinero, le respondió: “Seguramente viviría mejor”. En otra ocasión puso a Lennon y Yoko Ono a crear arte con el público: la performance consistía en martillear clavos en un tablero. Antes que eso, se había estrenado en su programa la canción Hey Jude, con los Beatles fundiéndose con el público, en lo que fue su última actuación en televisión y una de las más recordadas. Había mucha buena música en directo en estos espacios: vemos a Nina Simone, a Louis Armstrong, a Roberta Flack y a otras estrellas.

El célebre careo con Nixon ocupará uno de los capítulos que quedan (y los otros dos serán para Elton John y para el conflicto en Oriente Próximo), pero el entonces presidente de EE UU ya sale mucho en el dedicado a Jane Fonda, que era su némesis. La actriz había pasado de sex symbol (a partir de su película Barbarella) a activista en primera línea contra la guerra del Vietnam, lo que la convirtió en objeto de la ira de los republicanos. La vemos, joven y bellísima, enfrentarse al poder político sin medir las consecuencias. Un punto de inflexión fue su visita a Vietnam del Norte en 1972, a lo que siguió una campaña por todo EE UU que la llamaba traidora, que llegó al Congreso y que casi la sienta en el banquillo. Desde Hanói, Fonda llegó a dirigirse por radio a los soldados de EE UU para que dejaran de luchar. Frost consideró que alinearse con el enemigo era un gran error, y se lo dijo, pero no dejó de darle voz en su programa. En su plató no se cancelaba a nadie.

Quizás el capítulo más estimulante es el dedicado a Muhammad Ali, con el que tuvo una relación estrecha desde sus primeros contactos en 1968, cuando ya no se llamaba Cassius Clay porque se había convertido al islam. Ali es una figura tan compleja como magnética, que utilizó su éxito en los cuadriláteros para proyectar su ideología y pagó un precio por ello. Se convirtió en un referente para la población negra por su contundente discurso contra el racismo, para los jóvenes hippies por su negativa a alistarse para ir a Vietnam (lo que le costó el título mundial y más de tres años de carrera) y para el entonces llamado Tercer Mundo por su denuncia del imperialismo y el colonialismo.

Con él Frost tuvo diálogos muy tensos en torno al conflicto racial. Ya en sus primeras entrevistas le reprochaba que hubiera dicho que todos los blancos son malvados, una frase que a Frost le obsesionó. “Muchos lo serán, pero ¿todos?“, le dijo. Alí no se apeaba de su posición, porque sostenía que había una responsabilidad colectiva en la esclavitud y la segregación. “Mi enemigo es el hombre blanco”, decía. El boxeador también hablaba contra la idea de integración, que para él equivalía a “desintegración” de la nación negra. El debate se mantuvo abierto 34 años, porque en 2002, en el último de sus muchos diálogos, un Muhammad Ali envejecido y sereno escuchó la misma pregunta y respondió que eso era lo que pensaba, pero ya no. ”Cualquier hombre puede ser malvado. Está en la mente, no en el color”. Tardó mucho el periodista en quitarse esa espina, en llevar a su interlocutor a la posición que creía correcta.

Frost hizo un periodismo muy libre, aferrado a sus principios. Se mantuvo activo, en la BBC y luego en la programación en inglés de Al Jazeera, hasta su muerte, a los 74 años, por un ataque cardiaco durante un crucero en el Mediterráneo. Lo visto en esta serie sobre sus mejores años deja la sensación de que los grandes debates sociales se abordaban entonces en la escena pública de forma más abierta que en el mundo actual, tan maniqueo y furioso. Claro, no había Twitter, perdón, X. Pero también entiendes que eso que llaman guerra cultural no ha empezado hoy ni ayer. Y que Frost tenía mucho que aportar a los ciudadanos del futuro.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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