El regreso de la cultura de la pureza y sus víctimas perfectas
Los anillos de castidad son la joya del momento de las redes, el sexo pierde fuelle y la decencia se enfrenta en Cannes a los ‘naked dresses’. Y de alguna manera, todo termina por volverse en contra de las mujeres


Para vetar las transparencias este año de la alfombra roja de Cannes, los organizadores del festival se han encomendado a la decencia, que es la que repentinamente prima también ahora en la estética de la marca Pretty Little Things. La firma británica, que se caracterizaban por sus atrevidas y sexys siluetas que dejaban poco a la imaginación, ha dado un giro tradwife a su estética en un ejercicio de rebranding que por descontado, encuentra en el contexto conservador actual su mejor escenario. El abrazo a la pureza se enfrenta a la cultura de la obscenidad, que Ariel Levy llamó raunch culture en su libro Female Chauvinist Pigs: Women and the Rise of Raunch Culture (Free Press) y que como explicó la socióloga Bernadette Barton en The Pornification of America: How Raunch Culture is Ruining Our Society (NYU Press), es la que hace que promueve cantidad de memes pro-Trump que “vinculan explícitamente los cuerpos femeninos provocativos con la parafernalia de Trump” y “enfrenta a las mujeres conservadoras ‘sexys’ con las liberales ‘feas y poco femeninas”. Sí: la eterna pelea entre la santa y la puta sigue presente y ahora, ante el actual clima político, más que nunca.
Magali Croset-Calisto, autora de No sex,pequeño tratado de abstinencia y asexualidad (Carpe Noctem), señala que desde un punto de vista clínico, el retorno de ciertos arquetipos, como el de la mujer “pura” o “santa”, puede reflejar una necesidad de reafirmación identitaria frente a un mundo percibido como incierto o demasiado abierto. “No es la figura en sí lo que resulta problemático, sino su instrumentalización normativa. Lo que puede volverse preocupante es cuando estas figuras se utilizan para imponer normas restrictivas, para excluir o culpabilizar otras vivencias —sobre todo las de quienes no se reconocen en esos modelos”, explica a S Moda la sexóloga. “No se trata, entonces, tanto de un “peligro” como de una cuestión de libertad interior: ¿cómo permitir que cada persona habite su cuerpo, su deseo, su vínculo con el mundo, sin verse sometida a mandatos, ya sean de pureza o de rendimiento sexual? La idealización de la pureza, si se convierte en mandato o en criterio de exclusión, se suma a otras formas de presión ya muy presentes”, dice.
Lo curioso es que muchos hombres ven la pureza como algo indispensable en esa “mujer ideal” a la que aspiran. Quizás por eso Sophie Rain, la cocreadora de Bop House, una mansión habitada por creadoras de contenido de OnlyFans, presume de llevar un anillo de promesa (con el que demostrar a su pareja la seriedad de su compromiso y cómo no, su fidelidad) y de ser una devota cristiana. De esta forma se construye un pegamento que une la obscenidad republicana con la cultura de la pureza, defendiendo ambas que la sexualidad de las mujeres ha de estar al servicio de los hombres. Porque como recalca Magali Croset-Calisto, en la actualidad existe aún una fuerte resistencia social hacia la figura de la mujer que asume plenamente su poder sexual. “Muy pronto se la tacha de exhibicionista, de arrogante, incluso de indecente. Se celebra en apariencia esa libertad, pero en los hechos se tolera mal. Una mujer que goza “demasiado” sigue siendo un blanco. Sufre una forma de aislamiento simbólico, incluso en círculos que se proclaman progresistas. El problema no es que tome la palabra, sino que su palabra sexualizada y soberana cuestiona un orden establecido — incluso aquel que pretende haberla liberado”, dice.
Mientras tanto, cada vez más jóvenes llevan anillos de castidad, esos que la cultura pop hizo conocidos en los 2000 de la mano de figuras como Britney Spears, Miley Cyrus y Selena Gomez y que ahora son mostrados con orgullo por mujeres jóvenes en TikTok. “Un anillo puede ser pequeño, pero el compromiso que representa es enorme. Hoy elegí honrar a Dios, honrarme a mí misma y vivir en pureza, no solo con acciones, sino con mi corazón, mente y alma. No se trata de reglas; se trata de reverencia. Se trata de confiar en el tiempo de Dios, conocer mi valor y esperar lo que Él tiene para mí”, dice en TikTok una usuaria que comparte con sus seguidores la compra de su anillo. “La pureza no se trata solo de decir que no a algo; se trata de decir SÍ a Dios, a sus planes y a convertirme en la mujer que Él me ha llamado a ser”, añade. No es casualidad que en en la era en la que las chicas Disney llevaban los suyos el presidente fuera George Bush y que sea ahora, con el triunfo actual de Donald Trump, cuando este tipo de anillos ha encontrado el clima perfecto para su regreso.
