Raquel Presumido, escritora: “Mis fantasmas no dan miedo. Da miedo contra lo que se rebelan: la turistificación”
La autora publica su primer libro de cuentos, ‘Ratones en la despensa’, una colección de relatos atravesados por lo rural, lo terrorífico y el humor.

Raquel Presumido (Oviedo, 1992) pasa del ensayo a la ficción con Ratones en la despensa, una colección de 17 cuentos atravesados por lo rural, lo terrorífico y el humor. Tras publicar Anónimas: la escritura silenciosa de las mujeres, un ensayo sobre la invisibilización de las mujeres en la literatura, la escritora cambia el foco: ahora no busca transmitir un mensaje, sino sensaciones que la han acompañado desde pequeña. En estos relatos conviven brujas a las que todo un pueblo teme, fantasmas con bragas rotas y padres devoradores. Todo nace de imágenes que la obsesionan, de historias que escuchó de niña y de esa sensación de indefensión que le provoca, todavía hoy, entrar a una despensa donde podrían haberse colado los ratones.
Pregunta. ¿Cómo se produce ese recorrido desde tu anterior obra, Anónimas, hasta Ratones en la despensa?
Respuesta. Estos cuentos llevan escribiéndose varios años. De hecho, el relato que abre el libro, Beleño —sobre una mujer de un pueblo a la que temen por bruja — es el primero que escribí. Surgió en un taller de escritura feminista que daba la escritora Silvia Nanclares en el que nos propuso hacer una historia sobre una mujer repudiada en un lugar. Y a mí me surgió esa idea. Yo fui criada en un entorno fronterizo entre Asturias y León, en un pueblo asturleonés, y los relatos que más gustaban a la gente que estaba a mi alrededor, en los que yo me sentía más cómoda y con los que aparecían imágenes más sugerentes eran los que tenían que ver con lo rural y lo fronterizo. Además, yo siempre digo que los lugares fronterizos son como pasillos. Los pasillos son necesarios, pero también pueden dar un poco de miedo de noche. Por eso, cuando escribí el ensayo de Anónimas lo hice por una necesidad de transmitir un mensaje, y aquí lo que quería expresar eran unos sentimientos y unas sensaciones concretas.
P. El cuento o relato ha sido tradicionalmente un género denostado, en parte por su brevedad, pero, ¿crees que el cuento es especialmente adecuado para reflejar las ansiedades contemporáneas? ¿Qué permite este formato?
R. Para mí, el cuento es el género perfecto. De hecho, si nos vamos al inicio de la civilización en sí misma, un relato literario es lo más cercano a las primeras narraciones orales que nos contábamos entre humanos para transmitir las historias que queríamos que llegaran a las nuevas generaciones, las diferentes costumbres, las leyendas, etcétera. Son herederos de esto. El cuento tiene algo de susurrar al oído a alguien una historia que te obsesiona y que tiene principio y final. De hecho, hay mucha gente que me está diciendo que le está leyendo Ratones en la despensa en voz alta a sus amigos, que es algo que me está encantando. Sentarse a cenar y decir “os voy a contar este cuento que me gustó”. Me parece que el cuento tiene una fuerza y una forma de transmitir donde nada sobra, donde todo lo que está ahí está porque tiene que estar.
P. Tus cuentos tienen un tono muy oral, casi de narradora popular, pero al mismo tiempo tienen la capacidad de crear unas imágenes muy visuales. ¿Cómo ha sido el proceso creativo detrás de esto?
R. Aquí se mezclan mis dos formaciones. Por un lado, yo estudié Comunicación Audiovisual y Cine, estudié un máster de guion y mi formación reglada está más vinculada a la imagen. Desde que empecé a escribir, me sale crear estos narradores en cámara y transmitir esas imágenes visuales. Pero luego está la formación no reglada, que me parece muy importante, y es la formación que tuve como niña en un pueblo. La de la gente contándote historias. Mis abuelas me contaban cuentos que les habían contado a ellas de pequeñas, o historias que habían vivido ellas en la Guerra Civil. Mi pueblo, al ser una zona fronteriza, tuvo muchísimos problemas a raíz de la guerra, y todo eso te lo contaban desde la memoria. Muchas de estas historias estaban pasadas por los filtros del olvido, pero también convivían con las historias de miedo que nos contábamos entre los niños por las noches, que eran mentira, pero que estaban basadas en cosas que habíamos escuchado o visto. Estos cuentos surgen a partir de estas dos formaciones.
