Vivir con trastorno límite de la personalidad: “En un día pasan de estar muy bien a muy mal, con emociones como rabia, ansiedad y tristeza”
Al menos 600.000 personas viven en España con una patología muy desconocida para la que no hay suficientes recursos. “Mezclo alcohol con pastillas, he llegado a meterme en peleas en la calle, he buscado relaciones sexuales de riesgo”, dice una afectada


La vida con trastorno límite de personalidad se parece a montar en una montaña rusa. Hay subidas extenuantes y bajadas vertiginosas en cuestión de segundos, cuentan quienes conocen bien este padecimiento. Todo es más intenso: el amor, el odio, la alegría, la tristeza. “A veces solo te gustaría que todo parase, poder descansar, que la cabeza te dé un respiro, porque está 24 horas al día en actividad”, dice Sara Armenta, de 36 años, diagnosticada hace siete, pero con la condición desde la adolescencia, probablemente, que es cuando a menudo empieza a manifestarse.
Para quienes sufren este trastorno, la inestabilidad emocional no es solo una característica, sino algo que afecta cada esfera de la vida: desde el ámbito familiar y social hasta el laboral y personal. Los días de Sara a menudo están trufados con autolesiones, impulsividad y episodios de autodestrucción: “Mezclo alcohol con pastillas, he llegado a meterme en peleas en la calle, he buscado relaciones sexuales de riesgo, he hecho compras compulsivas que me dejaron sin dinero, lo que me llevó incluso a prostituirme”. Cuando dice esto último, se queda un segundo pensando, parece que va a corregirlo, pero no lo hace. “Sí, se puede decir que me he prostituido, me acosté con un hombre mayor con dinero para que me pagara el alquiler”, matiza.
La prevalencia de esta patología puede ir, según los estudios, del 1,4% al 5,9% de la población, por lo que, según los cálculos más conservadores, afecta en España a más de 600.000 personas. Pese a ello, es tan desconocida por la población general como infradiagnosticada. Sucede, en parte, porque es muy frecuente que el trastorno límite produzca otras enfermedades, como ansiedad o depresión, que suelen ser las primeras que se identifican antes de dar con el verdadero fondo del problema.
Los rasgos fundamentales que sirven para detectarlo son tres, según Juan Carlos Pascual, que trabaja en las unidades de Trastorno Límite y de Adicciones Comportamentales, del Hospital de Sant Pau (Barcelona). El primero es el “mal manejo” de las emociones negativas. “Son muy intensas, muy fluctuantes, en un mismo día pasan de estar muy bien a muy mal, con gran predominio de emociones que les hacen sufrir: rabia, ansiedad y tristeza. Esto les produce una elevada reactividad ante situaciones ambientales; no tiene por qué suceder siempre, pero la respuesta es elevada y tardan en volver a la línea base”, explica Pascual, quien es también miembro del Comité Ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM).
A Sara esto le causa un sentimiento de “vacío tremendo, cansancio y devastación”. Explica que en esos momentos complicados no se ve la luz: “No sabes si va a terminar, no sabes cómo te vas a levantar mañana, si vas a estar contenta y activa, o depresiva y te va a limitar por completo, si te van a dar brotes”.