El llamado ‘puriteen’, que Urban Dictionary define como el adolescente que pide proactivamente en internet que se eliminen comportamientos que interpreta como sexualmente sugerentes, es quien se escandaliza ante los bailes sensuales de Sabrina Carpenter. “Tengo 17 años y estoy aterrada por Sabrina Carpenter”, dijo un internauta. Como explicaba en El País Semanal el escritor y experto en cultura digital Álvaro Pajares, “en alguna gente muy joven hay una derechización del pensamiento provocada por la cultura de internet y los contenidos que se consumen en TikTok y Twitch”. El autor de Memeceno (La Caja Books) considera que la corriente neopuritana podría considerarse una especie de derivación o evolución del movimiento woke, pero desideologizada. El denominado puritanismo zoomer alude a los miembros de la generación Z que como revelan diversas investigaciones de prestigiosas universidades, muestran cada vez un menor interés por los encuentros sexuales y la desnudez gratuita.
En las redes sociales es precisamente donde muchas personas expresan su incomodidad con respecto a ciertos contenidos relacionados con la sexualidad e incluso hablan, directamente, de asco. Sira Abenoza es autora de No consentiràs pensaments impurs (No consentirás pensamientos impuros, Fragmenta Editorial), un ensayo en el que indaga en la obsesión por la pureza y por la perfección y cómo está enfermando tanto personal como socialmente a la sociedad al tiempo que la deshumaniza. “Se está alimentando una obsesión con la pureza que nos conduce a lo que llamo la pandemia del asco. El asco es una emoción que para los católicos no es tan relevante, pero si nos fijamos en las culturas protestantes y especialmente en Estados Unidos, es una emoción muy prevalente, el “disgust”. Sin ir más lejos, en la película Inside Out, el asco sale como emoción. Una emoción que por cierto, en su origen nos ayuda a sobrevivir, pero luego deja de ser útil y llega a tener un impacto político y moral”, explica la filósofa a S Moda.
“Mientras nos hacen creer que hemos de ser puras y perfectas, al ver en la calle personas, especialmente de los perfiles vulnerables, como los migrantes y refugiados, al ir sucios, toda esa impureza nos genera también rechazo y asco. En lugar de solidarizarnos con aquellos que nos necesitan, nos volvemos racistas, xenófobos y adoptamos discursos de odio, de discriminación, etcétera”, asegura Abenoza, que considera a las personas necesariamente impuras y por ende, imperfectas, por lo que esa persecución de la pureza ha resulad sumamente nociva.
La creciente fatiga desatada por las aplicaciones de citas ha empujado a muchas plataformas a intentar atraer a sus usuarios desencantados mediantes fórmulas de pago, y la aplicación de Bumble tuvo que disculparse por una campaña publicitaria en la que lanzó el mensaje “el voto de castidad no es la respuesta”. La periodista Maria Yagoda se preguntó en Time si la mujer célibe se ha convertido, en un giro inesperado, en un tipo más amenazante que la sexual, ya que el negocio de las apps de citas, el principio más relevante no es necesariamente patriarcal, sino inherentemente capitalista. “Las mujeres célibes que no usan apps no son lucrativas, un problema con el que toda la industria lidia”, dice.
“Cada vez más, las mujeres son sexuales y célibes a la vez, y quizás eso las hace doblemente amenazantes: una nueva generación está demostrando que el empoderamiento sexual no depende de tener mucho sexo, o incluso de nada”, escribe. “Además, la creciente visibilidad en torno a la asexualidad ha dado a muchas personas la libertad de redefinir la intimidad para sí mismas”, dice. Pero en esa renuncia del sexo es donde Croset-Calisto quiere hacer un matiz. “Lo que defiendo es la atención a los movimientos íntimos: por qué, en un momento dado, algunas personas deciden ausentarse del ámbito sexual —y sobre todo, cómo viven ese retiro. Este gesto puede ser liberador, doloroso, transitorio o plenamente asumido. No significa lo mismo para todos”, aclara.
Es en ese alejamiento del sexo donde Abenoza ve varios factores a tener en cuenta, entre los que entra en juego el asco. “La exacerbación de ese odio o asco en referencia al cuerpo me parece especialmente comprensible en un mundo que se está convirtiendo cada vez más en una interfaz. La pantalla no tiene olor, por lo que ahí incluso lo sucio da menos asco. Partimos de esa fijación con la pureza y la perfección y de una tradición que ya ha visto que el cuerpo es origen del pecado, y a eso le hemos de sumar que los cuerpos no están expuestos al roce, sino que vivimos a los otros a través de una pantalla. Así se erige una barrera que no queremos cruzar”, dice.
La ideología de la cultura de la obscenidad a la que aludimos antes reivindica que las mujeres sexys se pongan al servicio de los hombres, para su disfrute y diversión. “Adoptar esta postura le otorga a la mujer cierto arraigo cultural, razón por la cual a la derecha le gusta presumir de que las chicas atractivas votan por Trump y que las chicas feas son las liberales. Sin embargo, ser una chica atractiva también la expone a la posibilidad de sufrir la humillación y el acoso despiadados y altamente sexualizados que Cornett enfrenta”, dice la periodista Constance Grady, que se refiere a Marty Kate Cornett, una joven universitaria que fue víctima de un falso rumor sexual que en el podcast The Pat McAfee Show, el analista deportivo Pat McAfee y otros hombres difundieron. Porque al final, como comenta Grady, la cosificación sexual de la obscenidad se ve reforzada por la rígida humillación de la pureza. “Ambas se unen por la cosificación y humillación obligatorias de las mujeres, cuyos cuerpos, dentro de este sistema, siempre están controlados por los hombres”, dice.
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