P. De hecho, el libro está lleno de estas figuras tradicionales de los cuentos, como los fantasmas y las brujas, pero despojadas del cliché y del imaginario que la cultura popular les asocia, y tratadas con una mirada muy actual. ¿Por qué te interesaba recoger estas figuras?
R. En el caso de la bruja y del fantasma, quise explorarlos desde el punto de vista de la ternura, un poco desde la empatía. Es decir, la fantasma que aparece en uno de los cuentos no da miedo, lo que da miedo es contra lo que se rebela, que es la turistificación, contra la gentrificación de su casa y de su aldea. Del mismo modo, la bruja en sí misma no da miedo, sino que lo da toda la violencia y la incomprensión que hay a su alrededor. Quise meter esos personajes, que son los que tradicionalmente nos han dado miedo, para que parezca que son ellos el foco de ese miedo, cuando lo que nos genera terror es todo lo que tienen alrededor.
P. El cuento de El fantasma de las bragas rotas realmente te hace preguntarte: ¿qué da más miedo? ¿Los fantasmas o la especulación inmobiliaria?
R. Eso es. Y volviendo sobre la importancia de la tradición oral popular, ese título y ese cuento surgió porque mi abuela me contaba de pequeña que había una especie de leyenda con la que se metía miedo a los niños. Si te portabas mal, podía venir el fantasma de las bragas rotas. Y yo siempre pensaba: como normalmente los fantasmas se manifiestan con la ropa con la que se murieron, esa fantasma habría tenido que morir con unas bragas rotas, las que usa una cuando tiene la regla.
P. También en varios relatos hay una atención especial hacia el cuidado, el cuerpo que envejece, la soledad, los vínculos familiares rotos o las violencias que se pueden dar en el seno familiar.
R. Ahora se están empezando a escuchar las voces de algo que ya venían haciendo las mujeres durante décadas. Aquí mismo, Emilia Pardo Bazán ya hablaba de todo esto a finales del siglo XIX. En uno de mis cuentos hay una mujer cuya madre murió en el parto, y que tuvo que cuidar a su padre durante toda su vida hasta que este muere cuando ella tiene cuarenta años. Lo que queda de él es un mono azul de trabajo que le pone a un espantapájaros, y de alguna forma ella se enamora de ese espantapájaros. Esta historia yo la he visto una y otra vez en la gente de mi pueblo, pero también en las ciudades. Mujeres que se quedan en casa para cuidar de sus padres mayores y dedican toda su vida al cuidado de ellos sin tener ninguna vida más allá que eso. Es lo que había que hacer, y lo que se sigue haciendo, y lo mal visto que está llevar a tus padres a una residencia. Me interesa hablar de cómo parece que no hay otras formas de cuidar que no sean esas dos, y de cómo siempre les toca a las mujeres. Estos cuentos no pretendían tener una intención política en sus inicios, sino que partían de un personaje, de una descripción o sensación, y después acabó siendo así porque son los temas que me importan.
P. A veces la nostalgia se vincula al pueblo como ese entorno idílico y tranquilo donde todo es mejor, pero en ella se omiten unas violencias que sí están presentes en tus cuentos.
R. Trabajé en estas historias siendo un poco funambulista en la nostalgia. En primer lugar, no quería caer en esa visión dicotómica y urbanita del entorno rural, en la que todo es un locus amoenus, es decir, un lugar idílico; o es un locus terribilis y la gente que vive allí son todos unos paletos. Creo que pueden ser ambas cosas, y hacer este trabajo de no idealizarlo y de no ser condescendiente con lo rural me pareció lo más difícil a la hora de escribir. Pero sí que hay un carácter de nostalgia porque yo estoy tirando de recuerdos de cuando yo era pequeña. Muchísimas de las historias que cuento están basadas en vivencias que yo tuve cuando era niña, y además soy una persona bastante nostálgica. Entonces, sí que puede parecer que a veces trabajo con esa nostalgia. Me gusta, pero también me gusta que se vea que no intento romantizar el rural.
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