La segunda característica que enumera Pascual es la impulsividad, que se puede manifestar en diferentes áreas: consumo de tóxicos, gastos excesivos, conducción temeraria, descontrol sexual, agresividad, autolesiones o intentos de suicidio. Las personas con trastorno límite constituyen una de las poblaciones con más riesgo de autolisis.
Sara ha experimentado prácticamente todas estas conductas. Relata que en momentos “muy depresivos” hace cosas que pone en peligro su vida. “He tenido conductas sexuales de riesgo y podría haber contraído infecciones de transmisión sexual: he llegado a ir sola a discotecas para acostarme con alguien. Tuve un momento de compras compulsivas. Me he metido en peleas que me cruzaba y que no tenían nada que ver conmigo, e incluso he salido a la calle en busca de ese tipo de cosas. He estado ingresada por sobreingesta de alcohol con pastillas más de una vez. Ahora estoy con autolesiones, empezaron hace un tiempo, pero se han vuelto más cotidianas”, enumera.
La tercera característica que define al trastorno la constituyen los problemas relacionales. “En forma de relaciones tempestuosas, de idealización a devaluación de las personas. Te quiero mucho y luego te odio. Dependencia emocional y miedo al abandono”, explica Pascual.
De nuevo, parece estar describiendo la vida de Sara, que empeoró rápidamente cuando su padre le dio la espalda por sus problemas mentales: “Yo creo que viene de que alguna vez te has sentido abandonado y que te has percibido que no le han dado importancia a los sentimientos que hayas podido tener. Yo sufrí bullying en el colegio, he tenido problemas en los trabajos. Hace tres años fue mi tercera baja. Se juntó un problema con una compañera y que la enfermedad estaba muy fuerte. Estuve cuatro días tomando pastillas y alcohol, nadie sabía de mí. A lo mejor me llamaban mis amigas, notaban que estaba drogada, pero no sabían bien qué pasaba”.
¿Qué es exactamente el trastorno límite?
Como sucede con muchos problemas de salud mental, no hay marcadores biológicos para detectar el trastorno. Es una mezcla de predisposición biológica con la interacción social durante la infancia y la adolescencia lo que forja este tipo de personalidad. Mario Acevedo, psiquiatra que ha estudiado durante décadas la patología, lo define como “una herida” (así se titula su libro: La herida límite).
“No se ha estudiado en profundidad”, opina Acevedo, que describe a los pacientes como personas que entran en la consulta a la defensiva, desconfiando de los médicos, porque muchas veces les han rechazado. El psiquiatra se centra en malos tratos, abandonos o traumas en la infancia como causa del trastorno. Según los estudios, es una característica de muchos de quienes lo padecen.
“Cuando hemos empezado a darles cariño y empatía se van curando. Son quijotes. No solo son buenas personas: son nobles, solidarias, suelen ser revictimizadas en el tiempo. Para salir del vacío de la infancia se meten en problemas, amores imposibles, drogas, problemas que lo que hacen es llevarlos a la cárcel y al suicidio”, asegura Acevedo.
No existe un tratamiento farmacológico específico para el trastorno límite. La mayoría de los pacientes diagnosticados reciben medicación para tratar las comorbilidades, pero es necesario acompañarlo de una psicoterapia específica que sí se ha mostrado eficaz.

El sistema sanitario, como ocurre para casi cualquier problema de salud mental, no está suficientemente preparado. Escasean recursos y profesionales. Sara relata con amargura que solo puede ver a su psiquiatra cada tres meses, y que no es suficiente. Aunque existen centros específicos para tratarlos, como el del Hospital de Sant Pau, donde trabaja Pascual, no son suficientes. En él, hacen malabares para poder atender a todos los pacientes que lo necesitan. En lugar de seguir la psicoterapia de un año, que empieza con una individual para dar paso a la grupal, hacen esta última durante seis meses “para ser más eficientes”, tratar de atender al máximo de personas perdiendo el mínimo de calidad asistencial.
Acevedo afirma que harían falta más equipos multidisciplinares (con psicólogos psiquiatras, asistentes sociales, enfermeras de salud mental), en unidades especiales con un servicio ambulatorio específico, hospital de día, y un centro de internamiento para los casos más graves que atendieran a las características especiales de estas personas para evitar lo que le ha sucedido a Sara en sus ingresos: “Estuve una vez unos 20 días, en una especie de salón y dos pasillos en forma de L, donde pasábamos el día andando para no estar sentadas. No hablé con ningún psicólogo, solo con una psiquiatra que me atendió una vez. Estas con gente con problemas que no tienen nada que ver, ves cosas muy desagradables, se te quedan marcadas en la cabeza”.
Ante la falta de recursos, cuando identifican el problema, muchas personas acuden a asociaciones, como la madrileña AMAI TLP, donde brindan a los pacientes esta ayuda integral que necesitan. Su presidenta, Teresa Oñate, cuenta que cuando las familias comprueban que tiene listas de espera de más de medio año para ver al psiquiatra acuden a ellos: “No pueden esperar tanto”.
Además de atenderlos, la asociación está volcada en la formación: a profesores, policías, bomberos, médicos, enfermeras. Para que identifiquen y reconozcan el problema, y sepan abordarlo. También a las familias, que son las primeras que tienen que lidiar con el trastorno. “Queremos que nuestros hijos disfruten de la vida ―dice Oñate―, aunque no lo han a hacer a lo bestia, que saquen todo lo malo y se centren en lo magnífico que tienen, que es muchísimo. Son personas como otra cualquiera, pero todo para ellos es un poco más. Disfrutan más, se cabrean más, sufren más”.
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