Aplaudir
Renuncio a estar informado de la realidad a través de la televisión. No soy masoquista. Supone una tortura excesiva

La querida gente con la que hablo por teléfono tiene la generosidad o la elegancia de contestarme que están bien cuando les pregunto por su estado físico y mental. El maldito bicho les sigue ignorando hasta el momento. Y aseguran que no tendrán necesidad de psiquiatras cuando finalice la pesadilla. Entre esas personas que no declaran ni enfatizan la presencia del miedo tengo a una familia en la que cuatro de sus miembros son médicos que llevan más de dos meses en primera línea de fuego. Pero no hacen alardes verbales sobre la trascendencia y el riesgo que implica su trabajo cotidiano. Como mucho, alguna vez me manifiestan que están un poco cansados, pero añaden que se limitan a hacer su trabajo. Y recuerdo la definición que hacía Humphrey Bogart sobre la condición humana: “Para mí solo existen los profesionales y los vagos”. ¿Simplista, maniqueo? Yo creo que no. Que era preciso.
Y percibo que cada vez somos menos las personas que salimos a las ocho de la tarde para aplaudir a los que se están jugando su vida intentando salvar la de los otros o aliviar su sufrimiento. ¿Esto ocurre por agotamiento, por la sospecha de que el infierno tiene pinta de ser inacabable, por negarle valor a la repetición de un acto simbólico? Ahora la energía revolucionaria pretenden encarnarla no los que aplauden a los héroes, sino los que envueltos en banderas, acompañados de himnos patrióticos, golpeando objetos metálicos (alucino con la imagen en el barrio de Salamanca de un poseído dándole inmisericordes hostias a una farola con su palito de golf), teniendo tan clara la identidad del diablo que está perpetuando nuestra tragedia. Qué grima el protagonismo de la casi siempre sórdida política intentando sacar provecho del pavor colectivo.
Renuncio a estar informado de la realidad a través de la televisión. No soy masoquista. Supone una tortura excesiva.
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